Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria
He leído a Coral Bracho desde hace algunos años, pero no nos habíamos conocido, ni mucho menos habíamos tenido ocasión de conversar personalmente. Y fue con motivo de haber sido la ganadora –al lado de Jorge Boccanera– del Premio “Victor Sandoval” en el XVIII Encuentro de Poetas de Mundo Latino, que tuve el privilegio de conocerla.
Después de una de las lecturas del Encuentro, en La Casa del Libro de la UNAM, me saludó con mucha alegría (como ella es) y me dijo que le gustaron mucho los dos poemas que leí de mi libro Bestiario íntimo y que dan cuenta de un alacrán. Al finalizar el evento, caminábamos por la Colonia Roma, por el jardín de la plaza de Santo Domingo, allí por donde vive Francisco Hernández. Me preguntó por qué había escrito sobre alacranes y vi su inquietud por tan hermosos y terribles animales de ponzoña. Vinieron anécdotas y mis hipótesis sobre el porqué yo había escrito sobre alacranes. Me dijo que en una casa que ella iba a Cuernavaca, abundaban estos bichos y un médico les dijo que sencillamente, no fueran allí; por suerte nunca les picó ninguno, ni hubo nada que lamentar. Cruzamos Alvaro Obregón y al llegar al hotel en el que nos hospedamos los visitantes, le acompañé a esperar un taxi. Le regalé el ejemplar de mi libro y se lo dediqué, porque vi un interés genuino en mis poemas, le conté anécdotas de la dedicatoria que ya mucho he contado, sobre José Emilio, sobre los animales a los que se los dedico en su memoria, y la mención de todas las personas que hago con quien en su compañía, se escribió durante quince años mi libro.
Cuando se fue Coral, me dio mucha alegría de haber conversado con una de las mejores poetas de México y a quien he admirado desde hace mucho. Pensé que hablé mucho, que no la dejé hablar, que debí haberle preguntado sobre sus libros que conozco o al menos debí decirle que dos de sus libros me han cautivado; El ser que va a morir y el hermosísimo Ese espacio, ese jardín. No sé si estaba emocionado tratando de justificar mis poemas y por timidez no dije nada y hable y hable de los alacranes en mi niñez o simplemente estaba hecho bolas, porque tal vez –incrédulo de que mis poemas le hubieran gustado– hablé y hablé cosas que estuvieron demás sobre un piquete del alacrán que estuvo a punto de matarme.
Cuando subí a mi habitación –después de cenar y unos cuantos mezcales con mis nuevos amigos–, me sentía culpable, porque había hablado mucho con Coral y no le había dicho una palabra de sus poemas hermosos que ella leyó y que por supuesto me gustaron. Nos vimos al día siguiente en la lectura del Centro cultural Español y en su saludo, vi una muy agradable complicidad. Me dijo que leyera otro de los alacranes, como me lo había pedido otro de mis amigos.
No volvimos a vernos hasta Aguascalientes (continuación del Encuentro) y después de mi lectura, me dijo que le gustó mi poema Hilo suelto que leí. En el amplio patio por el que íbamos caminando rumbo al camión que nos llevaría a la comida, me relató algo asombroso y que tenía qué ver con mi poema del alacrán. Le había inquietado mi poema porque la llevó a recordar que un alacrán tenía que ver con su primer recuerdo, quizás como yo. El primer recuerdo que todavía no puedo descifrar y dibujar tiene que ver con el piquete del alacrán que me contara mi madre y que poco a poco fue recordando, pero para Coral, aquella visión era en la playa –según me contó– y era una luz grande como un sueño donde una voz le decía que no levantar piedras porque había alacranes (Puede ser que esté fabulando, pero eso platicábamos mientras seguíamos caminando y ella se cubría del sol con un libro en el largo patio de la Universidad de Aguascalientes). Luego nos sentamos juntos en el camión que nos llevaría a comer. Le platiqué de mis estudios de teatro, de mis maestros legendarios, de mi pasión por la escritura, de Morelia, de mi experiencia con la Ciudad de México, de mi inclinación por la escritura del teatro y la novela… Otra vez me pareció que hablé como desbocado, pero al evaluar nuestra conversación, no fue así. Y me sentí mejor, porque ella también me platicó de sus hijas, de Marcelo, de su viaje a Estados Unidos, del que surgió su último libro Marfa, Texas y la peculiaridad de ese pueblo extraño en el sur de ese país, fuente para la escritura de su libro.
Nos vimos en la cena después que recibieran el Premio con Jorge Boccanera. Nos tocó en la misma mesa. Estaba también Marcelo Uribe y conversamos un poco más. Coral me preguntó cuál libro quería que me regalara y me decidí por el de Marfa, Texas. Me lo entregó en la mano: “Para Neftalí, Con mi cariño y admiración, y la alegría de conocerlo y escuchar sus poemas”. Fechado en Octubre de 2016.
Hasta hoy día, nunca he olvidado aquella imagen luminosa que Coral me relató. Me describía la primera imagen que recuerda, la primera imagen en su vida. Nos encontramos compartiendo nuestras primeras imágenes, que al igual que ella, yo también tuve la pasión por escribirlas.
Hoy he leído su libro, publicado por ERA y aprendí que las palabras también pueden vivir suavemente en los poemas que caminan despacio por nuestra vida, así, suaves, profundos como los que Coral Bracho ha escrito en este libro hermoso que ahora tengo en mis manos. º