Aunque el San Nicolás que vemos en la TV viaja desde el Polo Norte en un trineo volador, en realidad vive en La Libertad y maneja un Tsuru

Por: Mario Galeana

Santa Claus despierta en La Libertad, al norte de la ciudad de Puebla. La alarma de su teléfono celular suena a las 6:00 horas y él, con modorra, se mira frente al espejo, se cepilla los dientes y se pasa las manos por el tupido bigote canoso.

Se mete en los pantalones de mezclilla gastados, guarda el traje rojo y la barba blanca en la cajuela de su taxi –un Tsuru– y lleva a sus hijos menores, uno de 10 y otro de 12, a la escuela pública. El frío de la capital es bravo, pero no se compara, supone, con el del Polo Norte.

Maneja el taxi hasta mediodía, cuando vuelve a casa para la comida. Luego conduce hasta La Villita, en el Paseo Bravo, y ahí, Víctor El Bigotes González, se convierte, al fin, en Santa Claus.

“Hoy soy Santa Claus, pero mañana soy fotógrafo, taxista y lo que se ofrezca”, dice un 13 de diciembre, cuando la barba y el traje rojo ya reposan, nuevamente, al fondo del clóset, a la espera del próximo año.

Ahí, en La Villita, la nieve del Polo Norte sólo está permitida hasta el 12 de diciembre. A partir de entonces la zona se llena de Juan Dieguitos, Vírgenes, asnos y Reyes Magos.

Víctor guarda el traje rojo y la larga barba blanca, pero no la cámara fotográfica, ni la computadora, ni la impresora donde, in situ, entrega las fotografías de los chiquillos quienes, ingenuos, se acercan a él pensando en renos de narices rojas, regalos a borbotones y duendes mágicos, mientras él piensa en tarifas, ahorro y el tráfico. El negocio es redondo y Santa Claus es, también, quien cobra las fotografías.

Porque, por encima de la Navidad, del espíritu de la Navidad, lo que llevó a El Bigotes –como el resto de los fotógrafos y comerciantes de La Villita lo conocen– a convertirse en Santa Claus fue la precaria situación económica, que no se arregla con cartas ni botas al pie del árbol de Navidad.

“Pues la situación está cabrona. Mira, en un turno del taxi saco unos 200, 300 pesos. ¿Para qué sirven 200 pesos? Para nada, cabrón”, se sincera y ríe.

“Aquí, entre el disfraz y las fotos, en una tarde me puedo sacar unos… ¿qué te gusta? 500 pesos. En dos horas cubro un turno de taxi”, explica.

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Santa Claus despierta en La Libertad, pero también en San Jerónimo Caleras, en San Manuel, en Los Fuertes, en todos lados, excepto en el Polo Norte.

Los locos bajitos

Víctor encontró la rentabilidad de convertirse en Santa Claus por una decena de días de diciembre desde hace seis años. Sus hijos, dice, nunca han creído en ese hombre de abundante vientre que desciende en las chimeneas, pero sí en aquellos otros magos que pernoctan el 6 de enero sólo para regalar juguetes por doquier.

“Yo empecé esto por eso porque diciembre siempre es difícil. Enero es peor, pero en diciembre hay también muchos gastos. La cena de Navidad, la cena de Año Nuevo y luego los juguetes para los niños. Está canijo todo.

“Pero un primo mío se disfrazaba de Rey Mago y me dijo que yo podía vestirme de Santa Claus. Él ya no se disfraza, pero yo le seguí, porque aunque me daba pena andar disfrazado como payaso, el dinero era bueno. Servía. Y al dinero ni quien le huya ¿verdad?”, suelta alargando las palabras, en un tono que, más o menos, los poblanos catalogarían como baril.

Hay, dice, algo noble en el acto de disfrazarse en Papá Noel. “Los chamacos se la creen, vaya. Y es bonito. Es bonito ver sus caras. Y luego las cosas que te piden: ‘que un carro, que un perro, que mis papás ya no se peleen, que mi abuelita regrese’. Yo preferiría hablar con un niño todo el día que hablar con el pasaje que recojo en el taxi”, afirma.

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Víctor no es el único que comparte el traje rojo con otros oficios; vienen de todas partes y, según él, no poseen el mismo nivel de vida.

Santa Clauses, fotógrafos, todólogos

Víctor no es el único que, en diciembre, comparte el traje rojo con otros oficios. Vienen de todas partes y, según él, no poseen el mismo nivel de vida.

“Mira, aquí hay de todos y son un chingo. Si no son Santa Claus se disfrazan de Reyes Magos, o de lo que caiga. A nadie le sobra el dinero. La mayoría son de los mismos artesanos que hacen figuras de la Virgen por el 12 de diciembre, o fotógrafos que trabajan en el Zócalo de Puebla. Pero venimos de muchos lados”.

Porque Santa Claus despierta en La Libertad, al norte de la capital, pero también en San Jerónimo Caleras, en San Manuel, en Los Fuertes. En todos lados, excepto en el Polo Norte.

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“Los chamacos se la creen, es bonito ver sus caras. Luego las cosas que te piden: 'que un carro, un perro, que mis papás ya no se peleen'. Yo preferiría hablar con un niño que con el pasaje en el taxi”, afirma Víctor González.

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