Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río
Hace 40 años, en 1977, la revista británica The Economist acuñó el término “Dutch disease” (enfermedad holandesa) para describir los problemas que generaba a una economía el súbito descubrimiento de recursos naturales.
A mediados de los años 60, los Países Bajos habían encontrado grandes depósitos de gas natural en el fondo submarino frente a sus costas, que es parte de la llamada Plataforma Continental.
La extracción de gas cambió el paradigma energético del país europeo que hasta entonces había dependido del carbón. La enfermedad económica descrita por The Economist resultó del fortalecimiento de la moneda local y el consecuente encarecimiento de sus exportaciones.
En 1982, dos economistas, el australiano Max Corden y el irlandés Peter Neary, creron un modelo para explicar por qué el desarrollo veloz del sector de los recursos naturales podía volver poco competitivo el de las manufacturas. Y el término “enfermedad holandesa” comenzó a aplicarse en los casos de otros países.
Quizá porque el petróleo alcanzó categoría de tótem en México y porque se generó un mito nacionalista en torno de Pemex, las consecuencias negativas del descubrimiento de hidrocarburos en la Sonda de Campeche, a mediados de los años 70, sigue siendo entendido como una bendición en este país.
Tener abundantes recursos naturales no es bueno ni malo en sí mismo, sino que depende de qué se hace con ellos.
Japón y Nigeria son países con más de 100 millones de habitantes. El primero es el segundo importador mundial de combustibles fósiles, mientras que Nigeria exporta más de dos millones de barriles diarios de petróleo crudo al día.
El país asiático es la economía número tres del mundo, mientras que el africano es la 26.
El año pasado, las importaciones japonesas de petróleo alcanzaron su nivel más bajo desde 1988, a causa de la mayor eficiencia de sus vehículos.
En cambio, Nigeria ha visto reducidas sus exportaciones de crudo a Estados Unidos desde 2014 a causa de la explotación de yacimientos de lutitas en ese último país.
Sin petróleo, Japón pudo construir una imponente industria manufacturera de exportación. Pese a tener abundante petróleo, Nigeria está sufriendo por la reducción del precio internacional del crudo.
En México, el mito creado por el nacionalismo revolucionario, y que se ha enseñado desde hace décadas en las escuelas, dice que México pudo desarrollarse gracias al petróleo.
Sin embargo, durante los años del llamado Desarrollo Estabilizador, no se habían descubierto los grandes yacimientos de hidrocarburos en el Golfo de México, como Cantarell y Ku-Maloob-Zaap.
De hecho, muchas de las grandes obras de infraestructura del país se construyeron antes de 1975, cuando el comercio internacional de productos petrolíferos de México se volvió superavitario.
Para explotar, procesar y comerciar su oro negro, México creó Pemex, una empresa que –pese a emplear a muchos de los más capaces ingenieros petroleros del mundo– se volvió ineficiente y presa de una enorme corrupción.
Hace menos de una década, un funcionario de Pemex me relataba la pesada carga que representaba el sindicato para las finanzas de la empresa.
Me lo explicaba con un simple ejemplo: “Cuando se me descompone la computadora, llamo al área técnica. Siempre llegan tres tipos. Mientras uno revisa la computadora, los otros dos sólo observan”.
Eso ha sido Pemex: una empresa con tres veces más trabajadores de los que necesita para operar. Trabajadores que –sin ser culpa suya– han gozado de prerrogativas insostenibles financieramente, como la posibilidad de retirarse antes de cumplir 50 años.
Hace un par de años, la Secretaría de Hacienda calculaba el pasivo laboral de Pemex en 1.7 billones de pesos y contando, o 10% del PIB nacional.
Súmele la ineficiencia, la corrupción (de la alta burocracia y la cúpula sindical) y la contaminación que ha generado en zonas como los pantanos de Tabasco y los ríos de Veracruz, y hay que llegar a la conclusión de que Pemex ha sido muy bueno para un puñado de personas, pero muy malo para México.
Pesa decirlo, pero seguramente el país hubiera estado mejor sin petróleo. A nosotros nos dio la “enfermedad holandesa” a lo bestia.
