La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

¿Qué es lo que más vemos cuando entramos a Instagram?

Para empezar debemos tener bien claro qué es Instagram.

Instagram es una red social en la que el usuario hace un archivo fotográfico de sus intereses. El texto realmente importa poco. Lo se busca al entrar a esta red son imágenes. Es algo así como llevar un diario gráfico.

Antes eran los álbumes fotográficos con pastas duras y espiral. Hoy el Instagram no requiere más que dar un click para que la imagen quede lista y encuadrada.

Antes teníamos que despegar mil veces la foto para que quedara derecha. Hoy hasta podemos retocarla con el dedo…

Hay quienes suben fotos increíblemente artísticas: instantáneas de paisajes, pájaros, escenas urbanas.

 

La primera persona que yo seguí en Instagram fue al poeta Aurelio Asiain. Me gustaba ver a través de su lente cómo era la vida en Kioto. Qué comía, qué calles caminaba, qué colores predominaban…

 

Existe una tentación muy grande en todas las redes sociales: buscar la aceptación de los otros mediante imágenes y posturas que nos presentan como gente muy cool o divertida.

Las cuentas más seguidas son, por supuesto, las de exuberantes mujeres llenas de curvas como Kim Kardashian. Pero a la morocha más famosa del mundo le falta creatividad. Sus fotos van de lo sublime a lo ridículo; es de las que no cuida si en una selfie sale el excusado al lado, arruinando así todo el encanto que para muchos sí tiene su exagerada anatomía.

También está el grupo de personas que hacen del Instagram un lugar propicio para los tutoriales. Acá en México tenemos el caso Frida Sofía, la hija de Alejandra Guzmán, que tiene miles de seguidoras pidiéndole consejos sobre cómo endurecer los brazos o lograr que las nalgas les regresen a su lugar.

Finalmente las redes sociales son eso: redes que entrampan a la gente en subredes, que a su vez van formando círculos de intereses.

En mi caso particular he agregado a personas de todo tipo. Desde el poeta Asiain, hasta la mujer que se lo pasa metiéndole los dedos a la fruta para manifestar su feminismo a ultranza.

Pero debo decir que hay una mujer a la que, sin querer, sigo cotidianamente en sus historias. Se llama Pamela Allier y no tiene nada que ver con mujeres que le meten los dedos a la fruta, ni con poetas mexicanos autoexiliados en Kioto.

Los followers de Pamela Allier son básicamente mujeres entre 15 y 35 años. Mujeres a las que les gusta la moda. Mujeres que necesitan mirarse en el espejo maravilloso de una chica fresca y desenfadada que va por las calles levantando suspiros no porque tenga la presencia plástica de las moviestars, sino porque lleva en la mano un café y el cabello va amarrado en un chongo flojo que cualquiera puede hacerse en la comodidad de su tocador.

No sé cómo llegaron a mi timeline las historias y las fotos de Allier. Sólo sé que la empecé a seguir por una suerte de empatía que se da muy poco entre mujeres. Tal vez esa empatía se logra más fácil en este mundo: el virtual.

¿Qué tienen que ver las calles de Polanco con un paseo Florentino o con las cuencas del Támesis o con una pasarela parisina o con una vieja imprenta de periódicos o con una puerta descarapelada de La Condesa o con el cruce de una calle en San Miguel de Allende?

No tienen nada que ver.

En Polanco hay pequeñas galerías de arte, pero no está “La Uffizi”.

El Támesis no es el Sena (e históricamente los ingleses y los franceses no se toleran). Una imprenta puede tener la puerta descarapelada, sí, pero no se va a convertir en un bar hipster de la Condechi.

Y regresando al punto de partida; una callejuela de San Miguel jamás tendrá las complicaciones viales de Thiers…

Lo único en común que tienen estos lugares es que por ellos puede aparecer caminando una mujer trigueña con lentes a lo Iris Apfel.

Esa mujer se llama Pamela Allier y no es una simple turista que va fotografiando los sitios fundamentales de la ciudad como si fuera un nervioso turista japonés.

A Allier le gustan las fotos. Sí. Le gustan las fotos de sí misma. Sí. Pero resulta que esas fotos no son solo para satisfacer su ego femenino. Esas fotos son un trabajo. De ellas vive, por ellas viaja y puede darse el lujo de entrar a los Showrooms más exclusivos del mundo.

¿Qué es la moda?

Los indignados y los árbitros morales dirán que la moda es la constante de la frivolidad.

Hablando de ropa, la moda puede ser catalogada como una de las cosas más anodinas que existen. La moda es, para muchos, una piel artificial con la que cubrimos las carencias del alma.

“La moda es cara, banal, superflua, elistista”.

En aras de la moda se cometen crímenes como echar al mar los cuerpos de un centenar de chinos que mueren en aguas internacionales cada año por trabajar jornadas inhumanas para Amancio Ortega.

“La moda mató a Gianni y a McQueen”, dicen los que ven esta industria el pináculo del culto al ego.

Eso es falso.

Todos y cada uno de los diseñadores de alta costura han tenido que pasar por un proceso que va desde el conocimiento de los materiales (como la piel y las fibras) hasta la íntima relación con el mundo del arte, ¿y por qué no? Por la experiencia bucólica de enfrentarse con la naturaleza.

Hacer ropa y bolsas no es sólo sentarse a imaginar la forma y el corte. Es también investigar la compatibilidad de los elementos vegetales con los animales.

En “Pastoral Americana” el gran escritor Philip Roth nos da una cátedra sobre la manufactura de los guantes, ya que su personaje principal, “El Sueco”, es heredero de una fábrica de guantes para dama.

En el nudo de la historia, Roth le dedica casi un capítulo completo a la descripción del oficio del guantero: desde cómo se escogen  las cabras cuya piel será utilizada para la hechura del producto, pasando por todo el proceso de secado, rasurado, corte y tensión del modelo; para terminar con los detalles y las costuras. Las aplicaciones y la matemática en los remaches.

Éstas páginas alucinantes escritas por uno de los intelectuales más brillantes de Estados Unidos, no pueden ser calificadas como un pasaje inocuo, como tampoco el oficio del modista y el curtidor puede serlo. Por eso insisto en algo: quien diga que la moda es vacua y absolutamente inútil, se equivoca.

Vivimos en la era de las comunicaciones exprés, de los amores exprés, de la comida y la diversión exprés. Pero no todo lo que vemos en los nuevos medios carece de valor.

 

Regreso a Pamela Allier. A ella y a todos los diseñadores que hacen de su trabajo algo inédito.

Allier ha sabido aprovechar eso que muchos satanizan: la inmediatez de las redes.

Su Blog se ha convertido en uno de los más visitados del país, a pesar de estar en inglés.

Pamela sabe que el mercado al que se dirige es muy focalizado. Un sector de la población atraído por la imagen, más que por el texto.

¿Cuál es la diferencia entre Pamela Allier y las demás bloggeras de moda?

Sin temor a equivocarme puedo decir que existe algo muy cinematográfico en el personaje que se ha inventado Pamela para sí; es decir, cualquiera que se dedique a esto puede entrar a Gucci o a Louis Vuitton o a Fendi y comprar cierta prenda. Es más: puede armarse de un vestidor completo que posiblemente le salga en lo que le saldría una Range Rover…  Lo importante aquí (ojo) radica en una cuestión de estética y gusto, más que de poder adquisitivo.

 

Abro el Instagram. Recorro el timeline. En la foto aparece ella con un atrevido tocado en la cabeza. Un tocado que de no haber sido minuciosamente cuidado podría parecer algo así como un arreglo fúnebre. La imagen transmite paz y armonía. La mujer, de antemano bella, resalta esa belleza gracias a la naturalidad en su rostro (no hay sombra de ojos que aguante el calor de Bora Bora). La mujer algo sabe de equilibrio. De las posibilidades que brinda el entorno. A eso se le llama usufructuar el recurso. Una palmera al fondo que combine con el siena del vestuario y el pale pink de los labios. No trae más de 2000 pesos entre tela y flores (un pareo no necesita más que técnica y maña parecer halter de Versace).

La mujer me recuerda a alguien. Ya lo dije, tiene un encanto cinematográfico. Me remite a Brooke Shields perdida en la laguna azul.

 

Otra foto: paisaje urbano.

Un cruce de cualquier calle metropolitana que pudiera estar en Roma, Madrid o la Ciudad de México.

Ella va de jeans. Jeans rotos que pueden ser de una marca “top” o de Inditex. T-shirt blanca. Un blazer sencillo…

Ella parece traer siempre un paparazzi detrás. Pero no es un paparazzi. Es sólo un fotógrafo con el que trabaja. Pudiera ser hasta un amigo.

Ella cruza la calle sin mirar los carros que esperan el siga. Ella no los mira, pero ellos, los que van dentro de los carros, sí. ¿Cómo no mirarla? ¿Será modelo? No. Le hace falta altura. Es una mujer que cruza la calle. Una mujer que va de su casa o su hotel hacia un restaurante o simplemente a una plaza pública. Va de jeans. Eso es normal. Lo curioso son sus lentes… Tiene el atrevimiento de un Andy Warhol trasnochado. El detalle está en los zapatos: ¿Blahnik clásicos para un cruce de peatones?

Sí. Ella es Pamela Allier.

 

*Johann Wolfgang Goethe (el más grande escritor alemán) decía: el diablo siempre está en los pequeños detalles.

La moda es eso: un arte endemoniado. El arte de los detalles.

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