Figuraciones Mías

Por Neftalí Coria

 

Es sabido que en mis talleres siempre estoy hablando de autores que he leído, de amigos escritores que en el camino he encontrado y con los que guardo amistad. Hablo de anécdotas de unos y otros, de sus libros y trato de reconocer –bajo la sábana de mi opinión–, sus cualidades, sus mitologías literarias y sobre todo su obra. Trato también que mis alumnos encuentren ejemplo en ellos o simplemente los conozcan y se den cuenta que la escritura, sin leer con amplitud, no puede ocurrir, aunque diga uno más de los escabrosos lugares comunes que de tanto usarlo, parece que ya no tiene mucho sentido. Y aunque así sea, aquí lo vuelvo a subrayar: Escribir sin alimentarse de lecturas de otras obras que se han escrito, que han permanecido en el tiempo y siguen transitando por el inmenso mapa de sus propias páginas y logran permanecer en la vida de los lectores, no es posible. La escritura se alimenta tanto de la vida, como de la sangre de la propia literatura. Y en muchos sentidos ya lo hemos comprobado. Y esa es una razón por la que a cada una de mis reuniones de mis talleres, seguiré hablando de lo que leo y de aquello que mis alumnos deben leer, al menos por ilustración.

Desde hace algunos quince años, quizás un poco más, he estado ocupado explorando –como puede verse en esta columna en los años que la escribo–, literaturas de otras lenguas, autores de diversas épocas y lenguas, autores extraños que se van conociendo gracias también a las amistades de otros lectores con quienes nos hemos encontrado. Muchas son las joyas que encontré, muchas han sido las piezas que bien valen la pena para tomar como punto de partida, y conocer la obra entera de algunos autores. Y nunca he dejado de estar al tanto de los autores mexicanos que escribieron ya una obra indiscutible, y también me informo de esa nueva literatura que las editoriales, ponen de moda para vender y hacerla pasar por “grandes obras”, aunque en México como en en otros países, sucede este mismo fenómeno, un fenómeno comercial muy complejo, pero que ha llegado a crear lectores de una literatura que cuenta historias que el poder y las editoriales –que son parte de ese poder– quieren que sean contadas. Como ejemplo pueril, tenemos los grandes tirajes de libros que tratan el tema del narco y sus personajes. Libros utilitarios y vendidos con un enorme aparato publicitario, libros que las grandes empresas promueven con fervor comercial, novelas ante las que nos llega a alcanzar la vida, para ver como el breve tiempo las devora con sus fauces del olvido, novelas que pasan de moda, como los pantalones y los zapatos.

Hoy sábado que escribo estas líneas, en mi taller hablaba de esos otros autores que estuvieron bajo la pasión enferma (¿qué pasión no es enferma?) de entregar su vida a la construcción de una obra que no lleva destinatarios, ni buscó afectar realidad alguna, ni quiso cambiar nada entre los hombres de su tiempo. Obras que han sido creadas como “producto” de un manantial que deja emanar el agua porque no tiene otra, que dejarla salir. Y hablamos de Macedonio Fernández, de Hölderlin, de Schumann y por supuesto de Van Gogh. Hablamos del artista que no escribe libros para publicarlos, ni pinta cuadros para que los compren y sean vistos por el mundo, ni compone una sinfonía para quedar en la historia de la música, o de esos hombres de teatro que buscan más ser vistos y aplaudidos, que complacerse en el espíritu dramático de su expresión natural que les apasionó ejercer. Y hablamos también de la muerte de Ricardo Piglia, que no debió morir todavía, y hablamos de las trágicas vidas de los artistas pobres, que sólo obedecieron a un destino que estaba en su alma o en su corazón como una bacteria que les dictó marchar por donde estaba la libertad de crear con la belleza, un camino solitario y entregar su obra al aire de su tiempo y guardarla como el único patrimonio y el único tesoro que lograron encontrar en su vida.

También hablamos de otros hombres con esa nobleza de espíritu que no son artistas, como algunos personajes que así vivieron y dejaron poca cosa –salvo su bondad y entrega a la vida– como legado de su historia. Hablamos de la honradez en la creación y de cuanto se notan las conductas contrarias en la “creación de otra obra” que lleva fines y objetivos de múltiples tipos, de obras menores por cierto.

Ahora que se han ido mis alumnos y me he quedado solo en la mesa del café donde cada sábado oficiamos, y Toño me ha traído un nuevo café, miro los muchos papeles en la mesa, y el cuaderno que todos los días alimento con mi novela que ahora escribo y miro mi pluma, que cada vez que la tengo en mis manos, necesita dejar salir la tinta con la que se labran las páginas, como el arado en manos del campesino. Imagino que el entusiasmo (¿enfermo?) que me ha poseído por seguir narrando, es un estado de gracia que con nadie puedo compartir, un estado del corazón que no puedo expresar o simplemente, no sé cómo nombrarlo, ni sabré nunca cómo se llame. Pero no importa, porque allí en el silencio donde suceden las palabras, hallaré una recompensa íntima que da la escritura y sus pasiones y esa recompensa, no hace falta que la entienda nadie, ni será necesario explicarla, sólo se vive con ella y eso basta.

Ahora que hay mucho silencio y solo algún esporádico ruido que hace Toño tras la barra se escucha, y me he quedado solo en la cafetería sin más que el hábito, la necesidad o el vicio por escribir, puedo acariciar con un sutil placer mis cuadernos que siempre me acompañan como la única patria, el patrimonio único y el único destino: rayarlos con la música de mi corazón y la verdad que me asiste o al menos, esa verdad que creo deba decir como una obligación desmesurada y sin miramiento alguno.

Me quedo un rato más en la mesa de café, en la que hace tanto sigo compartiendo las dudas que me asaltan ante el oficio de escribir, mis descubrimientos, mis hallazgos, pero sobre todo, mi fe religiosa en la tarea de la escritura, que es el único motivo para mantenerme vivo y con ánimos de levantarme de la cama cada día y encender el motor de la imaginación, hasta verlo arder en estos mismos cuadernos que son inherentes a mi cuerpo y en donde la tinta que en ellos se derrama, es mi mejor aliada. Y así mantener el ánimo, para cada sábado, cada martes y cada jueves, en mis talleres, compartir lo que vivo en las páginas del país de los libros y cuadernos.

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