Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
Frente a la inminente toma de posesión de Donald Trump y su obstinación en construir un muro en la frontera de México y Estados Unidos, se insiste en que nuestro país debe actuar “con dignidad”.
Si lo que queremos es que no se construya dicha barrera –por lo que representa en términos de vecindad y por los problemas que puede causar al ecosistema– no creo que la dignidad vaya a ser lo que lo detenga.
Personalmente, me gusta más la propuesta del senador Patricio Martínez. Él ha estado urgiendo al gobierno mexicano a que se revise si la frontera terreste –es decir, por donde no pasa el río Bravo–, que corre de Ciudad Juárez a Tijuana, está realmente donde debiera estar.
Martínez asegura que no, y ha hecho de este tema una cruzada. El exgobernador de Chihuahua cuenta que se enteró hace años de los errores que se cometieron al establecer en el terreno los límites fijados por los tratados de Guadalupe Hidalgo (1848) y de La Mesilla (1853) y se comprometió a dar la lucha para que se recuperen cerca de 85 mil hectáreas que México perdió en ese proceso.
El reclamo tendría precedentes. En 1964, México logró que Estados Unidos le devolviera una franja de terreno conocida como El Chamizal, que había quedado del lado estadunidense luego de que el río Bravo cambió su cauce casi un siglo antes.
Durante ese lapso, México no dejó de reclamar el reconocimiento de El Chamizal –cuya superficie es de 177 hectáreas– como territorio mexicano. Eso finalmente se logró el 25 de septiembre de 1964, en una ceremonia encabezada por los presidentes Adolfo López Mateos y Lyndon B. Johnson.
Es conocida la admiración de Enrique Peña Nieto por su paisano López Mateos. De reclamar la devolución de las 84 mil 757 hectáreas que estarían equivocadamente del lado estadunidense de la frontera, el Presidente tendría la oportunidad de dar otro giro a la inconformidad mexicana con el muro anunciado por Trump y no sólo decir que México no pagará por él, como pretende el próximo Presidente de Estados Unidos.
La diferencia con El Chamizal no sería sólo el tamaño del territorio reclamado. En aquel caso estaba en juego el capricho de la naturaleza que desvió el río Bravo de su cauce. Y pese a que el Tratado de Guadalupe Hidalgo establecía que ese afluente era el límite entre los dos países, la devolución procedió.
Aquí estamos hablando de otra cosa: la equivocada colocación de mojoneras en la frontera seca entre los dos países, entre Ciudad Juárez, Chihuahua y San Luis Río Colorado, Sonora.
Para saber si la línea está donde debe estar, bastaría consultar los dos tratados mencionados (que establecen los límites con base en paralelos y meridianos) y cotejar dicha información con la frontera actual. Hoy en día –a diferencia del siglo XIX, cuando se colocaron las primeras marcas– se cuenta con tecnología de precisión para saberlo.
El senador afirma que 99% de esa superficie de casi 85 mil hectáreas no está habitada, por lo que los asentamientos humanos no tendrían que ser un problema para alcanzar un acuerdo. La única parte poblada está en Nogales, Arizona.
Antes de hablar sobre el muro, para quejarse de él o anunciar que “no se erogará un solo centavo del erario” para pagar su construcción, el gobierno mexicano debería revisar la información que tiene el senador Martínez.
De ser correcta, no hay mucho que discutir: México necesita buscar una vía legal para demandar la restitución del territorio, que, por errores de cálculo u otros motivos, quedó del lado estadunidense de la frontera.
Por lo que dijo en campaña y ha repetido desde que se convirtió en Presidente electo, Donald Trump piensa construir ese muro. No hacerlo lo dejaría mal parado ante sus ciudadanos.
El gobierno mexicano tendría que anunciarle que va a revisar si la frontera está donde debe estar.
Sería una causa que seguramente encontraría simpatía y apoyo en México y, mejor aún, en otras partes del mundo. El muro no debería comenzar a construirse en un territorio que está en disputa.
O, cuando menos, el plan de Trump se enfrentaría con obstáculos legales y políticos, más apremiantes que la obtención de fondos y más pesados que la mera dignidad.
