Disiento
Por Pedro Gutiérrez /@pedropanista
Totus Urbis quo aliquo modo est republica[1] dijo alguna vez Francisco de Vitoria, quien ya desde el siglo XVI perfilaba una suerte de globalización no solo en cuanto a la cuestión económica o comercial, sino también a la cultural y política. Pero la expresión sirve de base para entender una época, el siglo XVI, en el que comenzaba a darse con mayor intensidad el intercambio comercial; fue en dicha etapa en la que podemos ubicar al Banco de Medici en Florencia como una de las primeras empresas trasnacionales con sucursales repartidas por toda Europa, sin soslayar la enorme influencia de la Liga Hanseática que desde el siglo XIV penetró en los países del norte de Europa.
México vivió un proceso de apertura comercial profunda en la década de los noventas; de hecho empezó unos diez años antes con el gobierno de Miguel de la Madrid, el primer presidente liberalizador de la economía nacional; las crisis económicas de los 70´s y 80´s orillaron al país a voltear a ver el mundo globalizador después de sortear la problemática desatada por las políticas económicas erróneas y populistas de Luis Echeverría y José López Portillo, quienes petrolizaron la economía y nacionalizaron cientos de empresas en el país. Entonces, lo que no estaba en el órbita estatal, estaba mal. Con la llegada de Miguel De la Madrid al poder, comienza la reversión de estas decisiones nacionalizadoras, mismas que se profundizan después con Carlos Salinas de Gortari.
Las inserción de México al contexto privatizador y liberalizador fue afortunada; nadie en el mundo moderno, salvo las naciones retrógradas y primitivas como Cuba, Venezuela o Bolivia, creen en el estatismo comercial y político. Los pasos hacia la apertura comercial han sido muy lentos y no siempre contaron con el total apoyo del PRI. En los gobiernos del PAN, las reformas energética y fiscal siempre fueron bloqueadas por el ala rancia del PRI, esa que seguía embelesada con las políticas populistas del siglo XX. Sólo muchos años después se concretaron las reformas que abrieron el sector energético, una propuesta histórica del PAN pero que vino a consolidar el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, con el apoyo congruente de Acción Nacional.
El 2017 lo recibimos con la infausta noticia del aumento en el precio de la gasolina. No pocos atribuyen la responsabilidad de este incremento a la reforma energética del sexenio, quizá con malicia, seguramente con ignorancia. Postrados ante la nefasta figura de Lázaro Cárdenas –el presidente que no solo nacionalizó el petróleo sino que también destazó al país en los ridículos ejidos y promovió la educación de corte socialista-, los detractores de la apertura del sector energético pregonan el fracaso de la concitada reforma sin reparar que el incremento de los precios se debe a una política fiscal estrictamente recaudatoria, derivada a su vez del pésimo manejo de las finanzas públicas del presente sexenio y la corrupción imperante en prácticamente todos los niveles del poder público. Hoy, ante la mala administración del país, el gobierno federal ya no sabe de dónde obtener más ingresos y decidió irse por el camino fácil: cobrar impuestos en el marco de un producto cautivo como lo es la gasolina, desatando con ello una espiral inflacionaria que no sabemos en qué acabará.
Los efectos e la reforma energética, la libre competencia y la apertura del sector deberán rendir frutos a mediano plazo. El mal cálculo del gobierno en el tema de las gasolinas –cálculo que incluye un segundo aumento en los precios para el mes de febrero- desanima el andar de las reformas estructurales e incentiva a los populistas liderados por López Obrador a que avancen a partir de las mentiras que tanto les gusta propagar. Peña Nieto pasará a la historia como el peor presidente de la época moderna en México, y sólo le queda en estos días un salvavidas para amortiguar la debacle, una figura a la que muchos quieren entronizar como el villano favorito: Donald Trump.
[1] Citado por Carlos Castillo Peraza, Revista Nexos
