Por Guadalupe Juárez
Algunos lo califican como el gobernador panista consentido del Presidente de México. Otros se atreven a opinar que si no fuera panista, Moreno Valle sería el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia. “Lo estima y mucho”, dicen las voces que conocen la cercanía.
Su amistad es inocultable, pese a que fue difícil de forjar.
Ambos sonríen. Charlan. Se apapachan como dos políticos que se estiman y se respetan. Públicamente no hay forma de ocultar la lluvia de elogios y respaldo mutuo.
Es ahí en donde tal vez se explique por qué Enrique Peña Nieto decidió acomodar, a como diera lugar, su apretadísima agenda para encabezar el último acto oficial en la administración de Rafael Moreno Valle.
Un tren y museo de sitio fueron el pretexto.
En política el cariño se demuestra en tres cosas: el presupuesto –siempre abultado para Puebla en el presente sexenio federal–, el cobijo –16 visitas– y el reconocimiento público –puntual, firme, seguro en cualquier escenario: empresarios, funcionarios, rectores, mandatarios extranjeros–.
Son Rafael Moreno Valle y Enrique Peña Nieto. Peña Nieto y Moreno Valle. Dos mandatarios. Dos partidos. Dos amigos.
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La zona arqueológica de la pirámide de Cholula –con la base más grande del mundo– se encuentra cercada desde la mañana de este lunes por policías y el Ejército.
Los curiosos preguntan a quién esperan los hombres vestidos de verde que no dejan ir más allá de las barreras de metal. Su duda se disipa una vez que Peña Nieto desciende junto a Moreno Valle del Tren Turístico, la obra recién inaugurada que esperó hasta la visita del mandatario federal para comenzar a operar.

No hay reclamos. Peña sonríe. Saluda. Agradece. Una mujer lo aclama y grita que lo ama. Él toma del brazo a Moreno Valle después de develar la placa del museo regional de Cholula, pareciera que hoy, más que nunca, se sostiene y apoya del mandatario poblano.
Los dos contentos se dirigen a una carpa donde sólo se encuentran delegados federales, funcionarios estatales y algún fan de ambos mandatarios. Les aplauden. El Presidente busca a más gente, no la encuentra.
El lugar es estrecho, no hay más de 500 personas. Los propios delegados de su partido son sólo público.
En el templete están sus acompañantes, Gerardo Ruiz Esparza, titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) y Rosario Robles Berlanga secretaria de la Sedatu –encargados de ser el enlace entre ellos–, desglosan los logros por la coordinación entre ambos gobiernos de partido político distinto.
La relación con Rosario y Gerardo eran reflejo del de Peña Nieto con Moreno Valle. Siempre cordiales en eventos de inauguración, o en convenciones de empresarios, o en la peor tragedia que vivió el estado en el sexenio con la tormenta tropical Earl. Los funcionarios federales sonríen, cumplieron, agradecen su estancia en Puebla.
Ambos refieren que es la última vez que asistirán a un evento en Puebla con Moreno Valle como gobernador.
“Independientemente de que militamos en distintos institutos políticos, siempre he sentido su respaldo. Siempre he podido compartir proyectos y visión, y encontrar que no estoy solo. (…) Los hombres nos vamos pero las obras se quedan”, le dice Moreno Valle.

Sin dejar a un lado los elogios, le agradece su apoyo. Reconoce su liderazgo y luego lanza su respaldo público, aunque él al llegar estuviera cubierto por una chamarra azul con el mismo tono de su partido.
Peña Nieto, quien ya no lleva la chaqueta roja, le responde. “No tengo más que reconocer al gobernador Rafael Moreno Valle su disposición, y felicitarlo por los logros realizados en estos casi seis años de su administración”.

Sin colores, como amigos, se despiden. Ya nadie se sorprende de su buena relación. Es la última vez que conviven como gobernador y presidente.
Son Rafael Moreno Valle y Enrique Peña Nieto. Peña Nieto y Moreno Valle. Dos mandatarios. Dos partidos. Dos amigos.

