Antolín Vital Martínez, alcalde priista de Tepexco, era rechazado por los habitantes, quienes llegaron a abofetearlo

Por Guadalupe Juárez  

En Tepexco todos conocían a su presidente municipal, Antolín Vital Martínez, pero nadie llora.

Las calles aún con su ausencia, siguen tranquilas, como si nunca se hubiera ido, o mejor dicho, como si jamás hubiera existido.

Si no fuera por las bardas con su nombre y los colores del PRI, donde pedía el voto para llegar a la alcaldía, nadie hablaría de él.

Si no fuera por el moño negro, los ramos de flores violetas y un par de veladoras en la entrada de la Presidencia Municipal, no notarían que ya no atravesará más el pequeño Zócalo en la cabecera del municipio o que ya no llegará a su casa, ubicada en lo más alto en San Juan Calmeca, junta auxiliar de donde era originario.

De no ser por los ramos y las veladoras, nadie notaría su perpetua ausencia en las oficinas. / JAFET MOZ
De no ser por los ramos y las veladoras, nadie notaría su perpetua ausencia en las oficinas. / JAFET MOZ

Las campanas de la iglesia no resuenan como la vez que un grupo de personas protestaba en su contra. Las plantas del jardín frente a su oficina las riegan como siempre. La puerta de madera con su nombre permanece cerrada.

Antolín Vital Martínez era el mejor ejemplo de que ser presidente municipal no significa que tu pueblo te apoye, aunque te vote.

Lo conocen, pero no le lloran. Lo recuerdan, pero no hay dolor, ni indignación.

El alcalde priista no era un tipo querido en su comunidad. Al menos en San Juan Calmeca.

En Tepexco los campesinos lo recuerdan por haber entregado un costal de semillas, por dar los “buenos días”, por verlo atravesar el jardín del pequeño Zócalo.

Nieves Juárez, empleada del Ayuntamiento, recuerda haberlo visto un día antes de que fuera asesinado.

“Buenos días”, le dijo él.

“Buenos días, presidente”, contestó ella.

Eran las únicas palabras que cruzaba con él desde 2014 que arribó a la Presidencia Municipal.

La historia no es la misma con la gente que lo vio crecer. En San Juan Calmeca todo es diferente.

La lista de notas informativas y versiones de los pobladores lo confirman: pleitos con regidores, boicots en sus actos de gobierno, denuncias de autoritarismo; padres de familia le atribuían la suspensión de servicios públicos en las escuelas; le cerraban la carretera cerca de la oficina del Ayuntamiento para “que cumpliera”; los feligreses católicos tampoco lo veían con buenos ojos pues la inseguridad que nunca quiso abatir propició el robo de la iglesia.

En el colmo de las afrentas a su persona, el edil fue abofeteado por una mujer en un acto público por atreverse a revelar el nombre de una víctima de violación.

Antolín fue hallado la noche del martes pasado a bordo de su camioneta con varios impactos de bala.

Las especulaciones se dispararon. Los priistas condenaron el hecho.

Sin embargo, la Fiscalía General del Estado (FGE) sigue una de las pistas más fuertes: el homicidio pudo ser consecuencia de un ajuste de cuentas de tipo de personal.

Los vecinos de San Juan Calmecac no callan: tenía muchos enemigos, dicen.

El martes fue hallado muerto a la altura de Tepeojuma. / ESPECIAL
El martes fue hallado muerto a la altura de Tepeojuma. / ESPECIAL

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Un tendero de la junta auxiliar, cuyo nombre no debemos recordar, asegura: “Aquí no lo querían, a cada rato se peleaba con el presidente (de la junta auxiliar) y sus regidores. No lo querían, no lo querían”.

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El comerciante se refiere a los pobladores que defendían a Víctor Treviño, presidente auxiliar, lo acusaban de querer destituirlo para “manejar a su antojo los recursos” de la comunidad.

Las peleas y reclamos de los habitantes de la localidad, más grande que la cabecera, lograron sacarlo de un evento que él mismo organizó.

Las mismas voces son las que afirman que era tal su desprestigio que sólo atendía en su casa y ya no en la alcaldía. Deudas con desconocidos. El misterio que habita en su casa resguardada por un hombre con gafas y una capucha.

Sólo las bardas pintadas con su nombre le guardan memoria. / JAFET MOZ
Sólo las bardas pintadas con su nombre le guardan memoria. / JAFET MOZ

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Isaías recuerda que el presidente municipal en los últimos días se hacía acompañar de un par de policías, mismos que permanecían en su casa por horas.

“No era malo. Tenía enemigos porque todos los que tienen poder, los tienen. A veces hasta le venían a reclamar porque no tenían para la caja de un muerto y le pedían ayuda. La última vez que lo vi fue el martes,  estaba contento, estaba contento, iba para Izúcar”, susurra Socorro bajo un árbol cerca de la Presidencia Municipal. Desde ahí, lo veía cruzar todos los días el pequeño Zócalo de color verde.

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“Buenos días”, dijo.

“Buenos días, presidente”, contestó Socorro.

Pero el recuerdo es débil. En Tepexco a Antolín Vital Martínez no le lloran.

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