La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Cuando un gobernador se sienta en la silla imperial, lo natural es que considere que su jubilación dorada ya llegó y que nada ni nadie podrá quitársela.
Vea el hipócrita lector los ejemplos cercanos:
En Tlaxcala, un ganadero con olor a vaca dejó que su hijo —el Hijo de Sor Yeyé— gobernara a sus anchas en nombre del Padre y del Espíritu Santo.
Éste, sin embargo, prefirió gobernar con sus mangas y sus amigos, y ya se vio el resultado: un sexenio perdido poblado de ladronzuelos.
Con Mario Marín sólo el PRI-Pack (el H. gremio de los periodistas antimorenovallistas) fue feliz, una vez que, además de sus columnas —llenas de alabanzas al Benito Juárez de por aquí cerquita— también hicieron sus “obritas”: callecitas mal hechas y puentes que no conducían a ningún lado.
Cuando Moreno Valle llegó a Casa Puebla encontró una estampa como la que describe José Emilio Pacheco en su poema Alta traición: “una ciudad deshecha, gris, monstruosa”.
Para mover un elefante se necesitan veinte elefantes.
Eso hizo el gobernador una vez que accionó los botones de pánico.
¿Qué descubrió?
Un estado degradado, un gobernador que mataba las tardes bebiendo y un club de sanguijuelas que lo sangró hasta el cansancio.
Ese mismo club de sanguijuelas que se dio a una tarea sin par:
Criticar a Moreno Valle todos los días y a todas horas.
(Hoy montan hasta obras de teatro para lanzarle tomates metafóricos).
Cierto: el gobernador que se va no tiene un carácter apacible —cosa que no es delito— y tampoco tenía tiempo para cumplir con las buenas costumbres —cosa que tampoco implica cárcel.
Moreno Valle tenía prisa.
Ya se ve.
Y en esa prisa acabó con los privilegios que hoy reclaman los parias agraviados.
Y en esta expresión caben “luchadores sociales”, “periodistas”, “panistas de cepa” y mojigangas.
Los Eudoxios y los ex rectores de la UDLAP que se mueven en función de ábacos —para explicar una “monstruosa” deuda que cambia de números según sus estados de ánimo— vienen de ese pasado que no termina de irse: del Bajo Marinismo y del hombre del Neanderthal más deprimido.
El gobernador que se va dormía entre tres y cuatro horas diarias y despertaba a sus funcionarios con whatsapps que exigían respuestas inmediatas.
Pocos lograron aguantarle el ritmo.
Una buena mayoría optó por retirarse a sus habitaciones.
Hay que decirlo:
No todos sus funcionarios estuvieron a la altura de las circunstancias.
Pocos sobrevivieron al fuego de los rendimientos.
Es lo que hay.
Es lo que hubo.
Los Inquebrantables
Roberto Moya Clemente y Eukid Castañón Herrera terminaron siendo los personajes más cercanos y de mayor confianza del gobernador Rafael Moreno Valle. Su arribo a esas posiciones de privilegio no fue fácil. Tuvieron que escalar posiciones desde el primer año y, una vez consolidados, debieron conservar una doble y necesaria capacidad: la de rendimiento y la de operación.
Al arranque de la administración morenovallista eran varios los operadores de confianza: Fernando Manzanilla Prieto y Luis Maldonado Venegas encabezaban —junto con los dos citados— al grupo más cercano. El ritmo de trabajo de Moreno Valle pronto empezó a sentirse y a resentirse. Y es que desde el primer minuto de su gobierno se ve que tenía prisa: una prisa inusual para quienes confunden las gubernaturas con una jubilación dorada.
Los naturales conflictos políticos, las veleidades y los caprichos movieron sus fichas en un ajedrez marcado por el nerviosismo. Ya se sabe: un gobernador como Moreno Valle no admite errores ni distracciones. Sólo quiere una cosa: buenos, excelentes, resultados. Quien se distrae tejiendo para el futuro termina siendo atrapado por el presente: atrapado y expulsado. Eso les ocurrió a quienes al margen del proyecto de Moreno Valle estaban trabajando para sus proyectos propios.
El primer cambio simbólico, emblemático, se dio en la Secretaría General de Gobierno: se fue Manzanilla y llegó Maldonado. Este último llegó a ser, en una época anterior, el gurú de los morenovallistas. Era una especie de maestro doblado de consejero. Durante algún tiempo las cosas marcharon bien hasta que se descompusieron. Demasiados caminos distraen al caminante. Demasiados juegos, al jugador. El Caso Chalchihuapan fue la piedra en el zapato que terminó con su proyecto local.
En ese contexto, pues, el gobernador volteó a ver aún más a Moya y a Castañón. A ellos les encargó las tareas más complicadas. Y cada uno tuvo en sus manos resolverlas. Pese a sus diferencias, todo aguantaron: elecciones, conjuras, operaciones mediáticas. Sus resultados convencieron a Moreno Valle de que no estaba equivocado. Hoy que se va de Casa Puebla sabe que cuenta con ellos para lo que viene: la madre de todas las cacerías: la caza mayor.