Por Guadalupe Juárez  

El nuevo gobernador tiene prisa. Apenas son las nueve de la mañana y su agenda está repleta de eventos.

Por la mañana su voz se encuentra en todos los noticieros radiofónicos del estado. Los temas de las entrevistas giran en torno a la conciliación de la que habló en su toma de protesta, de su cercanía con la gente, de temas de futbol, de la “no deuda”.

Es tan limitado su tiempo que todos los encuentros con los periodistas es a través del teléfono. Es tan poco que entre programa y programa omite algunos datos para complementarlos en otra estación.

No tiene tiempo, lo sabe. Por eso lanza una advertencia a quienes están a su lado: el gabinete tiene un plan de trabajo trazado, “si no cumplen se van”.

100 días. Todos en su equipo corren contra reloj, el tiempo es su enemigo. Pero dice que el plazo no es pretexto para no cumplir, por eso revela que cada secretario tiene una lista de metas a las que se comprometieron, por ello serán evaluados cada mes.

Menos de 140 caracteres lo toman por sorpresa. Minutos antes de las nueve de la mañana y a unas horas de su reunión con el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, éste lo felicita.

En el revuelo de Twitter, mandatario a mandatario pueden romper y entrelazar vínculos con un clic; hay  emoción. Es la confirmación de que contará con el respaldo del gobierno federal, le da certeza a sus acciones futuras.

Por eso le responde con un mensaje de respaldo y de coordinación.

Ni siquiera es mediodía y Gali ya se enfrenta a micrófonos y cámaras de video. Toca temas sensibles. 10 minutos de su tiempo son dedicados a responder preguntas. Se despide. Su agenda es apretada.

Dos helicópteros sobrevuelan sobre su cabeza, ninguno es de él, prefiere por hoy la camioneta. Antonio Gali tiene prisa. Prisa que durará un año 10 meses.

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