Encrucijada

Por Luis Antonio Godina / [email protected]

Una discusión se ha mantenido en el aire en los últimos años.

Los ciudadanos contra los políticos.

Y conviene reflexionar sobre el tema.

El periodista español Francisco Rubiales es autor del libro Políticos, los nuevos amos, y en una entrevista que concedió dijo: “(mi propuesta es) reorganizar el sistema para convertirlo en una democracia de ciudadanos. Habría diez cónsules, elegidos directamente por los ciudadanos entre gente independiente, con probado prestigio y sin pertenencia a partidos, que tendrían los poderes delegados del pueblo para vigilar con autoridad al sistema, con especial énfasis en el Gobierno, la Justicia, el Parlamento, las grandes instituciones y los funcionarios. La segunda medida sería obligar a los partidos y sindicatos a que se financien con sus propios ingresos. La tercera medida sería reescribir la Constitución, la Ley electoral y el Código Penal para que respondan a criterios democráticos y justos. Todas las medidas se orientarían a instaurar una verdadera democracia de ciudadanos, no una dictadura de partidos”.

En México, de acuerdo con la evaluación de instituciones hecha por la empresa Consulta Mitofsky en el año 2016, los partidos políticos fueron los peor evaluados.

“Las peores instituciones medidas de confianza son los partidos políticos (4.8), los sindicatos (4.9), los diputados (5.0) y la policía (5.0)”, refiere el estudio.

Esta percepción ha acrecentado el número de quienes afirman que los ciudadanos y los políticos están enfrentados.

De inmediato surgen dos preguntas al respecto: ¿los ciudadanos no deben hacer política?, y ¿los políticos dejan de ser
ciudadanos?

Esta disyuntiva merece más que redactar un artículo, pero nos permite reflexionar sobre lo que ha ocurrido en los últimos años en México.

Hemos visto cómo los ciudadanos han logrado empoderarse en la sociedad.

Consejeros ciudadanos del extinto Instituto Federal Electoral dieron certeza a los comicios pero, después, esos consejeros se volvieron militantes activos de partidos políticos.

Santiago Creel, Juan Molinar y Alonso Lujambio decidieron incorporarse a las filas del Partido Acción Nacional para hacer política, y lo mismo hizo José Agustín Ortiz Pinchetti en el Partido de la Revolución Democrática.

¿Eso es inmoral o ilegal?

Desde mi punto de vista, los ciudadanos están en su derecho al buscar acceder a la política y, en contraparte, los políticos siempre siguen y seguirán siendo ciudadanos.

Hoy la disyuntiva no es ser ciudadano o político.

Hoy lo que los mexicanos requerimos es a ciudadanos que quieran hacer política, y a políticos que refrenden, siempre, su ciudadanía.

Ciudadanos y políticos son, siempre, uno mismo, porque la política debe servir para hacer felices a los ciudadanos.

Y ahí, en esa respuesta, está lo que necesitamos: ciudadanos y políticos unidos para encontrar lo que todos queremos: un país en donde todos quepamos, sin rencores, sin rencillas.

Hannah Arendt afirma que la política trata del estar juntos, y los unos con los otros de los diversos. Los hombres –agrega– se organizan políticamente según determinadas comunidades esenciales en un caos absoluto, o a partir de un caos absoluto de las diferencias.

Y así, todos debemos construir el México mejor que nos imaginamos.

Nada más, pero nada menos.

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