Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
En anteriores entregas de esta Bitácora, he escrito que el partido histórico de la izquierda mexicana está pagando el precio de haber apostado por el caudillismo.
Hoy, el PRD está en una innegable bifurcación de caminos hacia 2018: o se echa en brazos de Andrés Manuel López Obrador o acompaña al PAN.
La falta de institucionalidad y la ausencia de cuadros propios no otorgan otra salida al PRD si quiere seguir siendo un partido relevante en el escenario nacional.
Incluso en el caso, cada vez más improbable, de que Miguel Ángel Mancera decida lanzarse a la candidatura presidencial, el partido tendría que optar por alguien que no milite en sus filas.
No podrá, pues, decidirse por la mejor alternativa sino por la menos peor.
Está, por un lado, la opción tentadora de sumarse a la candidatura de López Obrador, el puntero de la carrera presidencial según las encuestas.
Por otro, hacer una alianza con el PAN, partido con el que no tiene afinidad ideológica, pero con el que ha ganado nueve de 17 gubernaturas por las que han ido juntos a lo largo de los últimos 26 años.
Desde luego, tomar una decisión no será fácil. Y no solamente porque uno y otro camino entrañan riesgos, sino porque el PRD no tiene dueño en estos momentos y es guiado por una complicada maraña de intereses diversos y hasta encontrados.
Pensando que pudiera deliberar de forma sensata y tomar la vía que más le convenga, lo que está en la mesa es lo siguiente:
Ir con López Obrador es apostar por quien tiene, en estos momentos, las mayores posibilidades de llegar a Los Pinos en 2018.
Y no sólo porque así lo digan las encuestas, sino porque el tabasqueño es percibido como la opción antisistema en momentos en que la sociedad mexicana está irritada con los políticos tradicionales (aunque, como me dijo ayer Margarita Zavala en la radio, López Obrador sea más sistémico que otros aspirantes, por su continua dependencia de los recursos públicos).
El problema con esa candidatura es que no es la primera vez que el exjefe de Gobierno y hoy líder de Morena es visto como el que inevitablemente ganará la elección. Ya lo fue en 2006 y también, de alguna manera, en 2012.
Nada garantiza que no se desinfle en los 16 meses que faltan para la elección, ya sea por su proclividad de sabotearse a sí mismo o porque alguno de sus contrincantes, que aún no salen a escena, resulte más atractivo a la mera hora.
En caso de ganar López Obrador, ¿cuál será la garantía de que el PRD no termine absorbido por el nuevo oficialismo?
La otra ruta es la de la alianza con el PAN. Como digo arriba, los perredistas ya han ganado varias elecciones para gobernador junto con Acción Nacional.
Lo han hecho desde 1999, en Nayarit, mediante una alianza que –¡oh, paradoja!– fue negociada por el propio López Obrador cuando ocupó la presidencia nacional del PRD.
Con esas alianzas, el perredismo ganó además las gubernaturas de Chiapas (2000), Puebla (2010), Oaxaca (2010), Sinaloa (2010), Baja California (2013), Veracruz (2016), Durango (2016) y Quintana Roo (2016), aunque, ciertamente, nunca llevando como candidato de la coalición a uno de los suyos.
Perredistas y panistas se conocen desde hace años. Sus ancestros no tan remotos trabajaron juntos para hacer frente a los fraudes electorales de 1986, en la elección para gobernador de Chihuahua, y de la presidencial de 1988.
Incluso lograron sobreponerse a un acuerdo entre el PRI y la Secretaría de Gobernación –negociado en 2010 por Beatriz Paredes y Fernando Gómez Mont–, que buscaba evitar la postulación de candidatos comunes ese año.
En este escenario, el PRD enfrentaría el mismo peligro que en el otro: en caso de triunfar la coalición en 2018, ¿cómo defender su posición como socio del gobierno? La presente coyuntura no ofrece una alternativa obvia para el PRD.
El partido se ha desdibujado, más que por sus polémicos acuerdos con los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, por su incapacidad de superar los viejos clichés de la izquierda y por haber creído en el caudillismo –un virus inoculado por el nacionalismo revolucionario priista– como un camino para tomar el poder.
