La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Algo que me encanta de Facebook es que puedes conectar con personajes que nunca pensaste conocer en persona.
Las redes sociales tienen múltiples usos, y uno de ellos (si eres hábil y posees un poco de gracia) es cumplir tus más caros sueños infantiles.
En pocas palabras, te acercan al otro (aunque haya una fría pantalla de por medio).
Supongo que existen infinidad de historias fantásticas donde la damisela desprovista de virtudes logra conquistar al galán inalcanzable, no con el poder de la palabra, sino con el socorrido recurso de la fantochería.
Casos en los que X se engancha con Y porque Y tiene un cuerpecito híper trabajado en… ¿Photoshop?
La ventaja de ligar por internet es que te da tiempo de ir a Wikipedia y abonar a la charla una retahíla de infundios que en persona serían imposibles de sostener. Claro que el efecto retardado en la conversación puede generar en el interlocutor ciertas dudas, pero el embustero o embustera siempre tendrá la opción de argumentar que se quedó sin batería o que le falló la conexión. ¡Una belleza eso de las redes sociales!
Imagino qué terrible debe ser estar frente a tu presa y no poder mantener una conversación interesante. Los nervios traicionan al farsante y ¡pum! El encanto desaparece: tanto el encanto de conocer a alguien con ciertas afinidades, como el frentazo al comprobar que sus medidas están invertidas, es decir, que el tipo o la tipa no está tan bueno (a) como aparece en su foto de perfil.
En mi caso personal he conocido a personajes muy interesantes por internet. Interesantes tanto para bien como para mal, y casi siempre he traspasado la barrera la virtualidad con todas las consecuencias que conlleva.
Cuando abrí mi cuenta de Facebook no tenía ningún tipo de intención de codearme con artistas ni escritores ni músicos. Ya tenía suficiente con lidiar con los dueños de la escena artística aldeana, cuyos egos (a veces) son más robustos que el de los “cacasgrandes”. Pero la maquinaria siniestra de las redes me arrastró y quedé entrampada. Hoy la mayoría de mis amigos son artistas, pintores, músicos y escritores a los que sólo veía en sus respectivos escaparates.
¿Que cómo me ha ido en la aventura? No me quejo. Trato con gente maravillosa que aporta mucho a mi amargura, y por lo tanto a mi felicidad, pero también convivo con una horda de chacales y sanguijuelas cibernéticas.
Mi madre, como todas las madres metiches, me pregunta por qué no bloqueo a las sanguijuelas. Le respondo que tengo como regla no bloquear a nadie. Le digo que a las sanguijuelas, como a los enemigos y las ex parejas, hay que tenerlas bien cerca.
Es increíble, pero esos entes siniestros aportan más a tu vida que los figurones. Más si te gusta observar su macabro modus operandi.
Facebook, me dijo un amigo muy locuaz, es un manantial inagotable de mierda y miel.
Justo cuando estoy escribiendo esto, chateo con un personaje que conocía desde la adolescencia. Un buen actor mexicano hijo de otro buen actor y nieto de una tremenda actriz… las estirpes brillantes son mi debilidad.
Platico con él como si platicara con mi vecino. Nos tuteamos y hasta entramos en confidencias. Chismeamos y echamos veneno sobre la gentuza que circunda en nuestros oficios. Coincidimos sobre todo en las fobias. Reímos. Nos mandamos emoticones. Ya sólo nos falta hacer una videollamada para beber copiosamente y hacer del encuentro algo más casual.
Siempre es mejor ver la cara del interlocutor. Brindar y desplegar una buena dosis de mala leche levantando un caballito de tequila o mezcal.
Los minutos vuelan y detecto algo que había pasado por alto: estoy platicando con el hijo de mi primer amor platónico (Mea culpa: siempre me han gustado los rucos).
Mientras charlamos sobre la cotidianidad, recuerdo cómo odiaba a Leticia Calderón cuando se prendía al cuello a mi crush televisivo. Esa fue, sin duda alguna, la primera vez que sentí el fuego atroz de los celos. Y algo más radical: la primera vez que sentí ganas de estrangular a un ser humano.
También el padre de mi amigo provocó (sin saberlo) una afrenta perpetua entre mi madre y yo. Porque mi mamá (en ese entonces una guapa treintona de ojo verde y buen palmito), también soñaba con el actor. De hecho fue gracias a ella que lo vi por primera vez pues odiaba ver sola las telenovelas, así que yo era su comparsa ideal.
Digo que tuvimos una afrenta porque ella, mi madre, lógicamente (y por las leyes de la probabilidad) tenía más chance de robar el corazón de nuestro galán. Simplemente porque ella, mi madre, era en verdad muy muy parecida a Lety Calderón.
La muy sinvergüenza (y ventajosa) le copiaba el look descaradamente y eso yo me lo tomaba muy personal. No había para dónde hacerse: yo era una mocosa prieta, jiotosa y enjuta de 13 años cuando mi madre era una señora rubia, de pechos turgentes y ojos a lo Christian Bach.
Conclusión: Alejandrita llevaba todas las de perder en el remoto caso de encontrarnos algún día al susodicho actor.
Eso pensaba al teclear alegremente y ver las fotos de mi amigo; a quien hace más de veinte años veía en Dulce Desafío y que, por orden natural de la cosas, me tocaba conquistar. Digo: mi madre era la novia del padre, ergo, a mí me tocaba el hijo.
Situaciones por el estilo suceden a diario en las redes sociales.
Lo interesante del asunto, como ya lo dije, es no discriminar. Siempre hay diamantes escondidos en el chiquero de los cerdos. Aunque para encontrarlos tengas que chutarte mil veces a los clásicos arribistas de ventas multinivel que saturan tu inbox con un estúpido: “Ola, ¿te puedo hacer una pregunta?”.
A esos sí, querido lector, hay que mandarlos sin piedad a la chingada.
