La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Los verdaderos fans de las estrellas de cine (o de rockstars o deportistas) hacen todo por tener algo de su ídolo. Y todo es todo.
Recordemos la escena de la película The Wall, donde unas grupis que intentan entrar a al backstage de Pink, le dan tremendas mamadas a un elemento de seguridad gordo y negro.
También me viene a la mente cuando Nico (que sería con el tiempo vocalista de Velvet Underground) le aplicó la misma técnica lingual a Jim Morrison en un elevador.
Otra anécdota, pero de ficción, es la siguiente: en la película “Priscila, la reina del desierto”, una caravana de vestidas van de gira en su camper, y una de ellas trae colgado del cuello un mini frasquito con algo que parece una figurilla fósil. Pero resulta que esa figurilla fósil no es otra cosa que un fragmento de mojón de uno de los miembros de ABBA.
De ese tamaño llega a ser el fanatismo.
Yo no he corrido con suerte en el acoso de mis ídolos. A los que he visto, los he visto muy de lejos y no he llegado nunca a traspasar la barrera de lo ilegal.
Hace poco, cuando vino Roger Waters a México, tenía toda la intención de irlo a interceptar a la salida del hotel St. Regis. Ya lo tenía planeado: iría, según yo, ataviada con algo sexy sin que rayara en lo vulgar. Algún vestidillo con botines. Los botines suficientemente altos para pescar del cuello a Roger, besarlo, y convertirme inmediatamente en la señora Waters para así decirle adiós a esta vida proletaria. Supuse también que el ruco no se resistiría a mi asedio. No es por mamona, pero no ha nacido el hombre entrado en canas que me haya rechazado.
Total que por culpa del maldito tráfico que se arma todo los días en la avenida Thiers, no llegué al St.Regis a la hora estipulada para llevar a cabo mi asalto. Una vez más, el señor Aguas se me fue vivo. Ni modo, ya regresará el año que entra a tocar las mismas rolas de toda la vida.
Entonces pensé en llegar al hotel aunque sea para escabullirme como si fuera una huésped y corromper a algún empleado para entrar al cuarto de Waters y robarle, mínimo, un calcetín (y dejarle una notita enigmática sobre su cama junto con una foto mía en cuyo reverso hubiera puesto la frase: “call me, babe”). Pero el tiempo apremiaba, así que, o cumplía mi sueño delincuencial, o llegaba a tiempo al concierto. Cosa que tampoco ocurrió pues me topé con un embotellamiento tremendo afuera del Foro Sol.
Ni hablar. Creo que mi carrera como grupi fue, es y seguirá siendo una materia trunca.
Supongo que lo mismo le pasó a Mauricio Ortega, el ex director de La Prensa que se robó los jerseys de Tom Brady.
La pregunta aquí es: ¿es tan fan del futbolista o más bien planeaba hacer un bisne?
Yo creo que más bien lo segundo.
Estos tiempos no están para guardar tesoros (si a duras penas tiene uno para comer).
Pobre sujeto… aparte de quedarse como el perro de los dos jerseys, ha pasado a la historia como otro mexicano impresentable.
Como los que apagaron el fuego olímpico con meados, como el Chapo Guzmán o como el egipcio radicado el Puebla que alzó la mano para iluminar el muro de Trump.
Lástima, Margarito.
