Encrucijada

Por Luis Antonio Godina / [email protected]

 

En 2011, el Reino Unido llevó a cabo un referendo para preguntarles a los votantes si querían cambiar la forma cómo elegían a sus parlamentarios.

La propuesta era que los electores decidieran si querían cambiar la manera en que elegían a sus parlamentarios y, si en vez de votar por un candidato, pudieran decidir si querían ordenar a varios precandidatos en orden de preferencia.

Con ello se buscaba que esas preferencias pudieran ser usadas para decidir el resultado de una elección en casos donde ningún candidato lograra más del 50% de los votos.

La propuesta fue rechazada.

Ese es un ejemplo en el que la democracia, y los votos, ordenan el rumbo de una nación, ya ni hablar del caso del Brexit.

Y es que, hoy, la democracia está a prueba todos los días, no solamente en los procesos electorales.

No es demócrata aquel que va a votar en las jornadas electorales, para vivir en democracia se requiere que los ciudadanos participen en el control de aquellos que fueron elegidos.

Una elección es, apenas, el punto de partida de la vida democrática. Ahí se elige a quienes desempeñarán puestos públicos y tomarán decisiones que nos afectarán como ciudadanos. Pero sólo eso.

Lo que viene después es la vida democrática en la que debemos participar los ciudadanos: cuidar el destino y el ejercicio de los recursos públicos, vigilar la elaboración de las políticas públicas que nos beneficien y, el actuar personal de quienes toman las decisiones.

Fortalecer a nuestra democracia no es tener más controles para las campañas electorales y la jornada comicial –que no sobran— se necesita que haya, cada vez más, evaluaciones de quienes recibieron el respaldo de los votos.

Y, aunque parezca una verdad obvia, la democracia necesita de demócratas, de hombres y mujeres que crean y respeten a las instituciones, que fortalezcan el diálogo, que sean capaces de construir y no de destruir.

Los demócratas impulsan la participación ciudadana, no la limitan; buscan soluciones, no conflictos; rechazan las verdades absolutas y encuentran, siempre, la manera de edificar paredes con las opiniones de la mayoría.

Una democracia sin demócratas se convierte en una dictadura, y eso no lo queremos los que queremos un México unido, no dividido

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