Fotos: Daniela Portillo
Por: Guadalupe Juárez 

Cada Viernes Santo en Atlixco se detiene el tiempo.

El sonido de las cadenas que arrastran de los pies un grupo de 70 hombres reverbera en cada rincón de las estrechas calles de este municipio, ubicado a 30 minutos de la capital del estado de Puebla.

Los pasos y el peso de las cadenas en sus hombros, de más de 200 kilos, es equivalente al de sus pecados, aseguran a quienes en este pueblo mágico llaman "engrillados".

Su viacrusis dura tres kilómetros. Deambulan bajo los rayos del sol que caen a plomo sobre su torso desnudo, observados por sus familiares y turistas de distintas partes del país.

"También vienen de Estados Unidos, hay migrantes, de la capital poblana y los que somos de Atlixco. Ha crecido este acto de fe", asegura Jaime Garcés, coordinador de los engrillados.

¿Pero qué hace que un hombre cargue con 200 kilos de cadenas bajo el sol y con espinas sobre su cuerpo que laceran su piel?

"Cada quién sabe el tamaño de sus culpas y de su historia", relata Jaime, que a sus 74 años y con dos bastones como soporte allana el camino que en minutos seguirá el contingente de los engrillados.

La tradición de que un grupo de hombres vestidos con un taparrabos y una capucha que oculte su identidad, detenida por una corona de espinas, data de los años 30, cuando José Muñoz Ariza, oriundo de Huaquechula, llevó a las calles adornadas por flores una tradición que permanecería en el lugar pese a su muerte.

Los habitantes en Atlixco relatan que el fundador de esta procesión no era "muy católico", pero arrebatarle la vida a una persona lo obligó a buscar el perdón bajo el cobijo del ex convento Franciscano, ubicado en Atlixco en donde, con una corona de espinas en su cabeza y cargado de eslabones de metal en su cuerpo, buscaba aminorar la culpa.

El remordimiento de la persona asesinada lo persiguió hasta en sus sueños durante sus últimos días con vida.

Con el paso de los años, más personas se unieron al recorrido en busca de un milagro o por agradecimiento a Dios, bajo la guía de dos imágenes religiosas: Jesús en la cruz y la Virgen María.

Así fue como cada Viernes Santo, explica Jaime, la práctica religiosa se convirtió en tradición entre los habitantes de Atlixco.

"Los jóvenes son los que más quieren participar, hace un año eran 50, ahora son 70. La culpa que cargan, sólo ellos la saben, nadie más”.

Pero las historias de ese peso las guardan para ellos mismos.

La preparación

Para ser un engrillado se necesita de fuerza física y espiritual. La primera consiste en correr para obtener resistencia para emprender el trayecto; la segunda en asistir a misa y a pláticas en la iglesia durante los tres meses previos al festejo religioso.

En Viernes Santo, quienes participan llegan a un espacio techado al lado del templo para prepararse en compañía de dos personas que lo asistirán durante el recorrido, pueden ser sus familiares o amigos. Sólo hombres.

Los engrillados visten con un taparrabos negro, dejan el resto de su cuerpo al descubierto. Una capucha oscura les cubre el rostro, obstruyéndoles la visión y ocultando su identidad.

Dependiendo de la persona, los asistentes les clavan en sus brazos y piernas espinas de Huizache, una especie de tuna, que ellos buscan días antes. Previo a esto se les unta alcohol para evitar infecciones provocadas por los rayos de sol que los bañarán en el trayecto.

El peso de las cadenas depende también del engrillado, si sus condiciones físicas lo permiten puede cargar hasta 200 kilos, pero si la edad dejó estragos en su cuerpo sólo sostendrá 50.

Hay dos recorridos: el primero es realizado por la mañana, alrededor de las 9:30 horas y el otro al oscurecer, a las 7 de la noche conocida como la Procesión del Silencio.

Al caminar lo único que pueden beber es el jugo de limón.

A diferencia de otros años que en sus manos llevaban una charola, en la cual los espectadores depositaban una moneda que servía como donativo a la iglesia, en esta ocasión el párroco decidió que llevaran un crucifijo o una imagen de Jesús en la cruz.

En Atlixco las culpas se pagan con el peso de ellas en la espalda, bajo los rayos de sol.

 

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