La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia
Es el lugar diseñado para el aseo personal.
Es un cuarto ideado para estar solo.
En las casas, el cuarto de baño tiene necesariamente una ducha, un lavamanos, un sanitario y un espejo. Alguno cajones para meter los enseres de limpieza.
Muchos utilizan el cuarto de baño para pensar, para leer y para proyectar su día.
¿Cuántas mujeres no han llorado bajo la regadera?
Algo tienen los baños que no tienen las demás habitaciones de una casa. En el baño estás tú y tu miseria. Tú y tus miedos. Tú y tus problemas. Tú y tus planes.
Bañarse, renueva.
Bañarse, purga.
Bañarse, quita la resaca (o la hace parecer menos catastrófica).
Hay quienes fuman en el baño. Parece un hábito legendario ya que hasta la fecha, a la hora de subir a un avión, los sobrecargos hacen énfasis que está prohibido fumar… “aunque sea en el baño”.
Lo curioso es que en las puertas de los baños del avión todavía hay, siempre, un cenicero de metal. Un cenicero triste que ya nadie usa. ¡Pobre cenicero! Ahora es recipiente de chicles, papelitos y demás basurilla minúscula.
Todos los baños tienen una historia que contar.
Los baños de las escuelas (sean escuelas pobres o muy finas) por lo general no tienen papel higiénico. Y uno se pregunta ¿por qué? Si a todos los alumnos les piden al ingreso a clases uno o dos o tres paquetes grandes de papel sanitario. ¿Qué hacen los maestros con esos papeles? ¿Para qué los usan entonces si no es para disponerlos en los baños? Imaginamos que se van al kínder, donde los niños los utilizan para hacer manualidades.
Es injusto. Debería haber una comisión inspectora del papel higiénico. ¿Cuántos rollos se han robado los directores? Seguro existe una organización secreta del tráfico de papel higiénico. ¿A dónde van esos metros, esos kilómetros de papel que los alumnos no usan? ¿A dónde van las almas del Regio, del Kleenex y del Suavel?
Los hombres necesitan menos del papel higiénico. Al menos eso se sospecha.
Sabemos que desde tiempos inmemoriales es mejor nunca saludar de mano a un chico pues es probable que haya ido a hacer pipí con antelación, y el papel y el agua no son prioritarios para su higiene. Algo hay de machista en esa acción repulsiva.
Soy de esa inmensa mayoría de mujeres que evitó y sigue evitando los baños públicos.
En la escuela vi las cosas más infames en el baño de las niñas. Y una se preguntaba, ¿qué les pasa? ¿Acaso las compañeras son igual de cerdas en sus casas o hacer ese tipo de inmundicias es parte de una rebelión contra el sistema educativo? Puede ser, puede ser. Pero no puede ser tanto. Más bien creo que el problema en los baños de damas es algo estrictamente accesorio. Cada mujer que entra a un baño público se siente insegura, y esa inseguridad sigue radicando en el extraño fenómeno del papel perdido.
He hablado mucho de este tema trascendental con amigas, con enemigas, con extrañas… hasta con las propias auxiliares de los baños públicos.
Ser mujer e ir a un baño ajeno es una suerte de penitencia. Se debe tener hasta conocimientos de la contorsión.
Los baños públicos siempre tienen el piso mojado. No sólo el área del lavamanos, sino también donde se encuentra el cubo del váter.
¿Quieres igualdad? Ve a un baño público. A cualquier baño. Los baños nos uniforman como sociedad.
Puedes estar en la central camionera o en un buen restaurante de Polanco y el baño te recordará siempre que eres un ser humano. Los baños vulneran la integridad. Son un curso propedéutico para la humillación.
Los baños públicos no conocen de elitismo.
A un concierto de los Rolling Stones irán miles de personas. Irán magnates e irán parias, y les tocará asistir al mismo espectáculo traumático que no es ver a Jagger hecho una momia sino tener que pasar por la tortura del baño.
Si hay algo complicado en esta vida, eso es aguantarse las ganas de ir al baño.
Más aún si estás en la fiesta, donde corren litros y litros de cerveza.
Tenía muchos años de no ir a un palenque y me preguntaba: ¿por qué no vas si te llegan boletos de cortesía?
Así, año con año, veía pasar el cartel y no asistía a ningún concierto. No me lamentaba porque por lo general traen a pura banda que no me gusta. Tampoco soy ludópata. No me enloquecen los gallos y evito a toda costa los tumultos.
No… no me interesaba ir a los palenques, pero inevitablemente me preguntaba ¿por qué no?
El domingo despejé mis dudas.
Fuimos a parar al palenque. Llegamos de rebote y rebotando.
Sólo así me explico que hayamos podido ir a ver a una banda de norteños que ni conozco ni me gusta. ¿Quiénes son los MS? ¿Por qué se llaman así cuando las bandas norteñas generalmente tienen nombres estrafalarios como “Los pelafustanes del bajío” “Los prófugos del ritmo” “La arrolladora” “Los hijos bastardos de don Cruz Lizárraga”?
¿Quiénes eran los tales MS?
Para mí todas esas bandas son los mismos changos con distintas lentejuelas. Y en efecto, con las mismas lentejuelas salieron dos docenas de muchachos con sus clarinetes, sus trombones, sus trompetas, sus tubas, sus tarolas, sus bombos y sus platillos. Todos calzando botas de ofidio negro con un curioso y peligrosísimo pico que amenazaba con sacarle un ojo al parroquiano que tuviera la mala suerte de estar ebrio en la primera fila.
La banda MS abrió con un tema que he escuchado en la radio: “Mi razón de ser”. La conozco, pero no tan bien como para cantarla y rasgarme las vestiduras. Sé que habla, entre otras cosas, sobre un machín que quiere que ella lo quiera porque no hay nada más bonito que quererlo. Ya sabemos: la clásica oda al macho perdedor que solloza en la ebriedad por una mujer a la que a su vez engaña.
La perrada estaba enloquecida con los estridentes metales (por cierto ¡qué huevones son los del clarinete!) y las cervezas habían hecho los suyo.
Ahora era cuestión de tiempo para recordar definitivamente porqué no me gusta ir a los palenques.
¡El baño, el baño! El inmundo baño de mujeres.
¿Van mujeres o van cerdos disfrazados de mujer?
¿Qué tiene que pasar para que una chava deje el retrete tan desastroso? ¿Qué les pasó en la infancia a esas mujeres? ¿Es un tema de alcohol?
No lo creo. Regresemos el texto; en las secundarias pasa lo mismo y es poco probable que las chicas lleguen ebrias al colegio.
En esos casos no queda otra más que inhalar, exhalar e imaginar un escenario alterno.
No estoy en este baño asqueroso, no estoy en este baño asqueroso.
Contorsión, aguilitas, equilibrio.
El suelo es una pista de patinaje y en cualquier momento puedes caer al vacío.
¿En dónde estaban los padres de estas niñas cuando tenían que enseñarles a ir al baño?
La banda MS sigue tocando sus éxitos. El gordito del platillo al fin se dignó a percutir sus instrumentos. Los clarinetistas nunca tocarán como un clarinetista de sinfónica, pero al menos saben hacer vibrar la caña de la boquilla. Saben hacer eso y cobrar en dólares, cosa con la que sueñan los músicos de conservatorio que sí acabaron no sólo la primaria, sino un apostolado…
Vamos de nuevo. Salir del baño público te hace humilde y amnésico, es decir, le vuelves a entrar a la cerveza con singular gozo olvidando lo que viste hace unos minutos: el retrete, el charco de meados frescos, el suelo-pista de hielo.
La memoria es temporal.
La fealdad, la existencia de la vejiga y la dependencia a los baños públicos, no.
Éstos, como “las cosas” de Borges, durarán más que nuestro olvido.
Seguirán las bandas, los palenques, la cerveza, las guerras contra el narco, pero nunca jamás crearán una comisión inspectora de baños públicos.
Mirar la miseria ajena es parte del sistema.
Sólo la mierda nos hará libres.
