Nazario Galicia tenía 19 años cuando los relámpagos lo golpearon por primera vez sin hacerle daño;  los adultos de Santiago Xalitzintla le dijeron que ese era su destino: ser tiempero

Por: Mario Galeana / @MarioG24H

Nazario Galicia Lucio tenía 19 años cuando los relámpagos lo golpearon por primera vez. Eran ráfagas luminosas que lo alcanzaban en los brazos y las piernas, sin hacerle daño.  Buscó el consejo de los adultos en Santiago Xalitzintla y le dijeron que era el destino.

Que su futuro sería, a partir de entonces, “tender el tiempo”.

Pero él no lo creía. Era un joven sin padres, nacido en un pequeño pueblo de Veracruz llamado La Gloria, quien por el azar había terminado en la última localidad en la ruta hacia el Popocatépetl.

Su padre había sido asesinado, su madre los abandonó a él y su hermano, pero ahora los cielos le decían que si existía alguien capaz de manipular el clima, de llenar los cántaros de agua, de sanar las heridas del pueblo, era él: un huérfano.

—Ellos, la gente grande de Xalitzintla, me dijo que mi destino sería así, y que sino lo atendía yo y mi familia seríamos castigados —me dice al pie del Popocatépetl, el coloso al que el pueblo rinde tributo para asegurar el bien de sus cosechas cada año. Junto a nosotros, la gente come salsa verde de puerco, tras haber ascendido cuatro mil kilómetros hasta el ombligo del volcán, en el que se realiza el rito.

Nazario es uno de los dos tiemperos de Santiago Xalitzintla. El otro, Antonio Analco, es un hombre mayor que decidió hace varios años dejar de narrar su poder a los fuereños. Antonio pertenece a una larga extirpe de tiemperos, entre los que destaca su padre, Pedro Analco.

Nazario reniega también de charlar con los extranjeros, pero cuando uno pregunta sobre Pedro Analco, sus palabras se suavizan y avanzan lentamente.

—Él sí era efectivo. Yo recuerdo que la gente le decía que ya no había agua para ellos ni para sus animales. Él nos abandonaba un rato y ya en la tarde regresaba. En la noche caía un aguacerazo y, a la mañana siguiente, él les decía a todos que ya tenían para darle de beber a sus animales.

Para los tiemperos, que son una clase de hombres-magos en Santiago Xalitzintla, las revelaciones en sueños son decisivas. Nazario mismo dice haber visto y haber conversado con Jesús.

Y, más fantástico aún, dice haber visto también los rostros de los volcanes Popocatépetl e Iztlaccíhuatl, los padres del pueblo.

—Él, Don Goyo, es una persona joven, de unos 40 o 45 años. Tiene una cara redonda y la barba cerrada, aunque muy bien rasurada. También tiene una gorra de futbol —me dice. Y, quizá por la fruición que ofrecen los detalles, le pregunto de qué equipo: “Como de las Chivas. No lo recuerdo”.

Nazario sostiene un pequeño vaso de plástico con tequila blanco. No hay, entre los pobladores que subieron hasta el ombligo del volcán, alguien que no lo beba. Quizá sea la sensibilidad a la que induce al agave, o la sola nitidez con la que dice haberla visto, pero el tiempero llora cuando le pregunto por Doña Rosita, que no es otra más que el volcán Iztaccíhuatl.

—Ahhh, la volcana —exhala, satisfecho—. Ella es amorosa; es una muchachota muy bonita, cariñosa. Ell nos cuida porque es nuestra madre. Yo le llevé sus zapatos, su collar, su vestido. Porque quiero que nuestra comunidad esté feliz, que nuestro pueblo mexicano esté feliz. Ella misma me dijo: “tráigame una cosa bonita, una cosa buena, no me traigas cosas maltratadas... traime una cosa bonita, una cosa buena”.

Y llueve, llueve dentro del tiempero.

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La magia del pueblo

Salvo el párroco, posiblemente no hay personas que se respeten más en Santiago Xalitzintla que los dos tiemperos del pueblo. Son personas a las que se recurren tanto por consejos, como por favores divinos.

En la jerarquía social destacan también los 24 mayordomos y sus 24 esposas que han decidido o han sido elegidos para servir por dos años a los 24 santos de la comunidad. Cada uno posee responsabilidades distintas en función de la fecha.

El 25 de julio, por ejemplo, Rodrigo de la Cruz Caro recoge las promesas que la gente envía hacia el Santo Patrono de Santiago Apóstol, de quien es mayordomo. Las promesas son enseres que la gente en la localidad compra para la estatuilla, a cambio de algún favor en específico. Y todo se realiza en medio de la más grande fiesta del pueblo.

El mayordomo de la Virgen María debe organizar posadas en diciembre, y así, hay responsabilidades y fulgor para cada día del año. A Víctor Soto, por ejemplo, le corresponde adornar la cruz que la gente de la localidad coloca en el ombligo del Popocatépetl, en un ritual tan antiquísimo que nadie recuerda cuándo dio inicio.

En realidad, Víctor dejó el pueblo desde hace más de 40 años, cuando era un chiquillo de 11. En cuanto terminó la primaria, su madre los mandó a él y a sus hermanos a la capital del país para buscar un empleo. Desde entonces vende frutos secos, aunque dice que nunca olvidará al pueblo.

Estamos frente al ombligo del volcán, una oquedad en mitad de un peñasco, y el viento nos mece el cabello. Frente a nosotros, el tiempero Nazario conduce el copal a las cuatro esquinas de la cruz.

—La donaron unos migrantes de Estados Unidos que se fueron hace tiempo —me dice. En realidad, el pueblo del volcán está lleno de migrantes: los que cruzan la frontera norte y los que, cómo él, se mudaron a otro estado.

Santiago Xalitzintla se encuentra entre las cuatro comunidades más rezagadas del municipio de San Nicolás de los Ranchos. Más de una quinta parte de las viviendas no poseen piso firme y hablar de lavadoras o refrigeradores es imposible: sólo unas 50 casas, de 512, cuentan con ellos, según el Coneval.

Por eso el exilio voluntario, la migración, es tan recurrente, tan asistido. La gente le tiene más miedo a la carencia que al volcán que humea y vibra a unos cuantos kilómetros de sus casas.

—Mucha gente se va al norte, pero algunos regresan para cumplir con su mayordomía —dice Víctor.

—¿Y no creen que el volcán haga erupción?

—No, si tuviéramos miedo ni siquiera subiríamos hasta el ombligo. Todo se hace con la fe de Dios. Mucha gente se espantaba de que nos atraparía el volcán, pero mire: toda esa gente ya hasta se murió. Nosotros aquí seguimos.

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