Los pobladores de la junta auxiliar de Quecholac se despidieron de sus muertos en medio de un ambiente de rechazo a las acciones de los agentes de seguridad pública

Por: Guadalupe Juárez / @lup24horas

Existen varios rostros en Palmarito Tochapan. El del luto que se demuestra con silencios largos y cabezas cabizbajas y el del reclamo que brota en palabras escritas o en maldiciones al aire.

El de los rastros de llantas quemadas en sus accesos principales. El de la gente que acepta un abrazo por la pérdida de su ser querido. El que amenaza con la mirada a las personas ajenas a él. El que asegura que el campo es su única fuente de empleo.

El que exporta rábanos o lechugas. El que vive de las hortalizas que brotan de la tierra. El que aprovecha el paso de la gasolina. El que reta. La comunidad cuyo nombre aparece en los principales titulares de noticias. Los que repiten, pese al negro de luto que llevan, no temer al Ejército.

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Este domingo las calles de esta localidad perteneciente al municipio de Quecholac, ubicado a una hora de la capital del estado, fueron invadidas por un silencio fúnebre, el de la tregua de cuatro días para que cada bando llore a sus muertos.

A los seis de Palmarito –cuatro que hoy sepultarán– y a los cuatro de los que ven como sus enemigos.

“Estamos con el mismo dolor”, dice una de las mujeres que sufre la pérdida de uno de sus familiares, un joven de 17 años que fue abatido en la refriega registrada la semana pasada. Las lágrimas ya están secas sobre sus mejillas y aprovecha los pocos micrófonos para pedir que no juzguen a los asesinados ni a los pobladores de esta comunidad.

“Mire mis manos, mírelas, son de una persona trabajadora, de campo. Alguien que labra la tierra. No que roba. No robamos. Él era inocente, los seis”, agrega mientras se persigna al observar que uno a uno de los ataúdes son acomodados a la entrada de la iglesia.

Los cuatro féretros, uno blanco y tres cafés, son flanqueados por seis varones que más tarde cargarán sobre sus hombros los cuatro cuerpos para sepultarlos y por un niño que mostrará una fotografía de las personas fallecidas.

El menor de los cuatro, el joven de 17 años, tiene una imagen impresa en papel fotográfico con un moño al lado. Sonríe. No es posible saber más de él porque sólo se ve su rostro. Su cabello negro. Su sonrisa jovial.

El segundo retrato corresponde a un hombre con camisa a cuadros blancos y azules, que luce un bigote y cabello canoso, mirada seria; el fondo es un montaje de un paisaje con Jesucristo sentado. Su imagen es protegida por un marco de madera del mismo color de su ataúd.

En otro, un hombre más viste una camisa de cuadros morados y porta un sombrero crema con detalles dorados en los bordes. Una pequeña mueca como sonrisa y un fondo azul también con la imagen de Jesús.

La última fotografía es de un hombre robusto enfundado en una camisa negra y un saco color azul cielo. Mira fijamente. Una niña abraza con fuerza el retrato sin marco. El silencio sigue. La música de los mariachis lo llena.

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El párroco de Palmarito no puede evitar defender a su comunidad. En la ceremonia eclesiástica primero habla del perdón, de la muerte, del dolor. Luego hace un paréntesis y muestra su enojo.

“Ojalá también haya versiones del verdadero Palmarito”, suelta en medio de la despedida a los cuatro pobladores.

“El verdadero Palmarito”, rezan en la iglesia de su pequeño Zócalo. El mismo que luce repleto de habitantes que ya no caben en el recinto religioso y que esperan la salida de los cuerpos para acompañar al cortejo fúnebre.

El sacerdote prosigue: Palmarito es un pueblo de Dios, de campesinos. De aquellos que surcan sus campos exportando, llevando la mercancía a otros países. El verdadero Palmarito. Tal vez refiriéndose al que en una búsqueda de internet lo describe como una localidad de 17 mil 213 habitantes. El que el 34% de la población mayor de 12 años está ocupada laboralmente. El que el 12.83% es analfabeta. El que queda cerca de Palmar de Bravo, cuya presencia de militares es constante, mientras las tomas clandestinas explotan con camionetas consumiéndose a sus lados.

Los rezos se combinan, al igual que la muerte con las vidas nuevas. El clérigo hace una pausa más en el luto y bautiza a cinco bebés. Los padres y los padrinos evitan la sonrisa en las fotos cuando cae agua bendita sobre la cabeza de los niños. Al frente tienen los cuatro ataúdes en donde tallaron sobre ellos la figura de la Virgen de Guadalupe.

“Palmarito, no dejes que te bajen la autoestima”, culmina el sacerdote.

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“Maldito sea el soldado que vuelva sus armas contra el Pueblo”, “Las mujeres y los niños no somos escudos de nadie”, “Paz y tranquilidad para Palmarito, pueblo de gente trabajadora”, se lee en la salida y entrada de la comunidad, al pie de la autopista Puebla-Veracruz. Dos helicópteros sobrevuelan el lugar.

—Mira, nosotros ya no creemos en los medios, ustedes no dicen la verdad –dice una de las habitantes que advierte a sus acompañantes que no puede dar declaraciones–; es que no ponen lo que nosotros les decimos, nos dicen que somos delincuentes –agrega otra–, mejor vete porque hasta puedes salir golpeada, la gente está enojada, –añade una habitante más.

Existen varias caras de Palmarito Tochapan. La de hoy, retrataba la del luto y la rabia.

Los militares caídos, ante la agresión de la delincuencia organizada en Palmarito fueron el policía militar Máximo M. H; el soldado de infantería José Manuel L. R.; el militar desde hace 11 años, Miguel V. A.; y Rolando M. H., de 41 años de edad. / JOSÉ CASTAÑARES
Los militares caídos, ante la agresión de la delincuencia organizada en Palmarito fueron el policía militar Máximo M. H; el soldado de infantería José Manuel L. R.; el militar desde hace 11 años, Miguel V. A.; y Rolando M. H., de 41 años de edad. / JOSÉ CASTAÑARES

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