La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia

 

Mexicanos al fin.

Colgados de una mentira legendaria que se sostiene por los hilos dorados de la fe.

Ya hemos visto: un pueblo puede estar hundido en la miseria, pero el dinero sale porque sale para las fiestas patronales. Creen que la figurilla de yeso les obrará el milagrito. Y se los concede, claro, pero con trampa: atribuyéndole al santo de su devoción poderes que sólo existen en el imaginario colectivo.

De niña, recuerdo, vivía a escasos diez metros de una iglesia. No es extraño que esto suceda en Cholula, donde según la leyenda hay una iglesia por cada día del año (dato equívoco, ha de haber unas 150 y aun así son muchísimas).

Vivía junto a la iglesia cuyo patrono era un santo montado a caballo (¿San Jorge?) y cada que se realizaba el festejo de dicha iglesia, el santo (al que yo llamaba “San Pachón” por su abundante cabellera) salía montado en andas de los parroquianos que empulcados o mariguanos lo llevaban de visita a otra iglesia.

¿Cuánto costaban esas fiestas?

Lo suficiente para reacondicionar algunas calles o por lo menos pintar las guarniciones o reemplazar las bombillas fundidas que tenían sumergido al barrio en las tinieblas. Mi barrio, el así llamado Barrio de Jesús, era, es y será siempre un barrio bravo cholulteca. Por eso mismo uno era incapaz de proferir alguna impertinencia sobre los onerosos festejos de San Pachón.

Desde tiempos inmemoriales hemos sido testigos de los excesos de la iglesia católica (casi superados por las iglesias y los pastores cristianos, cuyas carreras benditas les llenan los bolsillos), lo que da como resultado la temeraria afirmación que no existe en el mundo una trasnacional más redituable que la religión.

En México tenemos a santos increíbles. Santos que han ingresado a las filas de la divinidad gracias al folclore y al propio fanatismo.

Ahí tenemos a los adoradores de La Santa Muerte o a los grupis (y digo grupis porque la mayoría son narcos y cantantes de bandas norteñas) del santo Malverde, que a pesar de no estar registrado ante el Vaticano S.A de C.V como un santo oficial, los habitantes de Sinaloa y estados aledaños lo idolatran por considerarlo una especie de Chucho “El Roto” o un Robin Hood culichi.

La existencia del santo Malverde es un hecho cuasi surrealista, aunque pensándolo bien, en el catálogo de beatos y santos de la iglesia católica hay varios malandros que se elevaron a los altares gracias al cabildeo de otro tipo de malhechores… mortales y con lana, por supuesto.

Los seguidores de Malverde se parecen, de hecho, a Malverde: usan bota, hebillas doradas y sombrero.

Malverde está estrechamente ligado a los narcos, así pues, cada vez que un capo o un camello o un halcón sale a chamabear, encomienda tanto su vida como el botín al singular patrono de las fechorías.

Para no desentonar y ponerse al tiro con los norteños, acá en Puebla ha nacido un nuevo santo que protege a otro tipo de rufianes…

De unos años para acá, la palabra “Huachicolero” ha sufrido una metamorfosis kafkiana. Antes, los huachicoleros eran los encargados de extraer la savia de la caña y el aguamiel del maguey para transformarlas en bebidas alcohólicas. Eran, por llamarlos de alguna manera, los “chupachupes”.

Ahora el término “Huachicolero” es mundialmente conocido como aquella persona que extrae combustibles ilegalmente  de los ductos de PEMEX.

Esta actividad se ha convertido en un verdadero cáncer en el llamado triángulo rojo poblano. Es acá, en nuestro prístino estado, donde ha estallado un conflicto que ha devenido violencia y muerte. Para muestra, el pasado tres de mayo, cuando la celebración del Día de la Santa Cruz se cubrió de luto en Palmarito.

El huachicol es ya considerado un delito grave, por lo tanto los huachicoleros han tenido que buscarse una manera de pontificar sus latrocinios con el propósito de convencer a sus coetáneos de que lo que hacen es un bien para la comunidad, pues el precio de los combustibles está por los cielos gracias a los otros huachicoleros (los de cuello blanco. Los “chupaerarios”).

Para no faltar a la bonita tradición de sacralizar el delito, la clase huachicolera se ha inventado un nuevo santo: El Santo Niño Huachicolero. Que no es otro más que el mismísimo niñito Jesús interpretando uno de sus múltiples papeles protagónicos.

El Santo Niño Huachicolero es un Baby-Yisus sentadito en su modesto trono, con manguera y bidón en mano.

Dejo ante ustedes la imagen que seguro dentro de unos años se volverá famosa entre los pueblos adictos al chupaducto.

Dios mío, ¿cuántos más?

¿Cuándo parará esta explotación inaudita de tu imagen?

Respuesta: Hasta que aceptemos que no existes, y si exististe algún día, no fue Nietzsche quien te mató.

Más bien te mataron tus amados hijos a punta de balazos y demostraciones del más nauseabundo mal gusto.

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