Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río
Cuando en este espacio pregunté, al día siguiente de la segunda vuelta electoral en Francia, dónde estaba el Emmanuel Macron mexicano recibí algunas críticas.
Me cuestionaron por una comparación entre Francia y México que yo no había hecho. Por mis antecedentes, créanmelo, sé distinguir muy bien entre un país y otro.
A lo que me refería, más bien, es la ausencia de una propuesta política que rompa con las viejas luchas ideológicas mexicanas: liberalismo contra conservadurismo, izquierda contra derecha.
Esas categorías dicen cada vez menos a los mexicanos de a pie. Son ataduras de la clase política cuyos integrantes se sentirían huérfanos sin una etiqueta de esas.
Curiosamente, en este país nadie se atreve a autonombrase en público conservador o derechista. En cambio, cualquiera se sale con la suya si antes se coloca la etiqueta de liberal o izquierdista.
Ya lo decía el finado presidente argentino Néstor Kirchner: “La izquierda da fueros”. Es decir, basta que un político diga que se forma en ese espacio del espectro ideológico para que deje de ser sospechoso, de actos ilegales o ajenos a la ética, ante los ojos de opinadores que siguen comprando esa categoría.
Yo insisto en que nos falta un Macron mexicano en el sentido de una candidatura que asuma que esas vetustas coordenadas de la política mexicana se han vuelto irrelevantes y que lo que distingue hoy en día una posición política es otra cosa.
En la segunda vuelta en Francia no estaban en juego posturas ideológicas, aunque allá se haya seguido usando el espantajo de la “ultraderecha” para persuadir a los votantes de votar contra Le Pen.
Eso, en Francia, se entiende por la herencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero, ¿en México? ¿Qué significado puede tener aquí la etiqueta “ultraderecha”? Para poder hablar de ella hay que remitirnos al sinarquismo o a un grupo de orates que participaban en ridículas ceremonias de cofradía.
En México, el PRI se encargó hace años de volver irrelevantes las etiquetas ideológicas, de forma similar a lo que hizo el peronismo en Argentina.
Hoy en día es todavía más absurdo hablar de un mundo dividido en derechas e izquierdas.
¿Cuáles son los referentes de la izquierda mexicana? A nivel internacional, creo que no queda mucho más que Cuba, Venezuela y Corea del Norte, puesto que el eurocomunismo ha cedido las riendas a los movimientos nacionalistas populistas y la socialdemocracia está en plena crisis.
En lo interno, la izquierda mexicana es un grupo donde predomina la nostalgia por el arcaico nacionalismo revolucionario priista, cuyas recetas se siguen al pie de la letra: estatización y corporativismo.
De la derecha mexicana es más difícil hablar, porque, como digo arriba, muy poca gente en este país se atreve a lucir esa etiqueta. Cuando mucho, podemos referirnos al liberalismo económico, porque si digo democracia cristiana o solidarismo, quizá la mitad de los lectores no sabrán a qué me refiero.
Las categorías de hoy son otras, me parece. ¿Qué es lo que caracteriza al joven Emmanuel Macron como político? No desconozco que en su formación tuviese alguna influencia el ala reformista del Partido Socialista Francés, pero si hubiere que ponerle alguna etiqueta, yo elegiría dos: futuro y apertura.
Futuro, como oposición al pasado. Perdone la obviedad, lector, pero atreverse a romper en Francia con los pilares del Estado no es tan común.
Por supuesto, Macron no lo dijo con esas palabras en su discurso de toma de posesión. Prefirió hablar de un “renacimiento” de las instituciones y una “refundación” de Europa. Sin embargo, fue inequívoco su llamado a dejar atrás el pasado ineficaz.
La otra categoría para describirlo es la apertura. Nuevamente, recurro a la verdad de Perogrullo, pero hace falta: la apertura frente al cierre. La apertura frente al temor de la mundialización que hace que las naciones se encierren tras sus muros. “Choisir la France” era el lema de Le Pen. “Escoger Francia”, elegir lo que es reconocible, aunque no exista ya.
Ahí es donde, insisto, hace falta un Macron mexicano. Un candidato que renuncie a lo reconocible –que muchos creen que aún funciona, porque aún hay quien lo pregona– y arriesgue por un porvenir distinto. Un candidato impulsado por una coalición que vea al futuro, no al pasado.
