En tiempos de políticos con lenguaje corrupto y manipulador, con ciclos de noticias que no duran un día, sino una hora porque hay que “refrescar”  las páginas de internet es cuando más importa escribir  bien

 

Carta de Boston

Por Pedro Ángel Palou /@pedropalou

Harold Evans, sí. Sir Harold Evans. El mítico editor de The Times y de Random House, de Sunday Times y de Reuters acaba de publicar un libro excepcional justo para nuestra época: Do I Make Myself Clear? Why Writing Well Matters. Y sí, claro que importa y mucho escribir bien y claramente, y no falsear noticias. Importa más que nunca en tiempos de políticos con lenguaje corrupto y manipulador, con ciclos de noticias que ya no duran un día, sino una hora porque hay que “refrescar” las páginas de internet de los periódicos. Importa en una época en la que parece no importar lo que las palabras transmiten, una verdad.  Empieza con una cita maravillosa de Casa desolada, de Dickens, sobre la niebla y concluye que la única manera de salir de la niebla de la falsedad es escribir bien. Ofrezco a continuación una serie de puntos personales para lograrlo.

Hay que escribir bien, pero hay que ir más allá,  actuar con:

Humildad. Reconocer que se está en un tiempo nuevo y preguntarse sin miedo, ¿qué sé yo de lo que está ocurriendo? La comparación con otros momentos históricos es fundamental para comprender los riesgos de no atender los signos de estos nuevos tiempos.

Solidaridad. En otros momentos la gente, para protegerse, hizo escarnio del vecino, del otro. En lugar de apoyarlo lo denunció por cosas que no eran ciertas. En estos días aciagos hemos visto el papel políticamente activo de la solidaridad (en la marcha de las mujeres, en los aeropuertos, en los cientos de abogados trabajando probono en el suelo protegiendo a los más vulnerables.  El alemán Martin Niemöller, un pastor protestante, quien primero estuvo de acuerdo con Hitler y luego se dio cuenta de su error, lo dijo mejor que nadie en la famosa y multicitada sentencia  falsamente atribuida a Bertold Brecth, quien la popularizó: “Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era, después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde”.

Resistir. Esa es la palabra clave de la nueva acción política, porque no implica pasividad alguna. Hay un orden democrático, como lo había en la República de Weimar. ¿Por qué allí no se detuvo a un demagogo y aquí sí podría hacerse? Porque hoy hay formas de organización social, redes, teléfonos y una transparencia inexistente entonces. Hoy se puede mostrar a los cuatro vientos lo que está ocurriendo en tiempo real. La prensa dijo, por ejemplo, que en el aeropuerto JFK en Nueva York llegó la gente a protestar out of nowhere. No es verdad, llegó desde lo más profundo de su corazón. Michael Moore entre otros usó su poder social para convocar. Resistencia pacífica pero activa y apelar a las instituciones de la democracia liberal que debe sostenerse. Esos balances, esos pesos y contrapesos de los que estamos tan orgullosos deben hacer la diferencia esta vez.

Checar los hechos (Fact Checking). Los totalitarismos, lo ha dicho mejor que nadie Hannah Arendt, comienzan siempre proclamando una “realidad alternativa”. Negando la realidad. Esto ya está ocurriendo. No podemos estar secuestrados en la realidad alterna autoproclamada por una persona o su grupo. Hay que confrontar lo dicho con lo que la prensa seria reporta desde la trinchera. Más que nunca necesitamos corroborar todo lo dicho, ser paladines de la verdad.

No aceptar lo que es moralmente inaceptable. No todo cambio es positivo. Otra vez la filósofa alemana Hannah Arendt:   “El totalitarismo comienza con desprecio por lo que se tiene”. El segundo paso es la noción de que: “Las cosas deben cambiar, no importa cómo, cualquier cosa es mejor a lo que tenemos”. Los gobernantes totalitarios organizan este tipo de sentimiento de masas y organizándolo lo articulan y articulándolo hacen que el pueblo de alguna manera ame eso. Se les dijo antes, no matarás; y no mataron. Ahora se les dice: Matarás; y aunque piensan que es muy difícil matar, lo hacen porque ahora es parte del código de conducta. Ellos aprenden a quién matar y cómo matar y cómo hacerlo juntos… El totalitarismo apela a las muy peligrosas necesidades emocionales de las personas que viven en completo aislamiento y temor el uno del otro.

Las palabras. Tener especial cuidado con las palabras. Viktor Klemperer estudió con cuidado el lenguaje del Tercer Reich y demostró que la construcción del miedo tiene que ver con la creación de un vocabulario falso que todos creen. La primera palabra de este nuevo tiempo con la que hay que tener cuidado es carnicería (carnage), usada en la toma de posesión. No hay carnicería en las “inner-cities”.  O en Chicago. Las condiciones deben mejorar, es cierto, pero no hay que creer lo que la palabra designa. El nuevo desorden mundial no ha sido provocado por la gente, sino por líderes demagogos que han prometido una salvación utilizando primero el miedo para hacer creer que se está al borde del abismo y el apocalipsis. Como en el Brexit o como en la campaña por el No en Colombia. Hoy sabemos que los promotores de estos movimientos mintieron y manipularon con las palabras. No creer eso de “Las buenas noticias también son noticia”, cuando el político en turno no tiene en realidad nada nuevo que comunicar, sino su marketing deleznable.

Dudar. Hay que volverse a hacer preguntas esenciales. Una de ellas, sin duda es: ¿Qué le está pasando al mundo? Tariq Ramadan (un musulmán, por cierto), dio recientemente la plática¿Cómo crear sociedades florecientes en tiempos turbulentos? Su tesis central es una: en el corazón de las grandes filosofías y de las grandes religiones y de los grandes sistemas de pensamiento hay una palabra inmodificable: Paz. Ese corazón de lo que creemos y sentimos no importa de dónde vengamos Ramadan lo llama “lo universal íntimo”. Apelemos a ese íntimo universal que todos tenemos: vivir en paz. Con nosotros mismos, con el vecino, con la realidad. Lo que nos mete en líos no es eso que creemos todos, la necesidad de paz, sino el proceso de crear otredades, de hacer otros a los demás (o ningunearlos. Octavio Paz decía que esa palabra terrible quería decir hacer de alguien ninguno). Othering le llaman en inglés. Es buscar no lo común, sino la diferencia. De esa otrificación, si queremos usar una palabra dominguera, nace el miedo, se alimenta el terror. Esos, ellos, esa gente.  No son como nosotros. No se visten como nosotros, no siguen nuestras reglas, no rezan como nosotros. Un sinfín de etcéteras. En lo profundo buscan, como nosotros, ese íntimo universal: vivir en paz consigo mismos y con el mundo. Recordémoslo siempre.

Debatir. No temamos el debate, la confrontación sana de ideas, la discusión pública e íntima. De eso está también hecha la vida, de la posibilidad de crecer comprendiendo otros puntos de vista, los de mis opuestos también, no sólo los que comparten mis creencias. Escuchemos el otro lado, el otro punto de vista. En una democracia civilizada necesitamos pensamiento crítico que mueva no sólo el discurso sino la acción política. Disentir es valioso, escuchar a quienes difieren de nosotros debería ser igualmente valioso y constructivo.

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