Figuraciones mías

Por: Neftalí Coria / @neftalicoria

Para Julieta Coria

Durante años, con mi trabajo de escritura, de algún modo he tenido la experiencia del periodismo y he hecho trabajos que pueden inscribirse en sus honrosas páginas. Esta columna puede ser una muestra de mi cercanía a tan digno oficio.

Desde hace días he visto las manifestaciones de indignación por la vergonzosa lista de periodistas asesinados y desaparecidos, como fue el caso del sinaloense Javier Valdéz en el que quedan claras las maneras de actuar de los oscuros poderes. Un acto de injusticia como miles que siguen impunes en nuestra pobre patria, porque cada que sabemos de un periodista ha muerto en tales condiciones, recibimos una herida a nuestra libertad pública y un balazo bien dado al pensamiento y a la critica dirigida a los que todavía creen que la muerte de los que piensan y nombran las enfermedades que ellos mismos han inoculado en las venas del pueblo, acabarán con los hombres justos.

Actos así nos empobrecen más, nos quitan la oportunidad de tener confianza en el Estado y en la justicia de la que éste nos debe proveer. Y al igual que otros crímenes como los de algunos miembros de grupos minoritarios que luchan por libertad y derechos, el empobrecimiento de una sociedad sumamente lastimada, crece con la complejidad que crece la hiedra.

He conocido periodistas desde hace muchos años y he tenido magníficos amigos con los que he departido, compartido, respetado y admirado su necesario trabajo de informar bajo la lumbre de la reflexión y la búsqueda de la verdad. Pero es menester decir, que también he conocido sátrapas del periodismo a los que he repudiado y que suelen ser dueños de candeleros inmerecidos.

He estado cerca del periodismo, en los ya largos años de mi trabajo como escritor, y siempre he admirado a los que se juegan la vida, en nombre de la noble labor de informar y mostrarles a los demás, cómo son las facciones del descompuesto y hermoso rostro del mundo y cómo es que sucede la historia inmediata y el devenir de los hombres. He admirado esa labor de los que están escribiendo a zarpazos la historia que debemos conocer y sobre todo comprender, porque son ellos los que nos explican la conducta de una sociedad que hoy día, está infectada por la desgraciada sed de protagonismo idiota, de poder y de dinero.

Nunca ha sido fácil ejercer el periodismo y la historia nos da cuenta. Imagino las que pasaron periodistas durante la llamada Revolución mexicana, que ahora se ha dicho que fue una “guerra civil”, y después durante los complejos años posteriores en esas difíciles huestes de una compleja transición social. Y salto hasta nuestros días. Veamos la aciaga labor de los periodistas mexicanos en la que hemos sido testigos de muerte, acallamientos y compra de silencio y amenazas de muerte a los que quieren informar con veracidad, como es su obligación ética.

Una gran batalla han buscado librar los hombres de la cámara, la pluma y la pasión por decirle a los demás, por ejemplo, cómo fue un pueblo durante “la guerra” calderonista entre las fauces del monstruo de mil navajas del crimen organizado. Observemos el trabajo de los que quisieron encender con su palabra la verdad, tan escasa no sólo en esos años. Y sin que las cosas cambien hasta los días de Peña Nieto, seguimos siendo testigos de actos brutales que deberían ser reprochados duramente por un pueblo, que es quien paga por un solo precio la verdad y las balas que la acometen.

Y enmedio de la sangre derramada de los periodistas muertos, se levanta la bandera de la injusticia y el insensato sueño por que se callen, porque dejen que los grandes negocios negros florezcan como los hemos visto crecer, otra vez, con la misma complejidad de la hiedra.

No podemos dar la espalda a una lesa injusticia, ni podemos callar sobre el caso, como tampoco debemos alertar que la catástrofe nos afecta a todos, nos empobrece a todos, nos lastima profundamente, y quienes escribimos debemos mantener claro, que pensar y decir lo pensado, es un acto también de salud, cuando hablamos con razón y en nombre de la verdad.

Me impresiona el asesinato de Javier Valdéz. Veo su cuerpo sin vida en las fotos en plena calle como una muestra del odio a a la verdad, como el símbolo de una figura vencida, cuando se lucha por la verdad y contra los que quieren borrar todo rastro de levantamientos contra la impunidad y la clara crueldad de los asesinos. Pero también veo en esa imagen, el mensaje para que muchos escarmienten y no vuelvan a decir nada contra tan prolíficas empresas.

Es complejo entender estos crímenes con claridad y es todavía más complejo comprender la anatomía del negocio que los motiva, como no es fácil comprender su incontenible crecimiento, como el mismo crecimiento de la hiedra que crece y se aferra a un muro, a un tronco o a cualquier superficie en la que se adapta con total facilidad y se hace afín para que su crecimiento sea imparable e insospechable. Así, nunca sabemos cuáles son los suelos –en este caso subterráneos– por los que van creciendo los tentáculos de los grandes negocios negros, que siempre, desde hace largos años e insufribles sexenios, no hemos visto, porque si se quieren ver, su brutal fuego nos quemará los ojos.º

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