Por Álvaro Ramírez Velasco
Fotos: Ángel Flores/Agencia Es Imagen
“Yo no quiero París sin aguacero, ni Cholula sin ti… Lo que yo quiero, poblanita de ojos tristes es que mueras por mí…”, cantó Joaquín Ramón Martínez Sabina desde las profundas grietas de su voz, llevándose los aplausos más entusiastas de la noche de este jueves en el Auditorio Metropolitano de la capital poblana.
En el sexto concierto que ofreció en nuestro país –antes había estado en Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey–, como parte de su gira Lo Niego Todo, homónima de su más reciente disco, el andaluz aseguró que “México es terapéutico” y que en sus visitas “nunca ha faltado Puebla, y no podía faltar”, al menos una presentación.
Entre la evocación a su ya adelantado amigo Gabriel El Gabo García Márquez, “a quien cada vez extraño más”; la festejada ofensa al “cabrón” de Donald Trump y su muro; la ironía por la poca afectividad de Enrique Peña Nieto a la lectura y una leve burla por su copete, Joaquín se dio tiempo para relatar que recién viene de una operación de estómago, y que de ahí haya pasado tiempo sin salir a andar los caminos que tanto disfruta desde las tablas de un escenario.
Sabina, el de la endulzante demagogia, halagó al público angelopolitano luego del acompañamiento masivo de voces, gritos y susurros en la canción Y sin embargo: “cantan mejor que en el DF”, soltó.
Luego, rompió el encanto, pero dejó sonrisas: “lo mismo les dije en Monterrey”.
Absoluta negación, incluso de la verdad
Con producción nueva, por segunda vez soslayando de ésta a sus inseparables escuderos Pancho Varona y Antonio García de Diego, el cantautor se metió al estudio con Leiva y armó letras con Benjamín Prado, para una vez más reinventarse, a las casi siete décadas de vida y más de cuatro en escenarios.
Puntual, alrededor de 20:30, con sombrero blanco –un amago de panameño y bombín–, que luego alternó con el más clásico en negro, Joaquín Ramón Martínez Sabina apareció frente al público de Puebla, con una reverencia y el descapote del sombrero.
Lo niego todo, primer sencillo de la producción que apareció recién el 10 de marzo de este año, fue la canción que abrió el concierto de poco más de dos horas, con aforo completo.
De buen humor, pero ya con alguna parsimonia en la movilidad que antes derrochaba de un lado a otro, con chispazos de baile de pocos pasos, el flaco de Úbeda entonó primero siete canciones del nuevo CD.
De rock duro, a la sutileza de algo parecido al folk y hasta reggae fueron acompañados con bailes y manos levantadas de los poblanos en la sala del Auditorio Metropolitano.

Los sonidos de México
Entre las nuevas canciones, una en especial –dijo luego de dar un sorbo a una copa de algo que parecía vino blanco–, está Postdata, con esos “sonidos de México”, los que conoció cuando “me enamoré de José Alfredo” Jiménez, el poeta de Dolores Hidalgo, Guanajuato.
En el disco “van apareciendo sonidos de México por ahí. Cuando escribía esta pensaba en uno de esos bailes de provincia, con un kiosco en mitad de la plaza, con la orquesta tocando y una pareja de gordos maravillosos bailando”.
Al tomar el repertorio de la memoria, Sabina trajo de regreso la referencia a El Rey, y las charlas sobre él con “mi comadre Chavela Vargas”, a quien dedicó la canción Por el boulevard de los sueños rotos, compuesta ex profeso para ella. Pero antes vino la anécdota:
Hay la versión de que “José Alfredo no era lector. Yo no me lo creía, así que un día le pregunté a mi comadre Chavela Vargas: ‘oiga, Chavela, ¿usted vio alguna vez a José Alfredo con un libro en la mano?’. Me dice Chavela: ‘mire que no’. Y añade: ‘pero a usted tampoco’”, ironizó, a pesar de ser un lector voraz.
De sensualidad y añoranzas
Bromista con su edad, recién cumplió 68 años, con su mala salud de hierro, el mal llamado –él rechaza el mote– alguna vez “Dylan español” hizo referencia al ya fallecido escritor colombiano, que asentó su vida desde mediados de los 60 en México, Gabriel García Márquez.
Recordó la última vez que lo vio personalmente, cuando “ya estaba malito”, y le respondió a la pregunta de cómo se sentía: “hace tiempo que no me hago caso”, dijo el Gabo.
“Pensé que me estaba regalando” el título de una canción, la que en ese momento del concierto de la noche poblana, interpretó, con sensualidad abrumadora la maravillosa Mara Barros, su corista de estudio y giras, quien ya tiene en venta su primer disco en solitario, Por motivos personales.
En el equipo del vecino del populoso barrio de Tirso de Molina, en Madrid, no faltó, como desde hace más de dos mil conciertos, cuenta expresada de propia voz, Pancho Varona, en guitarra y otros instrumentos de cuerda; ni el tercero de abordo en antigüedad y de los primeros del trío en cariño, Antonio García de Diego, en teclados, piano eléctrico y también guitarras y requinto.
También pisaron las tablas con Sabina, la argentina Laura Gómez Palma al bajo; Jaime Azúa en guitarras de ritmos y requintos; Pedro Barceló a la batería, y Josemi Pérez Sagaste, en los metales y acordeón.
Vino el cierre del concierto, luego de interpretaciones en solitario también de García de Diego, Varona y Azúa, de canciones de Sabina, quien tomaba descanso para “ir por un tanque de oxígeno”, bromeó.
En el auditorio, cosa extraña, estaba en cuarta fila el secretario General de Gobierno de la administración estatal, Diódoro Carrasco Altamirano, con su esposa; quién diría que el solemne y hoy panista ex gobernador de Oaxaca, es un fan de quien en otro tiempo fue señalado como el “profeta del vicio”.
Igual aparecieron otras caras conocidas, de funcionarios federales y estatales. Esos que posiblemente, en lo acartonado de los trajes grises de su día a día, guardan anhelos de ser un Pirata Cojo, de convertirse en “el más chulo del barrio… pianista de un burdel… fotógrafo en Play Boy…”
Entre ellos, el subsecretario de Sedatu, Juan Carlos Lastiri Quirós; el delegado de la Sedesol, Juan Manuel Vega Rayet, y el auditor Superior, David Villanueva Lomelí.
Ojalá que volvamos a vernos
El concierto cerró con Pastillas para no soñar, pero ya antes, en el primer amago que despierta, para despertar el “otra, otra, otra” de los presentes, Sabina había sentenciado con su infaltable fusión de las canciones Noches de boda y Nos dieron las diez, su despedida:
“Ojalá que volvamos a vernos. Ojalá”.
