Ante delitos cometidos en el transporte público, se convoca en redes a hacer justicia por propia mano
Por Osvaldo Valencia y Mario Galeana
¿Qué es lo que queda en una madre cuando le matan a un hijo? Nada. Lo que queda es nada. Lo que queda es la muerte en vida.
Lo dice Alba López Juárez, la madre de Erik Bolio López. Hace mes y medio que Alba siente eso: la muerte en vida. Una muerte en vida que no sabe si ha encontrado justicia.
Alba llora detrás de unas gafas oscuras. Son las mismas que usó durante el velorio de su hijo, que fue asesinado a bordo de la ruta 27A la noche del 29 de abril. Fue una noche llena de sirenas policiacas.
Y después de eso, no ha quedado nada. “Me han arrebatado la vida”, dice. Y su voz aún se quiebra cuando quiere nombrarlo a él, a Erik. Cuando el asesinato se hizo público, cuando se supo por qué había muerto, la gente lo bautizó como “el héroe de la ruta 27A”.
Pero para Alba es más. Es “el héroe de los poblanos”, dice, mirando hacia arriba, hacia el cielo. Todavía guarda con ella una rosa blanca. La madre cuenta que la noche del asalto en que su hijo fue asesinado –aquella noche llena de sirenas policiacas– Erik llevaba consigo esa flor, que se ha convertido en lo último que tocaron sus manos: un recuerdo que aún guarda olor y que pronto se habrá marchitado por completo.
“No se pueden imaginar cómo destruyeron nuestra familia. Éramos la familia más feliz”, dice Alba, como si hubiese que dejar registro de lo que la vida era antes de aquella noche.
Todos han sido días imposibles desde entonces. Pero, incluso así, Alba sale ante los medios a dar una conferencia de prensa junto a su esposo, Luis Bolio Vázquez, y junto a las personas que trabajaron con Erik. Es una gris mañana del 14 de junio.
La madre asegura que, hasta ahora, la Fiscalía General del Estado (FGE) les ha ofrecido tres palabras sobre la muerte de su hijo: se está investigando. Aunque desde el 9 de mayo, la misma Fiscalía informó la detención de Luis Ricardo “N” como presunto responsable de aquel crimen.
Y el crimen, según la nota roja, ocurrió así: Erik abordó la 27A después de las 22 horas de aquel 29 de abril y, apenas encontró asiento, sacó su teléfono para escribirle a su novia. “Ya subí”, le dijo. Pasaron unos 15 minutos hasta que tres sombras abordaron también el autobús. Y vinieron los gritos: “¡Las carteras! ¡Los celulares!”. Y vino ese momento –terrible– en el que una de las sombras intentó, sin que sepa bien por qué, golpear a una madre y a su hijo. Justo ahí intervino Erik. Intentó hacer algo, pero el plomo le cruzó la piel. Fue, sí, una noche llena de sirenas policiacas.
Cuando la Fiscalía tuvo la precisa narración de esa noche, cuando consideró que tenía suficientes pruebas, se detuvo a Luis ricardo “N” y un juez dictó auto de prisión oficiosa en su contra.
La maquinaria de justicia parecía haber cumplido, hasta que un nuevo asalto asoló la ruta 68. Tras el robo, una pasajera a la que no le quitaron su teléfono celular grabó a la gente, hecha un jirón, que había sido víctima minutos antes: gimoteos, gritos, una mujer a la que había que soplarle para que retomara el conocimiento.
Y, en esa espiral de ansiedad, alguien encontró un teléfono: el de un asaltante.
Las fotos que contenía se subieron a Facebook y Twitter, y en unos cuantos minutos todos podían ver a los supuestos responsables del asalto.
Hubo gente que había estado en el atraco de la ruta 27A, que había sido testigo del homicidio de Erik Bolio, y cuando tuvieron ante sí las imágenes de los otros asaltantes, los de la ruta 68, no dudaron: uno de ellos había sido el verdadero asesino del hijo de Alba. Tiene, ya, incluso, apodo: El Migra.
Ella, la madre, no lo sabe. No busca que el gobierno le compense con dinero la muerte de su hijo. No quiere, dice, “cortar cabezas” en las dependencias de seguridad pública. Pero los rumores sobre el auténtico homicida de su hijo le han sembrado dudas: por eso quiere justicia.
“Nunca pensaste en las lágrimas de tu familia. Hiciste bien, hijo. Yo lo haré también y estoy dando la cara, y así como fuiste valiente, también lo soy yo”, le habla.
Convocatoria para matar
En las redes donde han circulado las fotografías extraídas del teléfono olvidado por uno de los supuestos asaltantes se ha acompañado a las imágenes con una convocatoria: una convocatoria para matar.
Varios aseguran que El Migra vive en el barrio de San Antonio, junto a los presuntos integrantes de su banda.
En Facebook se han hecho eventos públicos para ir hasta la casa de todos ellos a una sola cosa: a lincharlos.
Uno de los hombres que supuestamente había sido retratado en aquel teléfono celular se presentó ante la FGE para deslindarse de cualquier crimen. Ante los medios se identificó como Eduardo Villarce y dijo ser taquero, no “raterillo”, como algunos portales de información ya lo han calificado.
También presentó una denuncia ante la Policía Cibernética para conocer el origen de la difusión de su fotografía. Porque la amenaza de un homicidio tumultuario, un linchamiento, sigue latente. Las mismas autoridades han dicho que policías municipales cuidan ya las zonas en las que podrían vivir los presuntos asaltantes.
Pero la invitación para matar está hecha.
