Una noche de luna, Richard Bretbert, El Orador de las Montañas, caminaba cerca de El Gran Lago. Las plantas aleteaban a su paso bañadas de luz blanca y azul, y el mundo en ese instante sólo era un esbozo y susurraba. Escuchó un chapaleo a lo lejos y se volvió para mirar apenas el arco de agua que dibujó en el viento un pez de plata o una ráfaga de luz de luna. El ruido se prolongó acompasado en el agua y saltó de las orillas hasta sus oídos.