La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía @QuintaMam 

Cuando un político mexicano dice “no”, quiere decir “sí”.

Este miércoles, el embajador Melquiades Morales dijo muy en su estilo que ya está más allá del bien y del mal en el tema de la candidatura del PRI a la alcaldía de Puebla y deseó que vengan otros más jóvenes y con mayores bríos.

Rodeado por decenas de reporteros, interrogado sobre sus aspiraciones, don Melquiades dijo lo que tenía que decir: “no”.

Así lo ha hecho siempre.

De inmediato, los editores cabecearon que el embajador descartaba ser candidato en 2018.

La duda mata:

¿Qué esperaban que dijera?

Una respuesta afirmativa hubiera sido impensable.

Nadie en su sano juicio —ni Meade, ni Nuño ni cualquier otro— dice “sí” cuando le acercan decenas de grabadoras.

Lo único real es que don Melquiades está en Puebla recibiendo homenajes y comidas —algunas masivas— con el aval —no podía ser de otra manera— del huésped de Los Pinos.

La realpolitik no se equivoca.

Nota Bene: el príncipe de Metternich, feroz enemigo de Napoleón Bonaparte, solía decir que cuando un diplomático dice “sí”, quiere decir “quizá”.

Cuando dice “quizá”, quiere decir “no”.

Y cuando dice “no”, no es un diplomático.

Melquiades Morales es hoy por hoy un diplomático, pero esencialmente sigue pensando, actuando y respondiendo como político.

 

Osorio Chong: la Hora de Irse

El “zape” que una mano anónima le dio a Miguel Ángel Osorio Chong durante un recorrido después del sismo del 19-S —en la Ciudad de México— terminó por dejarlo fuera de la candidatura del PRI a Los Pinos y fue una tautología de lo que para entonces estaba sucediendo con él y sus aspiraciones.

El escenario era dramático en la calle de Simón Bolívar y Chimalpopoca en la colonia Centro.

Las víctimas del temblor buscaban con denuedo a sus amigos y familiares cuando se apersonó el secretario de Gobernación.

Los gritos de protesta afloraron:

“¡Fuera de aquí! ¡A trabajar!”.

Osorio caminó rodeado de granaderos y auxiliares.

Algo le lanzaron a la nuca, algo parecido a una cáscara de naranja o de limón.

Instantes después vino el golpe en la nuca.

No fue un golpe precisamente, sino un “zape”, de ésos que anteceden al bullying en las secundarias.

El secretario entendió que era el momento de irse, y así lo hizo.

Conteniendo la rabia, simuló una serenidad que perdió desde hace varias semanas, cuando entendió que en el juego de la sucesión le había tocado la baraja negra: la del descarte.

Desde entonces ha estado distraído, ausente, viviendo la suerte del perdedor.

El “zape” fue la confirmación brutal de que ni siquiera había respeto a su investidura y que se había convertido en un paria sin expectativas posibles.

En una reciente gira a una de las zonas más afectadas por el 19-S, en la Mixteca poblana, se le vio muy lejos del presidente Peña Nieto, sin nadie que quisiera cruzar palabra con él por más de dos minutos.

Sin saberlo, Osorio Chong estaba repitiendo un antiguo ritual de la política mexicana: la del perdedor al que se le rompió la brújula.

Miguel de la Madrid le confió a Jorge G. Castañeda en La Herencia, “Arqueología de la sucesión presidencial en México”, que cuando Manuel Bartlett supo que había perdido la carrera con Carlos Salinas de Gortari la moral se le vino abajo: “Todos los que pierden se resienten”.

Bartlett se distrajo, dejó de operar, generó vacíos.

El resultado no pudo ser más elocuente: Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo abandonaron el PRI y crearon un movimiento que logró ganar la Presidencia, aunque una oportuna caída del Sistema provocó uno de los mayores fraudes electorales de la historia reciente.

Osorio Chong parece estar en esa ruta.

Y es que permitió —no encuentro otra palabra que lo explique mejor— que dos de sus partidos políticos —PT y Panal— salieran de la órbita priísta para irse a pastar a dos ranchos enemigos: el de López Obrador y el del Frente Amplio.

Por higiene mental, Osorio Chong tendría que ser reubicados en una posición en la que su resentimiento —natural, sano, pero resentimiento— no afecte el proyecto presidencial.

En su momento, De la Madrid debió haber reubicado a Bartlett.

Dejarlo en Gobernación casi le cuesta la presidencia a Salinas de Gortari.

Los tiempos se agotan.

No hay espacio para la improvisación.

 

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