La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

El año terminó con una muy amplia ventaja de López Obrador en Puebla.

Sin haber hecho algo memorable durante la precampaña —fuera de reventar al ex rector Enrique Cárdenas—, el senador Miguel Barbosa ha venido subiendo en las encuestas, a tal grado que ya superó al PRI y está a diez puntos del PAN.

Y todo se lo debe al factor López Obrador.

MORENA podría darse el lujo de no tener candidato a Casa Puebla y ese solo factor sería suficiente para pelear la gubernatura.

(Ahora entendemos las lágrimas de Enrique Cárdenas).

El caso del PRI es elocuente:

Hasta hace unas semanas la disputa era por la candidatura a la gubernatura.

Hoy, la disputa es por la alcaldía.

Nadie quiere ir de candidato a Casa Puebla.

El extraño virus de la incertidumbre ya bañó las aguas priistas, sobre todo desde que permeó la versión de que hay una negociación muy clara: hacer ganar a José Antonio Meade en Puebla a cambio que de que el morenogalicismo se quede con la gubernatura.

(Esto es: que el candidato del PRI haga como que pelea Casa Puebla y que sea el primero en levantar el brazo triunfador).

Quienes estaban por renunciar a sus cargos administrativos en el gobierno federal terminaron por guardar sus papeles hasta nuevo aviso y ahora prefieren tocar otras puertas.

Un caso simbólico es Enrique Doger, quien tiene como plan B la alcaldía de Puebla.

Siempre lo tuvo, pero ahora con mayor énfasis.

Quien también se mueve en esas aguas es Eduardo Rivera, sabedor de que Ricardo Anaya lo tiene en la mesa de negociaciones.

No le da para más.

Y si le diera, no le alcanzaría para ganar sin el morenogalicismo.

En el caso de Meade las cosas están tan confusas que en algunas mesas se habló al final del año de un eventual cambio de candidato del PRI a la Presidencia de la República.

No es la primera vez que ocurre este fenómeno.

Cómo no recordar el célebre “no se hagan bolas” de Carlos Salinas cuando destapó por segunda ocasión a Luis Donaldo Colosio en 1994.

Algo similar tendría que hacer el presidente Peña Nieto si quiere que Meade sea el candidato.

Y es que las versiones de que cambiará de caballo a mitad del río van a la alza.

Un día antes de que terminara el año, Jorge Alcocer escribió en Reforma unas líneas tentadoras:

“Según Cronos mañana domingo es el último día del año, y también para que quienes, señalados en el 82 constitucional en los términos antes referidos, hagan su trámite para seguir encartados, por lo que se ofrezca. Si lo hacen después, será inútil, estarán fuera de la jugada en caso de requerirse relevo, esperemos que no por la misma causa de 1928 y 1994”.

El único que brincó el 82 constitucional es Aurelio Nuño, virtual coordinador de la campaña de Meade.

Es decir: es el único de los visibles que podría llegar al relevo en caso de que fuera necesario y por las razones que fuesen necesarias.

Carlos Salinas no previó ese escenario y tras el asesinato de Colosio se le descompuso la sucesión.

Sobra decirlo: Zedillo, que no era su candidato, terminó por ser su peor enemigo.

Y desde Los Pinos.

Seguramente alguien le habló al oído al presidente Peña Nieto para que tomara sus provisiones ante esa eventualidad.

Así terminó, pues, el año que antecede al año de la barbarie:

Con certezas, incertidumbres, dudas que matan y un candidato que por tercera vez estará en las boletas.

Dicen que esta vez el triunfo de López Obrador será tan amplio que no habrá lugar para fraudes electorales, y que la misma noche de la elección se reconocerá su triunfo.

Algo es cierto:

López Obrador no es como las dos veces anteriores el enemigo a vencer.

En esta ocasión ese papel lo tiene Ricardo Anaya.

Cómo estarán las cosas que en Los Pinos es preferible AMLO que el ex dirigente nacional del PAN.

Un ingrediente más para este coctel explosivo:

¿Dónde están Manlio Fabio Beltrones y Miguel Ángel Osorio Chong?

Dicen que andan operando.

La duda que mata es una:

¿Operando para quién?

 

El Escritor de las 150 Bolas

Se llama Alejandro Badillo y medró en la nómina del Instituto Municipal de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Puebla una buena temporada.

Cobró muy puntualmente sus quincenas y ahora despotrica en contra de quien le pagó por un trabajo mediocre.

El 26 de noviembre, desde la penumbra, tuiteó contra el quintacolumnista unas líneas que lo definen muy bien.

Vea el hipócrita lector:

“Dos estampas del periodismo en Puebla: @earoche (Ernesto Aroche) gana mención de honor en el Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter. Por otro lado, un columnista poblano se autopublica un libro y lo vende en una marisquería local. Usted juzgue”.

Van mis precisiones:

Qué bueno que Ernesto Aroche, quien fue parte del staff de El Columnista —periódico que dirigí entre 2008 y 2011—, haya ganado una mención de honor en el Premio Reuter.

(Es un buen reportero investigador de los que tanto escasean).

El problema del tuit es que Badillo —dos veces becario en tiempos de Mario Marín— no me arrobó.

Y no me arrobó porque me tiene bloqueado.

Y me tiene bloqueado porque un día que quiso polemizar no soportó mis respuestas.

Lo que no entiendo es por qué no fue capaz de poner mi nombre, a sabiendas de que me criticaba desde la penumbra.

Eso es cobardía doble.

Badillo, quien se siente outsider y miembro de la contracultura, no entiende cómo me autopublico una novela y la vendo en una marisquería.

¿En qué quedamos?

¿Es outsider o forma parte del horroroso Establishment?

Sus publicaciones en redes sociales lo muestran como un escritor “irreverente” que presenta sus libros en cantinas sin gente —o con diez o doce tertulianos distraídos—o en tepacherías con aserrín en el piso.

¿Por qué se asombra entonces que yo haya decidido poner a la venta mi novela en El Pecadito, de Pepe Triana?

El autor de dos libros aparecidos bajo el sello del gobierno del estado de Puebla, en tiempos —oh, sí— de Mario Marín, no entiende que yo me autopublique.

(Larga es la lista de escritores que se han autopublicado. Le mostraría al lector algunos nombres emblemáticos, pero no quiero aburrirlo).

Pude, es cierto, enviar mi manuscrito a algunas editoriales comerciales.

No lo hice.

Pude haber buscado que algún gobierno —la Fórmula Badillo—publicara mi libro.

Tampoco lo hice.

Preferí publicarlo por mi cuenta para ahorrarle a algún eventual editor los dolores de cabeza que una novela como la mía suelen producir, una vez que toca intereses de políticos vivos y muy vengativos.

Una más:

No quise esperar a ver publicado mi libro en dos años, que es lo que tardan las editoriales en sacar a la luz una obra.

El horrorizado Badillo vende sus libros en Profética, por ejemplo, donde fue empleado de José Luis Escalera.

Esto ocurrió en los tiempos en que Pedro Ángel Palou, a la sazón rector de la UDLAP, permitió que en el campus se montara una filial de Profética.

¿Quién despachaba los libros?

Adivinó el lector:

Badillo.

Badillo, sí, vende sus libros en Profética.

Es un decir.

Y es que sus libros no se venden.

O sí: pero poco.

Muy poco.

Tiene que recurrir al método “Avón llama” para que salgan.

Es cosa de ver sus publicaciones en redes.

El usuario Lalo Saldaña le comenta que quiere un libro suyo “con autógrafo”.

Rápido viene la respuesta:

“Claro. Avísame por dónde te veo para venderte uno. 150 bolas para exalumnos UPAEP Sur”.

Tres para llevar, joven.

Y dos de cabeza para comer aquí.

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