Carta de Boston XXVI
Por Pedro Ángel Palou / @pedropalou
Puebla es una ciudad que fue el sueño de unos ángeles, trazada para darle forma a una utopía, destinada por sus fundadores a ser el territorio perfecto donde el obispo don Julián Garcés ponía sus esperanzas misioneras. A veintidós leguas de distancia de México-Tenochtitlan en un páramo cortado en dos por un río y donde sólo existía un mesón, el Mesón del Cristo, el 16 de abril de 1531 se fundó la maravillosa ciudad que llena de historia y de tradición lo recibe hoy con los brazos abiertos. En El Alto, barrio de la fundación, todavía artesanos del vidrio, del ladrillo y del barro labran con sus manos ese sueño de una mejor vida para sus familias.
Un poeta prehispánico, Ayocuan Cuetzpaltzin, de esta región trazó en algunos versos nuestra razón de ser: “¡Que permanezca la tierra!/¡Que estén de pie los montes! En Tepeaca, en Huejotzingo, en Cholula. Que se distribuyan flores de maíz, flores de cacao.” Puebla. En nuestro estado, en la época novohispana, se vivieron varias de las cimas de la cultura. Las imprentas de la Puebla de los Ángeles y sus colegios y universidades rivalizaban con las de la capital y aún las superaban en cantidad y calidad. Era una Puebla culta, barroca, en la que su obispo Juan de Palafox y Mendoza cifró también sus esperanzas utópicas: las de una Puebla mestiza que supiera vivir feliz todas sus patrias: la indígena, la criolla y, por supuesto, la mestiza que en su mezcla producía nuevas realidades.
En 1649 se consagra su catedral, joya arquitectónica y espiritual. En la biblioteca que el obispo Palafox donó está contenida esa enorme cultura que en sus colegios, especialmente en los de San Pedro y San Pablo, era pan de todos los días. Otros monumentos arquitectónicos hacen de Puebla una de las más bellas ciudades coloniales de América Latina, lo que le permitió ser nombrada por la Unesco en 1988, Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Puebla en el siglo XIX también fue escenario de acontecimientos históricos de valía. Aquí, el 5 de mayo de 1862 Ignacio Zaragoza, al mando de variados ejércitos y miles de soldados, entre los que destacaron nuestros indígenas zacapoaxtlas, defendió heroicamente la invasión francesa. Los poblanos, además, resistimos debido a esa invasión el sitio más largo que recuerde la historia: 62 días. No es gratuito, por ello, que en el legado que los poblanos de 1800 dejaron a sus hijos esté la capacidad de luchar sin sosiego por la libertad y la paz en un clima republicano de democracia y respeto. Somos, también, la Puebla de los pensadores, la de Gabino Barreda y el positivismo, la de Luis Cabrera y el constitucionalismo, la de Vicente Lombardo Toledano y la educación moderna.
Quizá también por ello un grupo de poblanos encabezado por Aquiles Serdán, quien había leído al republicano Madero, inició en Puebla la Revolución Mexicana, el 18 de noviembre de 1910 en su casa, hoy museo, en el número 206 de la calle 6 Oriente. En esa calle las religiosas vendían sus dulces y hoy es conocida como el centro de nuestra repostería, Santa Clara. Puebla posee un enorme patrimonio gastronómico, de factura barroca. Nuestros platillos principales son los chiles en nogada y el mole poblano. El primero es un guiso histórico con el que la ciudad y sus conventos festejaron la entrada de Iturbide al mando del Ejército Trigarante el 2 de agosto de 1821, con una sorpresa cromática –tiene los tres colores de la bandera mexicana– mayor que ver impreso el plan independentista de Iguala cuyo tiraje clandestino también se hizo en Puebla. El mole, por su lado, también fue invento de religiosas; la autora de la receta, sor Andrea de la Asunción, quien planeó el platillo –el cual mezcla más de seis tipos de chile y chocolate, dos productos típicamente prehispánicos– para el obispo de Puebla.
En el siglo XX Puebla sufrió los acelerados cambios de la modernización industrial pero conservó intactas sus tradiciones históricas. Ello la ha llevado a ser la cuarta capital del país y a ofrecer una pujante planta productiva que aúna el capital poblano y la inversión extranjera. La gama de productos que Puebla exporta al mundo va de la industria terminal automotriz a la industria química, cuyas mercancías se venden en Latinoamérica, la producción de mueble rústico y de hierro forjado con amplios mercados en Canadá, Estados Unidos y Europa, la industria del mármol con compradores en los Estados Unidos y en Asia, la industria textil que, aunque viviendo enormes vicisitudes se halla en el momento de estudiar el establecimiento la revitalización de la industria textil en Puebla y que ya produce en Tehuacán, Teziutlán y San Martín Texmelucan, buena parte de la mezclilla de mejor calidad del mundo. Producimos también harina de trigo y procesamos frutas y verduras con tecnología de punta. Puebla es además, como centro de comercio, la puerta de entrada del sureste. Y es ya la segunda entidad del país con más universidades, lo que la convierte de nuevo en un centro cultural de envergadura.
Entre las riquezas más importantes de nuestro país, y de nuestro estado de Puebla en particular, destaca el patrimonio cultural, cuya recuperación y preservación deben ser uno de los ejes centrales dentro de los programas de desarrollo social. Estas tareas deben ponerse en marcha de manera inmediata y con una planeación adecuada, para garantizar a nuestras futuras generaciones su convivencia con nuestras raíces.
Debemos tener presente que la vastedad y riqueza del patrimonio cultural de México es el ejemplo más palpable de que nuestro país se construyó dentro de la convivencia de diferentes formas de vida y de diferentes manifestaciones artísticas, lo cual nos permite tener una pluralidad cultural de amplias dimensiones. De esta manera, lenguas, vestidos, zonas arqueológicas, edificios coloniales, fábricas, ferrocarriles y una amplia gama de bienes culturales de los más diversos órdenes, nos ofrecen testimonios concretos de nuestras identidades.
Tan sólo para el caso del estado de Puebla, la preservación de la pluralidad de las tradiciones y la diversidad de las expresiones artísticas y culturales, requiere de la participación activa del Estado, las asociaciones religiosas y civiles, de las comunidades indígenas y de la sociedad en general, puesto que de alguna manera, los bienes culturales se encuentran y deben encontrarse bajo custodia de quienes los poseen y de quienes se muestran preocupados por las tareas de recuperación, preservación y difusión de los mismos. Este compromiso nos permitirá evitar la pérdida gradual de nuestras tradiciones, las siete lenguas indígenas que se hablan en nuestro estado, nuestra memoria histórica, nuestros edificios coloniales y los robos en templos y zonas arqueológicas.
Todos reconocemos la importancia de la ciudad de Puebla, que es la cuarta ciudad más importante de México, por su densidad demográfica y desarrollo económico. Pero no perdamos de vista que también es un centro cultural de gran relevancia, en virtud de su valioso patrimonio monumental y religioso. En su Centro Histórico, reconocido por la Unesco como “Patrimonio Cultural de la Humanidad” desde 1987, se cuentan casi 3 mil establecimientos de indudable riqueza que albergan tesoros ornamentales de los últimos cinco siglos. Esta ciudad alberga a la Catedral, la Biblioteca Palafoxiana, centros religiosos de importancia, fábricas textiles, gastronomía, centros de formación y recreación culturales, festividades religiosas y profanas y formas particulares de vida en sus barrios, entre otros bienes culturales.
Pero además de la ciudad de Puebla, las ciudades de Cholula, Tehuacán, Teziutlán, San Martín Texmelucan, Atlixco, Ciudad Serdán e Izúcar de Matamoros guardan verdaderos tesoros coloniales y del siglo XIX: conventos, centros fabriles, palacios municipales, estaciones de ferrocarril, monumentos, exhaciendas y centros cívicos.
De la misma manera, los municipios y comunidades de la Mixteca, Sierra Norte y Sierra Negra, además de las construcciones religiosas y de algunos edificios civiles, son verdaderos nichos antropológicos que es necesario estudiar y valorar. En este sentido, cobra vital importancia la declaración como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1994 de los 14 conventos del siglo XVI aledaños al volcán Popocatépetl. De estos inmuebles, tres se encuentran en el estado de Puebla: Calpan, Huejotzingo y Tochimilco. El resto se encuentra en el estado de Morelos.
En la Sierra Norte contamos con zonas arqueológicas importantes como Yohualichan, música de huapango, artesanías de bordados de textiles y chaquira, papel amate, medicina tradicional, muebles de madera, las lenguas náhuatl, totonaca, otomí y tepehua, y danzas, entre otros. En la Mixteca contamos con la tradición de música de bandas, artesanías de palma y barro, prácticas agrohidraúlicas prehispánicas para la conservación de suelos y agua, zonas arqueológicas como Tepexi Viejo y Pie de Vaca, las lenguas mixteca y popoloca, y danzas como Los Tecuanis. En la Sierra Negra se cuenta con medicina tradicional, zonas arqueológicas casi desconocidas como el fuerte popoloca de Tepantitla en el municipio de Zoquitlán y las lenguas náhuatl y mazateco. Este listado nos muestra sólo algunos ejemplos, puesto que sería imposible enumerar en estos momentos toda nuestra riqueza cultural.
Dos son, al menos, las alternativas más viables para las políticas públicas de gran visión: la municipalización y la regionalización. Esto es volver a la célula geopolítica e identificar allí las prácticas y las demandas comunitarias y ciudadanas y luego trascender la geografía estatal para descubrir nichos de oportunidad y vocaciones regionales en materia de protección, formación, iniciación y difusión de dichas prácticas comunitarias que para el caso que nos ocupa son culturales. ¿Es mucho pedir que los candidatos piensen en Puebla? Digo, al fin y al cabo este es el estado que quieren gobernar.