Sofía Lima teme que algunos personajes importantes en el gobierno quieran desestabilizar a su marido contándole sus infidelidades

 

Por Alejandra Gómez Macchia

Cuando estuve un poco más calmada le marqué a mi confidente. No me había respondido el mensaje, así que seguramente seguía dormida…

—¿Qué horas son estas de marcarme?

—Son las nueve de la mañana. ¿No has leído el mensaje?

—No, ¿qué pasa?

—Me van a joder. Alguien hackeó mis cuentas y tienen toda mi información, o sea, la tuya también.

(La noticia le sacudió la modorra y dio un brinco porque también tenía una cola muy larga).

—¿Cómo que te hackearon? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Cómo lo sabes?

—Hace media hora recibí una amenaza por mail. La manda una supuesta Gabriela María Pérez (obviamente ha de ser un nombre falso).

—¿Y qué dice?

—No, por acá no. Perdón, pero ya estoy completamente paranoica. Esta mujer parece ser una de las amantes o examantes de Santiago, y se quiere vengar de mí. Es alguien que me detesta, pero lo curioso es que asegura que esa información la obtuvo gracias a sus amigos del gobierno. Menciona nombres que no me atrevo a decírtelos por teléfono. Jura que esta gente tiene todo mi historial en su mesa y que soy la comidilla del gabinete, y que obviamente ella (o alguno de estos personajes) va a contarle todo a Santiago.

—A ver, calma, no te empieces a anticipar a los hechos. Seguro, en efecto, es una de las zorras a las que Santiago dejó por casarse contigo, sólo no me salgas con pendejadas y ya dime, textual, qué dice el anónimo.

—No puedo. Ya no sé. Seguro están grabando esta llamada.

—¿Grabada por quién? ¿A quién le interesa la vida de una historiadora fracasada?

—¡Fracasada tu puta madre!, pero bueno, ese no es el tema. Urge que nos veamos porque como te dije, si tienen lo “mío”, va lo “tuyo” de pilón.

—Yo creo que sólo te quieren asustar, así como tú le has hecho con las amantes de Santiago cuando las amenazas. No han de tener nada, y si tienen algo y se lo entregan a Santiago, él no puede reclamarte porque te ha hecho lo mismo y cosas peores. Así que tranquilízate, báñate y nos vemos en media hora en el café que está a la vuelta de su casa.

—¡No! No quiero salir. Me da pánico que le vaya a llegar alguna sorpresita a Santiago y que yo no esté. Necesito monitorear cada llamada o mensaje que reciba. No, no puedo, no debo salir ahora.

—Oye, espérate, no has cometido un crimen. Y si algo le llega, ¿no es eso justamente lo que querías? Ahí está tu oportunidad de poner parejo el marcador. Yo que tú no me preocupaba.

—¡Es que ya no quiero vengarme! Es estúpido, infantil. No voy a ganar nada, ¡mírame, escúchame! Me está saliendo el tiro por la culata por planear venganzas tontas.

—Nada va a pasar. Sé lógica: alguien que te quiere dañar, no te avisa. Manda el correo para encuerarte y listo.

—Nos quieren separar. Es una vieja, sí. Ya verás el mensaje y es justamente el tono que usan las despechadas. O igual no… y viene de los otros “personajazos” y lo que quieren es descarrilarme para no ser la voz de la conciencia de Santiago. Puede ser…  Son ellos. Son Los Duros, y vienen por mí.

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***

Esto sucedió, como ya dije, durante los primeros días del 2012. El anónimo terminó surtiendo el efecto esperado. Me destruyó. Pero, ¿quiénes eran Los Duros?

Santiago Urieta fue parte del equipo de transición del gobernador Rubio Landa.

Como su gabinete estaba lleno de brillantes exalumnos de Harvard y Stanford, éstos personajes buscaban siempre mantener un estatus por encima de lo que en otro tiempo se denominaba “pueblo”. Eran una especie de brokers de Wall Street, adictos al trabajo, al dinero, al arte, a los trajes Brioni, a los viajes, pero sobre todo, al poder.

Desde la llegada del régimen “rubiolandista” al estado, cientos de aliados del exgobernador se le echaron encima por diversas razones: entre las más importantes encontramos el recorte de convenios de publicidad en cientos de pasquines que el anterior gobierno chayoteaba con tal de que le prendieran incienso a Margarito Martín y encubrieran todas su tropelías a cambio de convertir a los periodistas en constructores y a sus esposas en destacadas damas de la sociedad que llegaban, incluso, a hacer carrera política aun sin haber terminado el preescolar.

Con Rubio Landa esa práctica se había erradicado por completo haciéndose acreedor de la campaña de desprestigio más endeble de la historia, cimentada desde el resentimiento de aquellos que tuvieron que echar mano de sus bolsillos para mantener a flote su negocio. Muchos fueron cayendo en el intento y no les quedó más que cerrar las redacciones y valerse de herramientas cibernéticas como Twitter y Facebook para continuar una lucha estéril que con el tiempo se fue al despeñadero virtual, pues el gobernador, un animal político voraz e incansable, fue mostrando el músculo hasta convertirse en la mano que mueve los hilos en su partido a nivel nacional.

Como en toda carrera por el poder, Rubio Landa se hizo de aliados estratégicos cuyos historiales ponían a temblar a sus adversarios. Todo un cuartel de guerra dotado de las mentes más ágiles: operadores como salidos de la mejor película de Alfred Hitchcock. Gurús de la mercadotecnia. Firmas de asesores internacionales de gran renombre y todo un pelotón de soldados capaces de dar la vida por la causa. En su gobierno no se permitían errores. Todas las órdenes se debían acatar y llevar a cabo con precisión de cirujano.

Cada obra era directamente supervisada por él; desde las licitaciones, las contrataciones, los planos, la capacitación de los empleados temporales. Todo, hasta el detalle más nimio, pasaba por las oficinas de La Casona de Fortín en donde no había horarios establecidos.

Rubio Landa siempre fue un obsesivo, un ser perfeccionista, eso se notaba a kilómetros; empezando por su aspecto físico: un hombre al que no lo despeina ni un huracán, de porte neoyorkino, estatura imponente y sonrisa difícil.

Dueño de un temple inquebrantable, Rubio Landa forjó su carrera política desde el vientre materno.

Cuando tuvo a su mando la dirección de una importante empresa trasnacional, adoptó la visión global y tecnócrata de la que casi todos los políticos mexicanos carecen.

Tildado de tirano, autoritario y prepotente, Rubio Landa tomó en sus manos un estado ruinoso y lo fue convirtiendo, pese a las críticas lapidarias y los ataques de una buena parte de la clase política, en una tierra de primer mundo: puentes, hospitales, obras faraónicas que levantaban ámpula y llamaban la atención de otros gobernadores que le atacaban por tener abandonado el campo, por endeudar hasta el cuello al estado, por erigir un imperio superficial lleno de divertimentos inútiles para un masaje jodido y hambriento. Un Disneylandia bajo el volcán, una ciudad primermundista entre ríos podridos.

Y las palabras y los golpes de ocho columnas le hacían lo que el viento a Juárez.

Portador de una suerte misteriosa, cuando se suscitaron escándalos que parecían marcar el fin de su poder, se presentaron asuntos que sí marcaban agenda a nivel nacional. Que salieron en todos los diarios, en todos los noticieros de relevancia que apagaban el fuego reduciéndolo a nada, y así transcurrió su sexenio: asestando golpes que lo empoderaron y le bordaron una cota de malla impenetrable. Y aunque él era capitán de la campaña, no habría bastado su suerte ni su entrenamiento ni su visión para volverse el rival más fuerte, el enemigo a vencer, sin aquellas otras mentes revolucionadas y calculadoras; los hombres que lo protegían y lo aconsejaban al oído: Los Duros del Fortín.

Esos mismos personajes eran los que (según el anónimo que recibí) iban a entregarle a Santiago un reporte DE-TA-LLA-DO de mis actividades extramaritales.

Todo sonaba descabellado. Era una locura que personajes de esa estatura (recipiendarios de secretos de estado verdaderamente importantes) fueran a tomarse la molestia y el tiempo de indagar bajo mis faldas.

Yo sólo los conocí de refilón en ceremonias cívicas a las que acompañaba a Santiago.

La posibilidad era muy remota, es más, sonaba inverosímil , pero no la descartaba.

No podía tomar a la ligera esta teoría de conspiración porque Ulises Mirón, El Minitoy, y Anselmo Treviño no sólo eran conocidos de Santiago, sino verdaderos amigos que en determinado momento, y por la ley de “entre machos nos protegemos”, hubieran podido armar una emboscada para que el “gran” Santiago Urieta (ese santo) se enterara que su esposa, una tal Sofía Lima, era una puta consumada…

 

(Continuará)

 

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