La quinta entrega de Plumas Ibero invita a la reflexión sobre la importancia de establecer límites  y reglas de convivencia en casa para evitar casos de abuso escolar

 

Por Laura Angélica Bárcenas Pozos

Recientemente me entrevistaron de la prensa sobre las causas que ocasionan el bullying y sobre cómo puede combatirse.

Al responder las preguntas que me hacía la reportera de un medio local estuve pensando que este es un fenómeno que siempre ha existido y hasta pude recordar a los buleadores de mi generación en la secundaria y la prepa, sin embargo nadie se sentía agredido, nadie protegía a los compañeros buleados; ellos no tenían miedo de ir a la escuela y todo este fenómeno se veía, digamos, como normal entre los adolescentes.

Y entonces me pregunté por qué este fenómeno se ha recrudecido tanto, hasta el punto de que se ha convertido en un problema social de fuertes alcances pues, como todos sabemos, ya ha provocado las muertes de algunos jóvenes o muchos abandonan la escuela por el acoso que sufren día a día.

Entre los factores que han recrudecido el fenómeno del bullying en nuestras escuelas está el recrudecimiento de la violencia en la sociedad. Vivimos en una sociedad cada vez menos tolerante y cada vez más agresiva.

Vemos en las noticias hechos como el caso de los 43 normalista, o el de los cinco desaparecidos de Tierra Blanca o el de Dafne, también en Veracruz, pero no vemos que ninguno de los responsables de esto esté capturado y cumpliendo una condena. Junto a la violencia exacerbada incluso, llevada a cabo por la propia policía, no se observa que los responsables “respondan” por sus actos.

Lo que estamos enseñando como sociedad es que “no pasa nada”. Cualquiera puede hacer cualquier cosa y no habrá consecuencias. Todos sabemos que la impunidad reina y nuestros niños y adolescentes se dan perfectamente cuenta que ellos también pueden gozar de esta impunidad.

Por otro lado, en las instituciones escolares se ha relajado la disciplina. Hace unas décadas uno sabía que si alguien cometía una falta “grave” en la escuela, ya sea a un compañero o a un profesor, la consecuencia era la expulsión definitiva de la institución.

FOTO4Los padres recibían las observaciones de las autoridades educativas cuando los chicos mostraban conductas inadecuadas y estos reprendían a sus hijos, incluso delante de sus compañeros y profesores. Con eso se estaban estableciendo límites, nadie se sentía afectado y el muchacho en cuestión pasaba unos días de vergüenza para después volver a la normalidad, pero si no quería volver a pasar por esa situación, se regulaba en su conducta.
Pero hoy, los padres muchas veces se sienten ofendidos cuando la escuela trata de decirles que requieren de su apoyo para disciplinar a sus hijos.

Culpan a la institución y no revisan qué está pasando al interior de la familia para que el niño o joven esté presentando una conducta agresiva o poco adecuada.

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También las familias han dejado de cumplir dos funciones fundamentales; una es la de contener a los niños y adolescentes buleados. En el pasado los niños se sabían queridos y valorados en su entorno familiar y lo que sucedía en la escuela no era tan fuerte como para afectar su autoestima. Pero hoy los padres están “ausentes”; unos porque trabajan para tener una vida más o menos digna y los niños y adolescentes se atienden solos, muchos de ellos son hijos únicos y llegan a sus casas a estar solos.

Otros porque los progenitores no han madurado lo suficiente como para enfrentar su responsabilidad como padres y tienen prácticamente abandonados a sus hijos. Por estas mismas razones, si sus hijos son buleadores, los padres no están enterados o no están preocupados e incluso permiten y aconsejan a sus hijos para que abusen de otros, pues  en nuestra cultura prevalece esta idea de que el que “agandalla no batalla”. Los padres no están poniendo límites a sus hijos, el límite del trato con el otro.

Y hay otro factor que hemos olvidado analizar. Los mexicanos pertenecemos a una cultura en la que nos gusta la burla. Por cultura tendemos a burlarnos de la desgracia ajena.

Si alguien se cae nos reímos, si alguien dice algo fuera de lugar o se equivoca en su pronunciación nos burlamos, frecuentemente ponemos apodos y celebramos al que se burla.

También en los grupos de amigos o en las familias hay alguien al que agarramos “de botana” y se vuelve el centro de todos nuestros chistes. Esa persona tiende a reírse y se burla de sí mismo, lejos de enojarse lo toma a bien.

Nuestros niños aprenden estas conductas sólo de observarlas en la cotidianidad de nuestras relaciones con nuestros familiares y amigos. Nadie se ofende porque hay un acuerdo implícito de que esto es correcto entre aquellos con los que tenemos confianza.

ESPECIAL
ESPECIAL

El problema aquí es que cualquiera de nosotros puede aceptar ser “la botana” si tiene espíritu para eso, pero sólo de su grupo de amigos o familiares y no cuando se trata de extraños.

Una persona que no sea de nuestro círculo cercano no se atreverá a burlarse, ni nosotros lo haremos hasta que tengamos la suficiente confianza. Y me parece que al haber falta de límites, los niños y adolescentes buleadores no se dan cuenta que están agrediendo a alguien que no es de su círculo cercano y que deben respetarlo.

Los padres no estamos enseñando reglas de buena convivencia que implican el respeto al otro, no hablamos con nuestros hijos de cómo deben relacionarse con sus compañeros y amigos e incluso con sus profesores, ni tampoco los enseñamos a responder sobre sus actos.

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