Una Novelita por entregas

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

CLII

(Una Visita a Casa Puebla, circa 2004)

Germán Fierro llegó a Casa Puebla acompañado de los delegados Manuel Gurría y Rafael González Pimienta. No hubo una sola palabra en el camino. El senador hablaba por celular con monisílabos tajantes. El también senador Enrique Jackson le habló de última hora para decirle que extrañamente el gobernador le había enviado un helicóptero a la Ciudad de México para pedirle que acudiera a Casa Puebla urgentemente.

“Sé que tú vienes pa’cá, hermano. ¿Para qué nos querrá tu gobernador?”, le dijo. Germán soltó una risita amarga. Malaquías no quería estar solo cuando le dijera que Torrín y no él sería el candidato a la gubernatura.

Fierro empezó a decirle “señor gobernador” a Malaquías Morales la noche en la que éste ganó la contienda interna. A partir de entonces, en privado y en público, así era como lo llamaba. El tuteo no lo había perdido, y la mezcla resultaba inédita para los políticos locales. No podía ser de otra manera: el senador Fierro provenía de una familia de estirpe política. Su abuelo, don Rodolfo Sánchez Taboada, había sido el primer presidente del PRI en el país. Luis Echeverría Álvarez, secretario particular de su abuelo y presidente de la República en los setenta, se había convertido en su padrino político. Con esas credenciales, Germán Fierro había sido desde muy joven diputado local, diputado federal, senador –en dos ocasiones–  y funcionario público. Con esas credenciales, y con la amistad del gobernador, se creía el usufructuario natural de la candidatura.

Gurría se bajó de la camioneta, respiró profundo, esperó a Germán Fierro, caminó junto a él y le guiñó un ojo a González Pimienta. Carlos Sánchez, el particular de don Malaquías, salió a recibirlos y los condujo al despacho. Había un aire tenso en el ambiente.

Apenas se abrió la puerta, el gobernador y Jackson se pusieron de pie. El primero apresuró el paso para darle un abrazo.

—¡Pásale, Germán!

—¿Qué pasó, Malaquías? —dijo con el tono más seco y áspero que encontró, al tiempo de evadir el abrazo.

Con Jackson sí se enlazó y hubo palabras mutuas de cariño.

—¿Qué me tienes que decir, Malaquías?

—Siéntate primero, senador. Tráiganle una silla a Germán.

—Ya estuve sentado mucho tiempo. Y sin moverme, como tú me lo pediste. ¿Qué me quieres decir?

Nadie tomó asiento. Todos de pie compartían una tensión inevitable.

—Mira, Germán, tú sabes cuánto aprecio y reconocimiento te tengo…

—¿Qué me quieres decir, Malaquías? Los delegados me dijeron que tenías algo que decirme.

—Hemos hecho muchas encuestas para definir al candidato a la gubernatura y hemos llegado a la conclusión de que la contienda constitucional será muy cerrada…

—¡Eso no es cierto! ¡Con cualquiera gana el partido! ¡Hasta con Javier Esteffanoni ganamos!

El gobernador soltó una carcajada.

—¡Pobre güero Esteffanoni! ¿Cómo crees que con el güero ganamos?

—¡No hay nadie que se pueda enfrentar a tu capital político! ¡Ni Fraco García ni la loca de Ava Patricia Arandia pueden estar cerca de ganarnos, Malaquías! ¡Con cualquier candidato ganamos!

—Yo pido que nos serenemos, Germán.

—¿Qué me quieres decir: que Torrín va a ser el candidato y que yo voy a quedar como pendejo?

Jackson lo abrazó y le pidió mesura. Malaquías Morales se acercó y le dijo:

—Te recuerdo que estás hablando con el gobernador del estado.

—¡Pues entonces que el gobernador del estado se vaya a la chingada!

Todos se quedaron pasmados. Fierro salió furioso seguido del senador Jackson. Los delegados bajaron la cabeza. El gobernador hizo un resoplido que sonó como si un búfalo estuviera en Casa Puebla. “¡Sabía que esta pendejada iba a salir mal!”, exclamó en un tono poco acostumbrado.

(Continuará)…

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