La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Las campanas del templo de San Miguel Arcángel, en Canoa, empezaron a tañer.
Faltaban quince minutos para las cuatro de la tarde.
Luis Banck, presidente municipal de Puebla, sonrió desenfadado y dijo que era de buena suerte que las campanas repicaran en las despedidas.
Raúl Pérez Velázquez, presidente de la Junta Auxiliar, dijo a quienes lo escuchábamos que no había de qué preocuparse pues las campanadas a esa hora eran parte de la normalidad de ese pueblo que vive y respira a las faldas de La Malinche.
(Campanas similares se escucharon el 14 de septiembre de 1968, cuando el párroco Enrique Meza azuzó a los pobladores para que lincharan a cinco trabajadores de la BUAP o cuando hace poco más de dos años los familiares de don Raúl informaron a la población de la aprehensión de éste a manos de los ministeriales).
La reunión privada había empezado hacia las 14:30 en la casa de don Raúl.
Una comilona brutal –barbacoa, arroz rojo, consomé, tortillas hechas a mano y pulque– fue ofrecida por una decena de mujeres dirigidas por el presidente auxiliar.
La comida en Canoa no fue cualquier comida, pues después de dos años es la primera vez que un alcalde era recibido por la autoridad local.
Cuando Luis les preguntó a tres regidores de Canoa qué es lo que querían para su pueblo, la respuesta fue unánime: “Queremos ser escuchados”.
Eso le dijo también don Raúl cuando, en sus primeros días como presidente municipal, Banck lo invitó a conversar en el Palacio de Charlie Hall.
Aquella vez, don Raúl recordó cuando quince años atrás conoció a su invitado de este martes en su calidad de Coordinador de Planeación de la Secretaría de Finanzas.
Nuestro personaje era presidente auxiliar por primera vez y recibió del joven funcionario dos cosas que esperan las autoridades auxiliares: buen trato y obra pública.
Ahora, después de tantos años, no deja de reconocérselo.
Y así lo dice en varias ocasiones:
“Luis nos ha tratado siempre muy bien y nos ayudó en varios proyectos”.
De esa reunión primera nació la idea de la comida.
—¿Hay condiciones, don Raúl? —preguntó el alcalde.
—Yo me encargo de que las haya —aseguró quien pasó cerca de 16 meses en el Cereso de San Miguel.
No era nada sencillo ir a Canoa después de tantas hostilidades.
Por ejemplo: en la primera semana de las campañas electorales, Blanca Alcalá quiso entrar a Canoa, pero se encontró con una manta poco cordial y un piquete de pobladores.
Blanca leyó el mensaje y regresó a Puebla.
Y es que la manta decía: “Aquí no queremos políticos”.
Esta vez las cosas son distintas.
Rehén de la veda electoral, Luis Banck fue invitado a una comida privada en la que prevaleció la cordialidad.
Los primeros minutos no dejaron de ser tensos, pero los convidados y el anfitrión se fueron relajando.
Leo, el pequeño nieto de don Raúl, se sentó a la mesa muy platicador.
—¿Qué quieres ser de grande? —le preguntó el alcalde.
—Político —respondió muy serio el niño de siete años de edad.
Las risas acabaron con los doscientos gramos de estrés que aún quedaban.
El presidente auxiliar sirvió el primer pulque y dio paso a algunas historias.
A eso de las 15:30, Luis le propuso a don Raúl ir a la Presidencia Auxiliar.
—¡Vamos! —dijo éste entusiasmado.
A bordo de un auto gris de la Volkswagen se dirigieron al centro del mítico pueblo.
Bajaron del carro, caminaron, saludaron a algunos pobladores y se asentaron en la parte baja de la Presidencia.
Para entonces, Banck y don Raúl estaban de lo más contentos.
Vino así la despedida.
Y el tañido de las campanas.
Y los abrazos francos.
Y los buenos deseos.
Y la promesa de regresar ya formalmente después de las elecciones.
Este martes, en su columna periodística, el vocero de Bartlett —Raúl Torres Salmerón— escribió que los ciudadanos retan al alcalde “para que visite la junta auxiliar de San Miguel Canoa”.
Deseo cumplido.
Banck quedó con don Raúl Pérez que después del 5 de junio la relación se estrechará.
El presidente auxiliar no lo sabe todavía, pero uno de quienes más pugnaron por su libertad fue el hombre que ayer se tomó un pulquito y comió barbacoa en el comedor de su casa de Canoa.