El disenso y la desunión en la política son signos de estos tiempos.

Los hemos visto aparecer en el Reino Unido, con la fallida separación de Escocia y la amenaza del Brexit, es decir, la propuesta de sacar a la nación insular de la Unión Europea.

La propia UE es presa de movimientos nacionalistas y xenófobos que quieren partirla. La desaparición de las fronteras entre los países que la componen, producto de los acuerdos de Schengen, está siendo cuestionada por aquellos que quieren proteger su territorio de las oleadas de migrantes.

En España, por primera vez desde el advenimiento de la democracia, no pudo formarse un gobierno. El bipartidismo, que había dominado la política española desde principios de los años 80 se vino abajo, y el electorado dio la bienvenida a dos nuevas formaciones políticas.

Entre los cuatro partidos –PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos– se repartieron el voto de tal manera que fue imposible formar una mayoría gobernante, a pesar de cuatro meses de negociaciones con ese fin.

México no puede dejar de verse en el espejo español, pues la atomización política está en su futuro.

Por supuesto, México tiene un sistema presidencialista y España, uno parlamentario. Sin embargo, la importancia que ha tomado el Congreso de la Unión en tiempos recientes hace prever que la combinación de un Presidente de la República que gane en 2018 con 30% de los votos o menos y unas cámaras sin mayoría puede abundar al empantanamiento de la política que hemos venido experimentado desde finales de los años 90.

Basta ver las encuestas en los estados que tendrán elecciones en 25 días. Fuera de Hidalgo, donde el PRI no parece tener rival que importe, en las demás entidades priva una fuerte competencia electoral que hace imposible predecir resultados.

Eso en sí mismo no estaría mal si de la jornada electoral emergiera un claro ganador y los perdedores aceptaran irse a su casa.

Pero ya sabemos que no: las campañas no terminan tres días antes de que se instalen las urnas, como está previsto en la ley. Continúan el día de las elecciones e incluso más allá de éste, con denuncias de presuntos actos ilegales y la presentación de recursos ante los organismos electorales.

El resultado es la conformación de un gobierno débil, muchas veces cuestionado, con una oposición que no suele ser leal ni institucional y que no deja de combatir al ganador a menos de que éste saque la chequera y compre a los rijosos.

Eso último es más fácil de hacer en los estados que a nivel nacional.

Lo que podemos prever que ocurra entre un gobierno de la República debilitado por el bajo porcentaje de votos obtenido en 2018 y un Congreso aún más atomizado es un conflicto real o la profundización del cinismo: la caída en cuenta de que todos los partidos pueden beneficiarse por el simple hecho de ser parte del club del poder.

En ambos casos, el resultado es la parálisis frente a los problemas, y la consecuente frustración de la ciudadanía, en la que se irá asentando la impresión de que la democracia no da resultados.

La gran diferencia entre España y México es que allá las instituciones siguen funcionando a pesar del fracaso en la formación del gobierno.

¿Está México listo para un escenario de atomización y disenso políticos aún más extremo del que hemos visto en años recientes?

¿Podrán sus instituciones sobrellevar el escenario de un Presidente elegido con 30% o menos de los votos emitidos, que seguramente llegará marcado por una dura batalla electoral y cuestionado en su legitimidad y tendrá enfrente a un Congreso aún más atomizado?

En teoría, buena parte de esos problemas podría evitarse con una amplia coalición electoral. ¿Pero entre quiénes? ¿Alguno de los tres principales partidos de oposición se imagina aliado con el PRI?

La única coalición posible para la Presidencia, entre fuerzas de peso real, es la del PAN y el PRD. Las dirigencias de esos partidos hablan de ella, pero la gran pregunta es con qué candidato, cosa que podría frustrar la intención.

México bien podría encontrarse pronto como España, pero sin monarca ni instituciones que lo sostengan.

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