Por Neftalí Coria

Para Zeila y Foca

¿De qué más están hechos los recuerdos? Me lo he preguntado con frecuencia durante algunas de mis exploraciones con mis alumnos en los talleres de escritura que sigo impartiendo. ¿Por qué llegan o no llegan en los momentos inesperados o por qué nunca aparecen cuando quisiéramos pensarlos, dibujarlos, escribir su esqueleto, o acaso esa silueta que son cuando vuelven con sus punzantes manos y nos devuelven hechos, seres, lugares y cosas?

Los hechos en los recuerdos que los guardan, suelen transformarse y aparecer como no sucedieron o con una fisonomía que en aquellos momentos de suceder, nunca tuvieron. Y lo que todavía es más asombroso, es que hay hechos que no sucedieron nunca y los colocamos en nuestra galería de recuerdos y como tales, los narramos una y otra vez hasta que forman parte de nuestra historia, como hechos verídicos que toman un gran cuerpo entre los testigos de aquel recuerdo, que suelen ser personas cercanas. Muchas veces ocurre que en las familias, algunos miembros relatan hechos que vivió alguno de los hermanos mayores y lo cuentan como suyo hasta que se vuelve suyo, y a falta de comprobación, aquel recuerdo se convierte en propiedad de quien da cuenta de él. Y muchas veces, esos recuerdos son narrados oralmente con tal belleza, que ni aquel que de verdad vivió los hechos, hubiera sido capaz de hacerlo con tal pericia narrativa. Entonces ¿Qué son los recuerdos? ¿De quién son los recuerdos?. ¿De qué patrimonio estamos hablando cuando hablamos de los recuerdos y para qué guardar en ellos los hechos, los seres, los lugares y las cosas que viven en nuestra memoria como fantasmas, como imágenes, como palabras?

No puede haber dominio de aquellos recuerdos que en la maquinaria de la memoria deben o no aparecer. No podemos convocar recuerdos específicos en cualquier momento, aunque así nos lo parezca. Y es otra maquinaria, la que los trae sin aviso previo. Otra máquina es la que nos devuelve un recuerdo y otra más, la que los viste y calza, para que tengan la apariencia con la que debemos sacarlos a la luz. Pero esa apariencia y talla, dará imagen al hecho, ser, lugar o cosa que regresa del pasado a hacerse presente mediante el lenguaje que busca representarlo con fidelidad. ¿Y para qué sacarlos a la luz, para qué contarlos, para qué hacerlos conocer? ¿De qué se trata esa necesidad por recordar en voz alta y traer el pasado como una joya?

Cuando relatamos un recuerdo –que también modela nuestra identidad en el presente–, suele fabularse y las cosas, los seres, los lugares o los hechos recordados puestos en la mesa del relato, nunca se expresan bajo el modelo preciso de aquel contexto en el que sucedió la vivencia. Las variaciones siempre modelan el relato, donde la precisión se pierde y la configuración de aquellas imágenes, es otra. Pero si a esa recepción del relato sumamos la resignificación que le da quien escucha aquello que vino de la memoria de alguien más, lo que aquel conocerá, ya será distinto. Y eso es una operación que mucho se parece a la que se hace cuando se escribe la literatura.

¿Se fabula por naturaleza? ¿Se miente porque, a falta de no recordar con exactitud, se recurre a la imaginación que todo lo salva? No creo que se mienta, cuando se recuerda algo errado. Aparecerá como verdad en el relato y quien lo trajo de su memoria, así lo recordó, por tanto, no está mintiendo. ¿Y cómo saber si lo que recordamos de verdad pasó como lo estamos recordando? Muchas veces, cuando se confronta un recuerdo con otro de sus protagonistas, nos damos cuenta que no fue así. El otro testigo recuerda otras características de aquello que se había omitido, o describe aristas del mismo recuerdo que estaban perdidas totalmente en la memoria del primer memorioso, sencillamente el recuerdo resulta ser opuesto totalmente en aquellos dos que lo recuerdan y lo han traído al presente. ¿Qué es el pasado entonces sino ficción? La vida está hecha de la misma materia que la ficción y en ella creemos religiosamente. Creemos en ese territorio de ficción, igual que se cree en el opuesto que damos en llamar “realidad”. La vida no podría concebirse sin es parte de ficción que circula en nuestra sangre. Vivimos recordando y cuando más pasa el tiempo, más hablamos del pasado y fabulamos más. Comenzamos a contar el mismo recuerdo más de una vez y tal vez también sea porque amamos más nuestro pasado, o quizás porque nuestra necesidad de ficción crece con los años…

Nada más hermoso que las palabras entre los amigos que se sientan a recordar la vida, nada más hermoso que contarse los recuerdos unos a otros y nada más profundo que hacer que nuestra historia siga viva entre los demás. Y nada más hermoso que recordar los hechos del amor y las viejas alegrías que suelen guardarse de manera natural. Recordar es dejar que lo ido en la realidad, vuelva en la ficción y nos traiga lo que nada del presente puede darnos. Lo que me demuestra que necesitamos del pasado, es decir de lo que en nuestra historia tiene el talante de ficción.

Yo suelo recordar y narrar a mis cercanos lo que recuerdo, pero no escapo de fabular y le doy demasiada cuerda a la máquina que resuelve problemas narrativos de aquella realidad ida y acabo por fabular (no mentir), porque aquellos sitios oscuros del olvido, los ilumina la imaginación y la historia así estará completa. ¿Será por eso que soy feliz contando historias? Y quizás por eso escribo lo que de literatura escribo.º

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