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Por Mario Alberto Mejía

Noche de insomnio. Café mañanero. Tony Gali está listo en veinte minutos. Desayuno en familia. Charla obligada. Los mejores ánimos.

Elías Abaid, su yerno, llega para desearle buena suerte. Luego se va a Tlaxcala donde es el delegado del partido contra el que va la familia Gali en Puebla: el PRI.

Tony chatea con el gobernador. Revisa la prensa nacional. Se encomienda al Padre Charbel. El santo libanés tan milagroso. San Charbel.

Otro Charbel, a la misma hora –su concuño–, desayuna con la rival de Tony: Blanca Alcalá. Con esas paradojas en la cabeza sale a votar.

Los micrófonos y las cámaras lo abruman. Hace fila. Declara algunas frases cortas después de sufragar por él mismo. De la mano de su mujer, Dinorah, vuelve a casa. Ahí estará reunido con el equipo de campaña. Trazan escenarios. Parten juntos al búnker. La ciudad respira como un dinosaurio herido. Buena señal, piensa el candidato.

El primer reporte lo sorprende tomando un té de limón. Paco Abundis, de Parametría, le manda el corte. Aparece arriba de Alcalá por cinco puntos. “¿Eso es bueno?”, pregunta a sus operadores. “Excelente”, le responden. “Los priistas salieron a votar de ocho a 10. La elección se va a abrir porque los nuestros apenas saldrán a hacerlo”.

En el segundo corte la brecha se amplía. En Casa Puebla, el gobernador recibe información. Está tranquilo. Nervioso, pero tranquilo. Se limpia el sudor con un pañuelo. Los datos circulan: la gente está saliendo a votar a muy buen paso. Con buen ritmo. A esa hora ya hay reportes de algunas grescas. Nada que quite el sueño.

El tercer corte, el de las 15:30, es el definitivo. No habrá marcha atrás. Los 11 puntos que le da Parametría podrían terminar en nueve o 10. No menos. El gobernador le escribe un mensaje cálido. Ellos no lo saben, pero la Ceremonia de los Adioses acaba de empezar.

Llueven las llamadas. “Ricardo Anaya, para felicitarlo”, dice una secretaria. Juan Díaz, líder del magisterio; Diego Fernández, Alberto Anaya, dirigente del PT… Juan de Dios, su jefe de ayudantes, controla a los primeros búfalos que llegan. “El candidato no verá a nadie antes de las seis de la tarde”, informa. Es inútil. Se apersonan, empujan, sacan credenciales. Todos son influyentes a esa hora. Tony y Edy, sus hijos, cruzan la barrera. Son los primeros en enlazarse a él. Nuevos mensajes del gobernador. Algo empieza a cambiar en la mirada del aún candidato. Nadie se da cuenta, pero algo cambia también en la forma de caminar.

Nueva llamada. “El licenciado Osorio Chong”, dice una sorprendida secretaria. Tony respira hondo. La charla es breve, pero definitiva. En pocas palabras le dice que tienen reportes de que él será el ganador. Lo llama a la prudencia y a la reconciliación. Comparte con el gobernador esas palabras. Éste le pregunta detalles sobre la llamada con el secretario de Gobernación. Algo empieza a cambiar en el huésped de Casa Puebla. Martha Érika, su esposa, lo percibe. “Te veo distinto, Rafa. Eres el mismo, pero eres otro”. Él también se da cuenta.

A las seis de la tarde todo mundo rodea a Tony. Continúan las llamadas. Le llueven abrazos. El Lobo Henaine fue el único que estuvo con él a lo largo del día. Juntos comieron ensaladas y atún. Agua de Jamaica. El Lobo percibe la nueva mirada y la nueva forma de caminar. Piensa: “Tony no lo sabe, pero ya es otro”. Sí lo sabe.

En Casa Puebla el mundo se empieza a mover de otra manera. Moreno Valle habla a México con Erwin Lino, particular del presidente Peña. Le pide que le haga saber que el estado está en calma pese a las provocaciones de los priistas. Le da un reporte puntual. Lino le dice que más tarde lo comunicará con Peña Nieto.

La parafernalia se va a vivir al hotel Presidente Intercontinental, sede de la celebración. Un periodista adicto a Marín busca al candidato. Le dice que siempre estuvo con él y que celebra su triunfo como el incondicional más grande de Puebla. Este recado no lo lee Gali, sino el delegado del PAN, Marcelo García Almaguer. Su reacción: suelta una carcajada que hace voltear a todos en la Suburban negra. Lee el mensaje en voz alta. Todos ríen. Un comentario al calce: “¡Este cabrón ya quiere chichi!”. Gali también ríe.

La celebración dura tres horas. En ese lapso, el candidato recibe la llamada del presidente Peña. “Me honro en felicitarte…”, le dice de entrada. Gali ya es el hombre más celebrado de Puebla. Da entrevistas a López Dóriga, a Loret de Mola y a Denise Maerker. También a Javier Alatorre.

Un piquete de periodistas entra a empujones a la zona VIP. Se mueven como influyentes. “¡Gali ganó gracias a nosotros!”, exclaman jubilosos ante quienes los quieran oír. Nadie los quiere oír. Uno de ellos grita –no habla– que primero lo hizo alcalde y ahora lo acaba de hacer gobernador. Y lo dice en serio.

Un auxiliar le pasa una tarjeta al candidato. El gobernador lo espera en un privado. Sale del brazo de su mujer. Discretamente. Todos se mueven como ujieres. Incluso algunos del primer círculo. “¡pásele por acá, señor gobernador!”. El encuentro es simbólico. Moreno Valle luce pleno, feliz, eufórico. Se abrazan como pares. Tony le agradece la hoja de ruta trazada desde hace algunos años. Martha Érika y Dinorah se suman a esa celebración. No hay grupo más feliz en todo el hotel. Algo se ha movido de su lugar.

Gali sabe que empieza a ser lo que Moreno Valle está dejando de ser.

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