La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
El 15 de enero de 2016, Fernando Morales Martínez le envió a su amigo de muchos años —Manlio Fabio Beltrones— un oficio en el que le solicitaba su baja como militante del PRI después de treintaiún años de trabajo en distintas trincheras.
Trece días después, el hijo del ex gobernador Melquiades Morales —otro gran amigo de Beltrones, a la sazón presidente del CEN del PRI— envió la ratificación de su renuncia, con lo que el trámite oficial quedó más cerrado que una ostra del Pacífico mexicano.
Sobra decir, pero hay que decirlo, que en ambos casos aparecen los sellos de recibido.
¿Qué pasó desde entonces?
Algunas cosas:
Fernando siguió trabajando para el gobierno de Rafael Moreno Valle y generando resquemores y dolencias en algunos priistas que lo detestaban luego de haber sido serviles y abyectos con él en el pasado reciente.
Cumpliendo con el reglamento de su entonces partido, el 20 de marzo de 2015, Morales Martínez le envió a César “El Relojes” Camacho —ese gran enamorado y apasionado del tiempo— un oficio en el que le informaba que dos días antes había aceptado la Subsecretaría de Desarrollo Político y Participación Ciudadana de la Secretaría General de Gobierno de la administración morenovallista.
Sin avergonzarse de su militancia, el ex dirigente estatal del PRI refrendaba ante quien en ese tiempo cobraba como líder del partidazo su compromiso con las normas internas.
¿Qué nos dicen estos tres oficios?
Varias cosas.
Uno) Que Fernando Morales era un hombre institucional.
Dos) Que no violaba ni violentaba precepto alguno.
Tres) Que fue institucional hasta el último día de su renuncia.
Seguramente habló en su momento con Beltrones sobre los motivos de su salida.
Y seguramente también éste lo entendió y comprendió a cabalidad.
Cuando Fernando apareció operando para que Tony Gali ganara las elecciones de 2016, varios priistas locales —profundamente desinformados— soltaron diversos ladridos.
Y más: pidieron su expulsión con los ojos llorosos e inflamados.
Públicamente argumentaron que no podían permitir que un militante —ya no lo era— operara para que perdiera su partido.
Estos personaje continuaron en esa ruta de desinformación y de pena ajena.
Y es que en lugar de informarse bien, iniciaron el proceso de expulsión.
Dicho proceso culminó la semana pasada con el acuerdo de quitarle sus derechos de militante a quien tenía un año de ya no serlo.
¿Kafka en el PRI de la Diagonal?
Sí.
Pero también Manolín y Shilinsky.
Esta comedia surrealista retrata muy bien a quienes han venido cayendo de ridículo en ridículo, pero también exhibe esa doble moral del PRI.
Y es que personajes como Mario Marín, Ulises Ruiz y Cuauhtémoc Gutiérrez —auténticas lacras del priismo nacional— siguen siendo militantes pese al daño brutal que le han hecho a su partido.
Otro caso ejemplar es el de José Murat, ex gobernador de Oaxaca, quien lejos de haber sido expulsado es el presidente de la Comisión Colosio para vergüenza de los intelectuales —pocos, pero los hay— que aún militan en el tricolor.
Esta comedia de confusiones termina, pues, con la expulsión de quien ya no era militante.
Brillante forma de llover sobre mojado.
De pena ajena.