La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

Enrique Doger estaba nervioso.

Ni las 22 encuestas de Pepe Zenteno ni los mensajes por WhatsApp que Javier Casique le envió horas antes lograban tranquilizarlo.

Sentía que la candidatura a Casa Puebla se le escapaba.

Recordó su última conversación con Mario Marín:

“No confíes en Jorge Estefan, Enrique. Te va a traicionar. En una de ésas, él sale como candidato. Tampoco te fíes del pacto con Juan Carlos Lastiri en la casa de José Antonio López Malo. Ese cabrón no cumple acuerdos. Si tú quedas como candidato van a querer negociar tu derrota. Mejor busca ser candidato a la alcaldía. Ahí no habrá tantos riesgos. Tú conoces bien ese terreno. En una negociación puedes ganar sin problemas”.

Doger se levantó, se bañó y marcó un número.

Nadie le contestó.

Eran las cinco de la mañana.

Puso el programa de Javier López Díaz.

Éste hablaba de que el pronóstico del tiempo era terrible para Puebla.

“Se avecina una tormenta”.

Pensó que la frase era una metáfora de lo que vendría.

Más tarde escuchó a Fernando Canales hablar de Joan Manuel Serrat y del día que lo conoció.

Pensó en correr un poco.

Era inútil.

La zozobra no lo dejaba en paz.

Así pasaron dos horas.

López Díaz hablaba ahora de que en cualquier momento surgiría el nombre del candidato del PRI a la gubernatura.

Estiró los brazos.

Tomó una pelotita de hule.

La apretó una y otra vez.

Le marcó a Manlio Fabio Beltrones.

No le respondió.

Él lo había tranquilizado dos días antes cuando le dijo que en su bolsa de candidaturas iba la suya.

Sonó el teléfono.

Era el particular de Aurelio Nuño.

Lo esperaban en México a las seis de la tarde en una de las oficinas que el candidato Meade tenía en Chimalistac.

Una nueva zozobra lo invadió:

“O me citan para decirme que yo seré el candidato o me citan para que me sume a Lastiri”.

No comió en todo el día.

Nacho Mier se ofreció a acompañarlo:

“Sirve que te cuento los últimos chismes de Andrés Manuel y de Barbosa”.

Doger prefirió viajar sólo con su chofer.

No tenía ganas de hablar ni de comer.

Durante el trayecto quiso dormir, pero los nervios no lo dejaban en paz.

Llegó a la cita puntual.

El particular de Nuño lo condujo con el particular de Meade.

Esperó media hora en un privado.

Por una ventana vio llegar a Lastiri.

Iba sonriente.

La trigésima zozobra del día se apoderó de su sistema límbico.

Escuchó risas del otro lado de la puerta.

Abrazos efusivos.

Nuevas carcajadas.

“Meade me va a decir que no se pudo, pero que me sume a Lastiri”, pensó fríamente.

Dibujó mentalmente los acuerdos que Nacho Mier tenía con la gente de López Obrador.

“Si aquí no me quieren me voy con Morena. Algo saldrá”, murmuró en respuesta a su amígdala cerebral.

Descubrió que estaba empapado.

El sudor caía por su frente.

Un sudor frío.

La antesala del horror.

La puerta se abrió cuando intentaba limpiarse con una servilleta de papel.

Era Meade.

Un Meade sonriente.

Le dio un abrazo y lo llamó por su nombre de pila.

“Seré breve, Enrique. Quiero que tú seas nuestro candidato a la gubernatura de Puebla”, le dijo sin emociones.

“Ponte a trabajar y nos vemos pronto. Te va a buscar Ochoa Reza para ultimar detalles”, agregó.

Cuando subió a su camioneta, una nueva zozobra ya lo tenía de rehén:

“¿Y si me quieren negociar? ¿Y si quieren negociarme a cambio de que Moreno Valle les dé los votos suficientes para que Meade llegue a la Presidencia”.

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