La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Tiene veintiún años de edad, es adicta a la heroína y ya ha estado tres veces en la cárcel por robo a transeúnte y a comercios.
Debió haber tenido catorce años cuando fue detenida la primera vez.
Reincidió en abril de 2018.
Y en agosto.
Agosto 9.
Se llama Ariadna.
Tiene la mirada perdida y lesiones en el rostro debido al síndrome de abstinencia.
Cuando no se pica, Ariadna se va contra sí misma.
Se araña la piel.
Se descontrola.
Hace nueve años fue enviada a vivir con su abuelita.
Imaginemos el escenario:
Padres inadaptados que se odian, y odian todo aquello que crearon juntos.
Ariadna, por ejemplo.
La abuela les dice a los policías que desde hace ocho años no la ve.
Un día salió de su casa y no volvió.
¿Cuántos años debió haber tenido?
Trece seguramente.
Al siguiente año cometió su primer robo a alguien que técnicamente es conocido como “transeúnte”.
Ese “transeúnte” puede ser un hombre o una mujer, o un adolescente descuidado que habla por su celular mientras camina.
Ariadna seguramente lo vio venir, y lo cazó, aunque al final fue ella la cazada.
A los catorce años no hay cárcel que la hospede, por lo que habrá sido remitida a uno de esos espacios a los que llegan los adolescentes “inadaptados”.
¿A los cuántos años se hizo adicta a la heroína?
Nadie lo sabe.
Ariadna quizá ya lo olvidó.
El National Institute on Drug Abuse (NIH) informa que “la heroína es una droga ilegal sumamente adictiva que se procesa a partir de la morfina, una sustancia que se da en forma natural y se extrae de la vaina de las semillas de ciertas plantas de amapola. Por lo general se vende en forma de polvo blanco o amarronado que se ‘corta’ con azúcares, almidón, leche en polvo o quinina. La heroína pura es un polvo blanco de sabor amargo que se origina principalmente en América del Sur y, en menor medida, en el sudeste de Asia, y domina los mercados estadounidenses al este del río Mississippi. (…) La heroína impura generalmente se disuelve, se diluye y se inyecta en una vena, un músculo o en forma subcutánea”.
Ariadna se inyecta esa heroína impura, fake, maquilada en tugurios poco iluminados.
Cuando la consume, cae en un letargo y sueña absolutamente con cucarachas y arañas violinistas.
O con sombras tejidas en la ausencia.
Lo peor viene después: cuando el síndrome de abstinencia florece como una flor negra en el cerebro.
Las convulsiones la asaltan, pero también la irritabilidad, la ansiedad, la necesidad nuevamente de inyectarse en cualquier picadero.
Ariadna roba para conseguir una dosis, valuada en el mercado negro en setecientos pesos.
No es heroína pura la que le venden: es un material hecho de deshechos.
Esa basura es la que entra en su cuerpo, en su cerebro, y la convierte en una muñeca de trapo.
El círculo en el que vive Ariadna es un círculo vicioso.
Su adicción la lleva a robar para inyectarse.
Y así sucesivamente.
No hay policía en el mundo que pueda inhibir sus robos.
Después del infierno está el infierno.
Ariadna vive en la calle como un paria.
Y no vive: sobrevive.
Es el rostro de los que la criticamos desde el confort.
Pero, también, es el resultado de nuestro fracaso como sociedad.
Ariadna es mayor de edad y nadie la puede obligar a internarse en un centro de rehabilitación.
Hay que imaginar con ella nuevos mecanismos.
Eso está haciendo precisamente el alcalde Luis Banck con la Mesa de Seguridad y Justicia que sesiona los jueves a la par del Conversatorio con magistrados del Tribunal Superior de Justicia.
En el primer espacio participan Manuel Alonso, secretario de Seguridad Pública del ayuntamiento; el propio Banck, un representante de la Fiscalía del estado, algunos regidores y los jefes de sector de la dependencia que dirige Alonso.
Ahí, cada jueves, se hace un balance de los delitos más recurrentes en la ciudad de Puebla: robo a negocio, robo de vehículo, robo a casa habitación, robo de autopartes, robo a transeúnte, homicidio, robo a transporte público y robo a cuentahabiente.
Como todo en la vida: hay avances y retrocesos.
Más avances desde que se creó la Mesa de Seguridad.
En el Conversatorio, Luis Banck y Alonso exhiben a los jueces que con la mano en la cintura sueltan a los delincuentes.
Y vaya que hay jueces tan laxos que terminan siendo reincidentes.
Esta manera de abordar el tema de la seguridad empieza a dar sus frutos.
Sería una lástima que no continuara en la siguiente administración municipal.
Claudia Rivera Vivanco ya estuvo en una de las sesiones.
Por el bien de todos, valdría la pena que las continuará.
El caso de Ariadna es uno entre muchos otros.
Ella está pidiendo a gritos que la ayuden.
La Mesa ya es sensible a ese fenómeno.
Es cosa de imaginar una salida que beneficie a todos.
Por cierto: abundan los despachos jurídicos especializados en sacar de la cárcel a las bandas de la delincuencia organizada que sistemáticamente recaen en los delitos.
Esos abogados se han vuelto cómplices recurrentes en este mar de irregularidades.
Ya han sido detectados.
Una futura solución sería exhibirlos públicamente.