Ha pasado un año desde la tarde del 19 de septiembre, cuando un movimiento sísmico con epicentro en el límite con Morelos dejó sus huellas en el primer cuadro de la capital.

Por: Osvaldo Valencia

Ha pasado un año desde que la tierra cimbrara el centro del país, aunque  en el Centro Histórico de Puebla todavía se observan los estragos.

Son las 18:00 horas del 15 de septiembre. Leonardo sale de su domicilio en el barrio de San José, el 430, una casa de dos pisos con una fachada de color azul y puerta amarilla.

De unos 40 años de edad, deja su casa ‑colindante con el bulevar 5 de Mayo- y pasa por un terreno baldío, cercado por una reja, y luego camina al costado de una casa en obra negra.

Desconoce que antes, ahí, había dos casas similares a la suya: de dos pisos, con fachadas coloridas de tonos verde y azul. Que eran las de los números 432 y 434. Que en esas casas vivían Gustavo Reyes y Georgette Vázquez.

Llegó al barrio de San José en enero de este año, vivía en la calle 2 Oriente del Centro de la capital, quería algo más seguro pero no alejado, salir del peligro del tránsito y los sismos. No sabe que en esos terrenos había casas iguales a la suya y que tras el 19 de septiembre tuvieron que derrumbarse.

—Yo busqué un lugar más alejado del Zócalo, del Centro de la ciudad, pero que se mantuviera en la zona y mudarme a San José parecía una buena idea— comentó.

—¿Pero no se enteró de las casas que tuvieron daños acá?— le pregunto.

—Pues la verdad no, a mí, el dueño de la casa no me dijo nada de que hubo afectaciones en la zona. Cuando llegué no había construcciones al  lado y las únicas vibraciones que se sienten en la casa es del lado que da al bulevar, pero hasta ahora no he sentido
inconvenientes.

—¿No le dieron alguna recomendación de Protección Civil? ¿Algún peritaje de la estructura?— le insisto.

—No, yo sólo pago la renta, que son nueve mil pesos al mes, supongo que es lo que pagan todos en la zona, y ya. El barrio es tranquilo, el único inconveniente es el paso de los autobuses, pero nada más— concluye  antes de seguir su camino.

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Es 19 de septiembre de 2017.

En lo que ahora se observa como una construcción en obra negra vivía una familia, la de Gustavo Reyes.

A las 13:14 horas , el maestro de primaria se encontraba dentro de su casa, la del número 434. Estuvo en el segundo piso cuando la tierra se movió de la misma forma que lo hiciera hace 32 años.

Los días posteriores al movimiento telúrico fueron de incertidumbre para Gustavo y su hija, y aunque ella no vivía más con él veían que podían quedarse sin parte del techo.

Pasaban largos ratos en la calle -sobre la 22 Poniente y 4 Norte- mientras albañiles y trabajadores de Protección Civil derrumbaban el segundo piso de su casa.

Gustavo sabía de los daños que guardaba su casa; en 1999 el sismo que azotó a Puebla a mediados de junio quebró el Centro Histórico de la capital.

“Protección Civil vino como tres veces, reforzaron las paredes, nos dijeron que no era seguro habitarla y ahora están viendo si tiran el tercer piso con el INAH (…) En aquella ocasión (en 1999) los cimientos del tercer piso quedaron afectados y los de Protección Civil querían tirarlo, pero los del INAH decían que se tenía que revisar porque podía afectar la imagen urbana del Centro”, dijo en aquella ocasión, semanas después del sismo.

Con el paso de los meses los más de 26 años que vivió en el barrio de San José quedaron derrumbados hasta quedar reducidos a una casa de un piso.

El caso de su vecina, Georgette Vázquez, fue similar. Ella, mujer septuagenaria y conocedora del Centro Histórico poblano por 48 años, sintió en los rincones de su casa los estragos de cada sismo, el de 1999 y el de 2017.

Entre cuadros de Jesucristo y la Virgen María, así como recuerdos de una vida, se escondían las cicatrices de un hogar que soportó ambas embestidas naturales.

Lo que no esconden esos recuerdos eran los soportes de madera que sostenían el segundo y tercer pisos de la casa, ni la pared que se recargaba sobre la casa de Gustavo.

“Por unos funcionarios que no intervinieron cuando tenían que hacerlo habemos gente que lo perderemos todo (…) Si no hubieran aplazado tanto (la intervención de los inmuebles) ahora no se quedarían las personas sin casa. Lo bueno fue que no hubo muertos, pero hay personas que perdieron su hogar”, expresó Georgette con la furia contenida entre los dientes.

Hoy, tanto Gustavo como George-tte, son recuerdos de unas vidas que se desenvolvieron en ese barrio -El de San José-. O ni siquiera eso para la gente que apenas llega a la zona.

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En 1999 el municipio de Puebla afrontaría el sismo de junio.

En la capital del estado gobernaba Mario Marín Torres y en la entidad Melquiades Morales Flores.

Después de la catástrofe la cuantificación de daños se pudo realizar: afectaciones en 69 iglesias, 233 viviendas, 255 inmuebles públicos y privados, la caída de 90 bardas, fracturas de seis puentes, cinco hoteles, cuatro museos y 10 mercados.

Con dicha evaluación el Ayuntamiento gestionaría ante el Banco Interamericano de Desarrollo y el Mundial recursos para iniciar la reconstrucción del Centro Histórico, además de que se utilizarían recursos sobrantes de proyectos de semaforización -alrededor de 20 millones de pesos- para el rescate de los barrios tradicionales, de acuerdo con una revisión hemerográfica del diario El Universal de Puebla.

Sin embargo, a pesar de los anuncios de la entonces Dirección de Desarrollo Municipal, Desarrollo Urbano y Obras Públicas, las complicaciones llegaron con los resultados de estabilidad de inmuebles. En 32 casos de viviendas de vecinos los dictámenes y contradictámenes de la Comisión del Patrimonio Edificado, el Sistema Estatal de Protección Civil, y peritos de la Dirección de Obra Pública chocaron, principalmente en las calles 4 y 6 Oriente.

El Colegio de Investigadores de Ingeniería Civil también dio su punto de vista y señaló malas construcciones en el Centro Histórico, pues las edificaciones de 10 años no se podían ir abajo tan fácil con un terremoto.

Además, achacaron culpas a las autoridades municipales en turno por encargar edificios de bajo costo y que no garantizaban la buena calidad de los materiales y la ejecución eficiente de estos.

Los conflictos entre el INAH con el clero arreciaron por los señalamientos de la falta de mantenimiento en sus iglesias, lo que generó fisuras en un gran número de ellas en ese junio.

A lo anterior se sumaron peticiones de académicos, como la del urbanista Francisco Vélez Pliego, para desarrollar un gran plan de rescate de la Zona de Monumentos del primer cuadro de Puebla.

Sin embargo, eso, a las personas que perdieron sus horas, nada les importa. “Si no lo hubieran aplazado tanto, ahora no se quedarían las personas sin casa. Lo bueno fue que no hubo muertos, pero ahora hay personas que perdieron su hogar”, son las palabras que repite con insistencia Georgette, sin saber entonces que perdería la casa en la que vivió gran parte de su vida.

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