Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Demasiadas sombras, mucho misterio. Por más que uno apele a digerirte sin complicaciones, se ve inevitablemente envuelto por un magnetismo que a primeras nos genera odio, repulsión, espasmos guturales, magnetismo que después, cuando se interpola -si tenemos suerte- nos hace, no solo amarte (porque eso es muy poco, casi nada) sino idolatrarte hasta la muerte.

            Toda tu vida construyendo un misterio en torno a ti mismo, un misterio de ti mismo. “Toda tu vida”, si es que vida resulta una palabra que se ocupe bien y le haga justicia a la inmortalidad.

            Dices que escapaste un día de Minnesota, del invierno malvado. Dices que viajaste en vagones de tren cubiertos de hollín junto a vagabundos y prostitutas y negros y locos, en busca de la tierra prometida; dices, mil veces dices, que llegaste una mañana helada a esa tierra, la prometida, Nueva York, (esa misma que soñaran Moisés y Steinbeck y Guthrie) los primeros días fríos de una década de la que tu mismo serías luego indispensable, irrefutable.

            Dices tú, pero también lo sabemos por otras fuentes, que conquistaste el Village, y que ahí, en las camas de tus novias y de las novias de tus amigos, se gestó el misterio, la leyenda, los Wayfarer y sus sombras.

            Eres el gran mentiroso, el más mentiroso. Vivir en la contradicción. Mentirte. Escupirte. Comerte a ti mismo. Escribirte. Destruirte a ti mismo. Ser todo y a la vez ser nada. Don nadie.

            Ser el nadie de todos.

            ¿Podrás vivir en la mentira de por vida? ¿Podrán tus mitos resistirte, sobrevivirte?

            Pero aquí veo, según mis cálculos, que cometiste un error. Uno de los grandes, uno de esos garrafales. Te enamoraste de una niña, una italiana más joven que tu. Te dio vueltas, te quitó el velo, destruyó el misterio, devoró al poeta y eso, querido Bob, quedó inmortalizado. Sí, Bob, cometiste el gran error.

            Te equivocaste al caminar con ella brazo a brazo, como estúpido, como un bobo, como un idiota. Caminaste y sonreíste y la calle 4, esa que juraste jamás compartir con nadie, ha quedado impregnada con su nieve para siempre, como esa vez en que por menos de un segundo -el que dura un diafragma en capturar la luz- pudimos ver lo que tienes dentro en realidad.

            Por menos de un segundo, Bob, dejaste de mentirle al mundo.

***

PS

Un minuto de silencio por todos esos diseñadores gráficos que tienen que lidiar con un diseñador de los ochenta.

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