Juan Norberto Lerma

En el cuento Las babas del diablo, Julio Cortázar juega con la realidad cotidiana y la lleva más allá de los sentidos. El título del cuento no es gratuito, sino que nos sugiere que vamos a escuchar una historia de maldad y corrupción.

En su texto, desde las primeras líneas vemos cómo irrumpe lo fantástico en la realidad y la transfigura, la moldea, la afecta, y a lo mejor hasta la complementa.

En el cuento Las babas del diablo, el autor muestra cómo a lo fantástico, a lo que consideramos irreal, le basta sólo un descuido, un pestañeo, para trastocar la vida de cualquier ser humano.

En Las babas del diablo el narrador es un fotógrafo que inicia a hablar sin saber cómo contar una historia, juega con el lenguaje, lo trastoca, y da varios rodeos para demostrar que está impactado por un hecho del que fue testigo y que en ese momento va a relatar.

El narrador se identifica como Roberto Michel, es fotógrafo y traductor, y para contar la historia a veces utiliza la primera persona y en ocasiones la tercera.

Un domingo, el protagonista de Las babas del diablo sale a pasear para descansar de la traducción de un libro. Llega hasta un parque, ve unas palomas, observa que hay una pareja, enciende un cigarro, y en el momento en que se prepara para disfrutar del paisaje, descubre que esas dos personas que están ahí a unos cinco metros de él no son una pareja, sino un muchacho y una mujer madura, esbelta, hermosa.

Roberto Michel especula que la mujer estaba ahí para esperar a ese muchacho o a cualquier otro. El muchacho no tiene más de quince años y es posible que no tenga dinero, el narrador sugiere que el adolescente y la mujer podrían estar cerrando un trato.

El fotógrafo continúa especulando, pero fiel a su vocación se mantiene a la expectativa para tomar una fotografía en el momento en que ocurra el desenlace de ese encuentro, sea cual sea.

De pronto, el fotógrafo advierte que hay un auto negro en un área lateral de la plaza y que dentro del auto está un hombre al volante. El sujeto parece que hojea un diario o que vigila la escena que se desarrolla entre la mujer y el muchacho.

Roberto Michel ve que la mujer es una presencia apabullante para el muchacho y que casi lo nulifica. Intuye que en ese encuentro es ella la importante y que tiene dominado al joven, tan hipnotizado como para hacer con él lo que se le dé la gana.

El fotógrafo imagina que si la mujer quiere se llevará al muchacho con ella y que llegarán a un piso bajo lleno de almohadones y de gatos.

En la escena que sigue, el narrador descubre que la mujer parece actuar para otro y sin mencionarlo sugiere que tal vez ella se excita o intenta excitar no al muchacho, sino al sujeto que está dentro del auto.

El muchacho parece que asiste a su iniciación sexual, pero el pudor y la falta de dinero lo contienen. La imagen de la mujer seduciendo al muchacho le gusta al fotógrafo y decide tomar la fotografía, aunque en su cuadro se introduzcan elementos que no desea capturar con su cámara.

La mujer y el joven se dan cuenta de la presencia del fotógrafo. El muchacho reacciona con pena, mira al fotógrafo y hace un gesto de desconcierto. La mujer de plano se ve enojada por la intromisión del mirón que interrumpe su juego.

La mujer encara al fotógrafo y le exige que le entregue el rollo de la cámara y el fotógrafo le responde que no tiene motivos para hacerlo, puesto que en París no está prohibido tomar imágenes en público. En ese momento, el joven comienza a retroceder y de pronto da media vuelta y corre, huye desesperadamente, se aleja del lugar y se pierde, dice el narrador, como un hilo de la Virgen.

El narrador explica que los hilos de la Virgen también pueden ser las babas del diablo y que en esa escena advirtió que algo raro sucedía, porque de pronto escucha la portezuela de un automóvil. El hombre que leía o fingía leer el diario baja del auto y se acerca a la mujer y entre los dos le exigen que les entregue la fotografía.

En esta parte, la descripción que hace el narrador es detallada, pinta una especie de maldad o depravación en los gestos y en el rostro del sujeto que desciende del auto para apoyar a la mujer y exigirle la imagen que captó.

El narrador se obsesiona con la imagen, porque intuye que lo que captó no es solamente la escena de la mujer y el muchacho, sino que hay algo que se detuvo en el tiempo y que continúa en la fotografía.

Como en una pantalla Roberto Michel revive con exactitud el lugar en el que estaban colocados los protagonistas de la fotografía, la amplía hasta el tamaño de un póster, la coloca en la pared y la observa.

De repente, ve cómo la mujer de la fotografía mueve un dedo, mueve otro y al final cierra la mano, en un gesto de furia. Lo que sigue es el desenlace de la misma escena, pero de un modo oscuro, inesperado, que ocurre ante los ojos de Michel.

El texto Las babas del diablo pertenece al libro Las armas secretas, el volumen que tal vez contiene los mejores cuentos de Julio Cortázar. En todo caso, ese libro lo escribió cuando ya era un maestro de la ficción.

En los cuentos de Julio Cortázar siempre hay una anécdota, sobre la que borda lentamente o de forma vertiginosa, los acontecimientos se precipitan y los maneja con maestría.

En el cuento Las babas del diablo, Julio Cortázar comienza con un hecho convencional y enseguida lo dirige hacia lo fantástico, que no sólo es imaginería, sino que se convierte en un hecho que irrumpe en la realidad para modificarla.

Julio Cortázar fue un escritor argentino, al que frecuentemente se le incluye en el movimiento conocido como el Boom latinoamericano, al que pertenecen Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Por: Juan Norberto Lerma/@Lermanorberto

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