La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
José Juan Espinosa es uno de esos políticos que tiene una autoestima más grande que la camioneta que llegó a verlo a su casa una noche antes de que el Congreso del Estado definiera la gubernatura interina.
(De dicho vehículo bajó un señor con una maleta y se la entregó con el consabido ‘Ahí le mandan esto”).
Su verdadero problema no es ése.
Su verdadero problema es que se siente más inteligente que los demás.
Con Rafael Moreno Valle quiso pasarse de listo varias veces.
Y varias veces terminó siendo descubierto (en sus aviesas intenciones), y ejemplarmente sometido.
En la Primavera de Praga poblana —la llegada de Morena a la aldea—, José Juan se volvió hiperactivo.
Fiel a su estilo —como Agustín Jaime, ese personaje entrañable de Piporro—, José Juan bajaba, bajaba a caballo, y prometía posiciones al tiempo que velaba sus armas.
Lo hacía con un fin: apuñalar al aliado.
Su tránsito es de todos conocido.
Empezó siendo un guerrero en contra del morenovallismo.
Luego negoció posiciones.
Al final, recibió una maleta de un vehículo más grande que su autoestima.
En esa feria de las traiciones, apuñaló a Miguel Barbosa Huerta, a Fernando Manzanilla y a Gabriel Biestro.
Hubo más, pero éstos son los importantes.
(Muchas guerras al mismo tiempo para alguien que tiene en la palabra “equívoco” su definición más portentosa).
Hoy, su futuro es más incierto que una maleta entregada la noche antes de que el Congreso definiera la gubernatura interina.
Los expedientes en su contra empiezan a apilarse.
Sus antiguos aliados no quieren saber de él.
Ricardo Monreal —su alter ego, su factótum—ha dejado de tomarle las llamadas.
(Hace poco, incluso, José Juan se sintió traicionado porque éste empezó a apoyar con todo a Alejandro Armenta. A tal grado fue su enojo que Nancy de la Sierra, su esposa, le retiró el habla al presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado).
José Juan fue quien lanzó a Nancy a una aventura que le puede salir cara: la búsqueda de la candidatura de Morena al gobierno del estado.
¿Por qué lo hizo?
Para negociar.
¿Negociar qué?
Lo que se pueda.
Se equivocó de ventanilla.
Es muy claro que Barbosa no negociará ni el saludo de los buenos días.
La gran crónica de Lupita Juárez sobre el arranque de “precampaña” de Nancy de la Sierra dibuja muy bien la zona tortuosa de nuestro personaje.
Vea el hipócrita lector:
‘José Juan, sentado en la última silla de una larga mesa con uno de sus hijos en brazos, regaña a los del equipo de sonido por las fallas cuando su esposa toma el micrófono.
“Desde ahí, también pide a uno de sus asistentes cortar el discurso de Zeferino Martínez, el ex dirigente del Partido del Trabajo que hoy dice apoyar a De la Sierra Arámburo en sus aspiraciones. ‘Siempre habla mucho’, dice, mientras con su mano izquierda simula cortar su propia garganta para indicar que el petista se ha tardado con su discurso, aunque después ríe para disimular su molestia.
“Mientras, Nancy está rodeada de varias mujeres a quienes presenta como su equipo de trabajo y los posibles perfiles del gabinete que ya planea formar como gobernadora, incluido su esposo, quien de forma sarcástica antes de acomodarse para una fotografía oficial suelta que pronto presidirá el DIF.
“‘Lo dirás de broma, mi amor. Pero harías un muy buen trabajo en ese puesto: en el desarrollo de la familia’, agrega la precandidata.
“Su broma, más tarde, se volverá una declaración más seria por parte del legislador al señalar que de ser su esposa la candidata de Morena, él renunciará a su lugar en el Congreso local de manera definitiva porque se dedicará a sus hijos: ‘Ya después me voy al DIF’.”
Hasta aquí la larga, pero reveladora cita.
Lo que suena más sensato, más de acuerdo con la realidad política de Puebla, es su salida del Congreso.
(Lo del DIF y la candidatura son sueños de opio y whisky).
Una salida que ya empezó a darse con la ley del hielo que le aplican sus compañeros todos los días.
Y es que José Juan se ha vuelto invisible: Biestro no lo ve, y tampoco lo ven los demás legisladores.
Pronto dejará la Mesa Directiva que imaginaba permanente.
Y quién sabe si su curul esté ahí todavía cuando la busque como último refugio.