A espaldas del candidato los diputados locales y federales de la coalición y prácticamente todos los alcaldes de la región.
Por: Mario Galeana
Miguel Barbosa pasó su último día de campaña en Tehuacán, un valle que hacia al sur posee carreteras que llegan a Oaxaca y hacia el este, caminos de tierra que se despliegan por los pequeños y empobrecidos pueblos de la Sierra Negra y, más allá, Veracruz. Barbosa nació en uno de aquellos pueblos, a unas cuatro horas del valle si el clima lo permite, pero la gente –y él mismo– lo consideran tehuacanero.
El de ayer fue un día lleno de despedidas. Al mediodía acudió a una misa en la que velaban el cuerpo de uno de sus viejos amigos, Ángel Cid Muñoz, y él no pudo dejar de ver aquel ataúd al frente de la iglesia, rodeado de velas y flores. Entre rezos y cantos, Barbosa recordó la lealtad y socarronería de su amigo, así como un acuerdo que ambos se hicieron años atrás y que prefirió guardar para sí.
“A estas alturas ya le hizo la primera trampa al diablo. O a san Pedro. Espero que sea a san Pedro”, pronunció más tarde, cuando se encontraba arriba de un templete instalado en el corazón de la ciudad, ante la multitud que se desbordaba en los portales, en el Zócalo y en el Palacio de Gobierno.
Aquella fue la segunda despedida: la de una campaña que terminará el domingo 2 de junio, cuando las urnas se abran y se elija al gobernador del estado. Una campaña en la que Barbosa ha sido puntero de principio a fin. Una campaña súbitamente distinta de la otra, la acontecida el año pasado, en la que él todavía considera que fue el político “más atacado” y, sobre todo, víctima de un fraude que revirtió un triunfo holgado.
Frente al gentío, Barbosa narró que, en 2017, cuando había renunciado al PRD, no creyó que pudiera ser candidato por Morena al gobierno de Puebla. En septiembre, cuando empezaba a discutirse la candidatura, una voz le dijo que la buscara. “No tengo posibilidades, no conozco a nadie del Consejo Estatal”, reconoció. “Va a ser por encuesta”, le contestaron.
“En ese momento entendí que el encargo que querían darme era ser candidato. Porque a mí nadie me iba a ganar una encuesta, nadie. Lo que me estaban encargando era venir a Puebla y confrontar al poder más oscuro que había en el país: al poder político y económico de Ra-fa-el Mo-re-no Va-lle”, pronunció así, como si cada sílaba fuera un latigazo.
“A eso me mandaron, y eso cumplí. Le ganamos. Lo vencimos. Lo derrotamos.
“Ganamos la elección de gobernador de 2018 por 12 puntos. (Pero) un fraude maquinado desde el control de los organismos electorales falsificó una de seis elecciones: la de gobernador”.
Junto a Barbosa estaba Rosario Orozco, su infatigable esposa, y a sus espaldas los diputados locales y federales de la coalición Juntos Haremos Historia, ciertos políticos que se sentían raros en medio de ellos –como Javier López Zavala– y prácticamente todos los alcaldes de la región, entre ellos, Felipe Patjane, sentado en flor de loto con los brazos extendidos hacia las rodillas.
Patjane, quien es presidente municipal de Tehuacán, pareció incómodo de principio a fin. Tuvo el infortunio de que, mientras decía su discurso, otros dos alcaldes abordaron a Barbosa y a su esposa, que se distrajeron y no escucharon casi nada de lo que decía al micrófono. Patjane proclamó a Barbosa como su “padre político”, mientras su padre, su verdadero padre, un hombre idéntico a él en gestos, aunque tanto menos alto, lo miraba debajo del templete, con la vista alzada hacia su hijo al micrófono. Patjane dijo que estaría con Barbosa “hasta la muerte” y, al final, fue a abrazarlo intempestivamente.
En su turno, Barbosa hizo varias alusiones al gobierno de Patjane, al que reconoció que le tenía “un cariño especial”. Sin embargo, fueron señalamientos más bien malos, en los que dejó ver que Patjane se ha rodeado de toda clase de políticos, salvo de los de Morena.
“¡El Ayuntamiento lo ganó Morena! ¡No lo ganó el PRI! ¡No lo ganó el PAN!”, arengó. La multitud aplaudió y explotó en porras, y Patjane no pudo más que sonreír de manera nerviosa mirando hacia su padre político y hacia su verdadero padre, que lo miraba preocupado.
Un juego de palabras cerró el discurso de Barbosa: “Este ganso no se cansa”, e inició la última despedida a Tehuacán.