La Mirada Crítica
Por: Román Sánchez Zamora / @RomansanchezZ 

―Buenas noches señor.
Sebastián afirmó con la cabeza, no miró a la mesera… sólo la siguió…
Llegaron a ese balcón favorito, con el pasamanos labrado, la herrería que tanto le
gustaba con una escudería de la Colonia, los aires que se cruzaban en esa
esquina siempre eran fabulosos, lugar ‒según‒ de grandes héroes, de grandes
momentos en la ciudad, de grandes nostalgias, la nostalgia lejana, el momento
más cercano en una copa que llegó con vino… más tarde, otra copa con
cacahuates y ver las luces lejanas de los coches, escuchar el murmullo de la
gente, la charla del señor de periódico que todo mundo conocía y hasta decían
que era espía de la central de inteligencia, todo mundo siempre pasaba a saludar
a don Margarito, un día… sólo no llegó y pusieron un gran moño negro, esa
esquina ya no es la misma, a pesar de que su hijo ahora es el encargado.
Sebastián toma un puro de la bolsa de su saco azul, toma su cortador de plata y
regresa el recuerdo de su amigo… el que le mostró la existencia de todo el
gourmet de encender uno de estos puñados de tabaco habanero.
Toma la copa… le da vueltas con la mano, acerca su nariz… huele la reacción del
vino con el oxígeno y se siente satisfecho… no por el vino, no por el balcón, no por
el puro… por su posición dentro de la sociedad.
Estela camina por esa misma calle, observa el balcón y mira y se piensa en él… y
la sorpresa es que está allí mi amigo de años… El Sebas… allí está y decide ir…
Él mira hacia el pasillo hasta que distingue una figura conocida, una silueta
amigable, una sombra que le hace levantarse y abrir los brazos…
―Estela… amiga… ¿cómo has estado?… siempre es para mi corazón una dicha
verte.
El saludo se convierte en plática de horas… de risas, de sueños… de recuerdos…
de tantos años… de años de amigos…de años de cómplices…de años fraternos…
de nombres comunes, de risas comunes…
Una velada de media hora pasa a dos horas y a la tercia llega tal sonido a esa
calle que dos amigos más los distinguen… Andrés y Ángel… sólo la escalera es la
única distancia, la cual es vencida en unos segundos y ese cuarteto se ve, se
felicita… se abraza y se siente en la secundaria… una por allá por el norte, por la
colonia dedicada a Alexander von Humboldt… la tertulia ahora es seducida por la
noche de los amigos de la juventud.
¿Qué es la amistad?
¿Qué vale la vida?
¿Dónde quedó nuestro sueño de ser mejores?
¿Dónde quedaron esos amores, a las personas, a los anhelos, a los trabajos, a
nuestros amigos, a nosotros mismos…?
¿Quién triunfo?
¿Quién perdió?
Pero, ¿qué es ganar… qué es perder… qué es vivir?
―Nadie nos dijo cómo se mide… nadie nos dijo qué eran esos conceptos… por
mí, yo gané… yo viví… yo estoy y soy parte de mí… lo demás, qué importa, pues
a nadie más que sólo a mí me importa… ―dice Estela, sonríe y apura la última
gota de vino de su copa.

Nadie preguntó más sobre su vida, sobre su doctorado en la URSS ni su gran
amor en Polonia, menos aún de su negocio que quebró en su pueblo por querer
vivir una sociedad igualitaria y equitativa.
Ángel y Andrés sólo hablaron de sus maestras, de sus días en la prepa, luego en
la universidad; Ángel tomó un posgrado, pero volvió a encontrar a su amigo
Andrés y nunca más quiso saber más del mundo… más que hacer su mundo, un
mundo compartido con ese amigo eterno.
Sebastián, conocido por todos, se sintió muy pleno esa noche.
Sebastián sintió nuevamente la vida…
Sebastián disfrutó esa copa de vino como nunca… como nunca en esos remolinos
de hechos, de tiempos, de intereses, de luchas, de sueños… de amores.
―Señor, le hemos buscado…
―Estoy aquí como siempre… ―le respondió Sebastián a un auxiliar que llegó
muy agitado.
―¿Su celular?
―En silencio… con 87 llamadas perdidas… pero te diré… hoy gané… hoy gané la
mejor de mis sonrisas, y si fueran mil… qué importa…
―¿Se siente bien, señor, lo llevo a su casa, le llamo a su secretario, gusta que lo
lleve a su casa? ―y mira ese hombre lejano a la charla…
Sebastián lo mira a los ojos.
―Sí, ayúdame, sólo diles que hoy decidí regresar a ser feliz ―el hombre escucha
y no sabe qué decir… se sienta en una mesa a un lado y habla en su celular.
Minutos más tarde llega el ministro del interior a esa mesa… después llega el
ministro de justicia… minutos más llega el primer ministro y llega el presidente del
parlamento… y los amigos miran asombrados. Sebastián los observa, sonríe, pide
más vino… y más cacahuates.
―Nadie se volvió loco… ojalá así fuera, sólo me tomé unos minutos para volver y
meditar… y no, la respuesta es no… esa ley, esa iniciativa no es para la gente, es
para sus grupos y no permitiré que eso pase ―Sebastián llama al joven y le pide
que haga una llamada, le pasa su teléfono…― David… no, nunca dejemos a
nuestra gente sola… nunca más… sólo vale la pena nuestra felicidad que
trazamos cuando éramos jóvenes ―y cuelga el teléfono….
Todos se miran… Sebastián toma la copa y brinda por todas sus familias.
****
―¿Qué hora es?
―Señor, son las 11 de la mañana.
―¿Cómo llegue aquí?
―Lo trajeron sus amigos… y mire, hoy los diarios hablan de usted… gracias
porque usted es una persona que piensa en todos y mi familia está conmovida por
su astucia política… ―le dice a Sebastián.
Fue cuando Sebastián recordó que lo más importante es vivir… y no saberse ser
ajeno a lo suyo.
EPILOGO

Ese balcón fue visitado cada mes por esos comensales, sólo que llegaban a las
12:30 am, cuando todos se habían marchado. Una vela, una lámpara pequeña,
era el único testigo de esas risas secretas que los volvían más humanos.