La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía

Hace unos días me encontré a Carlos Meza Viveros y, a bocajarro, le pregunté por el rumor que corría en forma de columna y que lo involucraba como futuro, inminente, secretario de Gobernación en la administración de Miguel Barbosa Huerta.

—¿Es cierto? Dímelo sin acritud, pero dímelo —le insistí utilizando una frase que suele usar en sus muy ilustrados artículos periodísticos.

En pocas palabras, aunque con su característica elocuencia, el brillante abogado me dejó en claro que, en efecto, el gobernador y él nunca habían hablado del tema.

—¿Quién podría estar interesado en divulgarlo? —le pregunté.

—Es cosa de saber a quién le beneficia —respondió.

Me fui pensando en eso.

Cuando caminé unos veinte pasos tenía la solución gracias a un silogismo aristotélico, formado —ya lo sabemos— por dos premisas y una conclusión.

Las dos premisas son las siguientes:

 

Manzanilla ya se va

Gobernación quedará acéfala

 

La conclusión es obvia al buscar el rostro del interesado en exhibir a Meza:

 

Manzanilla filtró el rumor

 

¿Qué generó la filtración periodística?

Que el gobernador atajara la versión y la desmintiera.

¿La razón?

Que él y Carlos Meza nunca han hablado del tema.

¿A quién le benefició que trascendiera la especie?

Vea el hipócrita lector un caso anterior:

Cuando a través de dos tuits sabatinos trascendió que Heliodoro Luna Vite dejaría la Secretaría de Infraestructura, el gobernador minimizó las versiones y dijo que el que toma las decisiones es él.

Y como para que no hubiera dudas, señaló: 

“Hoy no he decidido nada”.

Fernando Manzanilla ya se va, pero busca ganar tiempo en lo que negocia con Hugo Éric Flores su regreso al frente de la bancada del PES en San Lázaro.

(Actualmente es un diputado de Morelos, Jorge Argüelles, el líder legislativo de ese partido sin registro).

Además el primer periodo ordinario de sesiones de 2020 iniciará el 1 de febrero.

Hay tiempo, pues.

Y es lo que busca ganar, además de una salida digna.

No es lo mismo irse en calidad de paria que tomar el primer autobús hacia San Lázaro.

Carlos Meza puso nervioso a varios en el contexto de la comida de los integrantes del Gabinete de Barbosa Huerta.

(Ésta se realizó unos días antes de Navidad en el salón El Recuerdo, en el boulevard San Felipe).

Meza fue invitado especial sin ser miembro del Gabinete y su lugar estuvo a unos centímetros del gobernador.

De hecho, sólo separaba a ambos Gabriel Biestro, presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.

El secretario Manzanilla, en cambio, fue colocado a la derecha de Carlos Meza.

Ahí se encendió el semáforo del Popo, y la luz amarilla se volvió roja.

Luego vino la columna de Luis Alberto González —quien tenía años de no generar tanto ruido periodístico—, y sucedió lo que ya sabemos: la acotación del gobernador y el aplazamiento del cambio en Gobernación.

¿Quién fue el beneficiario?

 

El Estilo Meza. Carlos Meza ya fue secretario de Gobernación en los noventa.

Y lo fue en tiempos de Manuel Bartlett, con quien consolidó una muy buena relación.

Sustituyó, además, al hoy prófugo Mario Marín.

Meza la dio orden y seriedad a la Secretaría, y generó una brutal sinergia con Salvador Rocha Díaz, ex ministro de la Corte, y, en su momento, el abogado al que Bartlett le tenía más respeto intelectual.

No veo a Meza recurriendo a columnas periodísticas para ganar lugares en el Gabinete, lugares que, por cierto, ni siquiera ha solicitado.

Lo veo, sí, metido en su papel de gran abogado y mejor padre de su hijo Charly.

Eso habla de él mejor que nada.

Dos virtudes de nuestro personaje son su capacidad para la polémica y la brutal memoria que posee.

(Con él he tenido duelos fantásticos en materia de versos y poemas enteros).

La fascinación que tiene por la política española es otro de sus atributos.

Lo recuerdo increpando a Víctor Hugo Islas y a Diódoro Carrasco, y polemizando hasta el delirio en Operación Periodista: un programa de radio que conduje hace algunos años.

Solidario como es, acudió a salvarme de las garras de Luis Paredes Moctezuma, quien, como frustrado alcalde Puebla, ordenó que me enviaran a los fétidos separos de la policía por el incalificable delito de haberme pasado la luz amarilla de un semáforo.

(En dichos separos, por cierto, me encontré a una niña de nueve años que le hacía compañía a su madre. Las dos estaban encerradas por otro delito imperdonable: robar para comer. Ni en Afganistán se ven escenas como ésas).

Puedo seguir contando historias del abogado Meza, pero aquí me detengo.

Sé que es amigo y consejero de Miguel Barbosa desde los tiempos en que éste era senador de la República, y que nunca han perdido la comunicación ni la posibilidad del diálogo constante.

Gracias por el silogismo que tuvo a bien provocarme y por la oportunidad de cruzar afectos con él.

Y como suele concluir:

Lo digo sin acritud, pero lo digo.