Lejos de la política de puertas abiertas que practica el gobernador Miguel Barbosa Huerta, Lourdes Roth, ex funcionaria de la Secretaría de Cultura, se ha comportado durante su efímera gestión como una enemiga de la dirección que tiene (¿?) a su cargo: Artes y Fomento Cultural.
Bailarina de profesión que pasó con más pena que gloria por los escenarios, la señora Roth pronto se ganó la animadversión del gobernador por los “moditos” que se carga.
Cuentan en los corredores de Casa Aguayo que el primer desencuentro se dio en diciembre pasado, cuando los 80 integrantes de la Filarmónica 5 de Mayo protestaron con carteles durante uno de sus conciertos que habían sido cesados.
Es decir: despedidos.
Luego, en entrevistas con diversos medios, ampliaron sus protestas.
El Sol de Puebla publicó esto:
“Indicaron (los músicos) que la línea discursiva de la reunión dio un giro inadvertido cuando Lourdes Roth junto con Oscar Alejo -quien también forma parte de la Secretaría de Cultura- les dijeron que todos los músicos serían cesados de sus plazas bajo el argumento de que en diciembre ya termina el contrato de todos -debido a que su pago siempre ha sido por honorarios- por lo que las 80 plazas se pondrían a concurso a partir del 1 de enero y quedarían abiertas para quien quisiera participar”.
(La redacción es de El Sol de Puebla).
Esta señora Roth —más cerca de Amalia Hernández que de Maurice Béjart— se evidenció como una fiera de la cultura: altisonante, melodramática, esquizofrénica.
Resultado: el gobernador —una vez enterado— dio marcha atrás.
Tuvo que salir el jefe de la diva de la aldea —Julio Glockner— para desmentirla.
En pocas palabras negó todo lo dicho y la hizo tragar sapos.
El segundo ridículo vino cuando por órdenes del gobernador llegó a su oficina la Banda de Santa Rita Tlahuapan.
¿Qué es lo que quería la banda?
Lo que quieren todas las bandas de pueblo: uno que otro instrumento nuevo, cueros para el tambor, cositas lo que se dice menores.
¿Qué hizo nuestra Amalia Hernández?
Los trató con ese despotismo ilustrado que la alimenta desde hace años.
Y peor: no les dio absolutamente nada.
En pocas palabras: muchos gritos para tan pocas nueces.
Una vez que el gobernador se enteró del arranque histérico e histórico, ordenó —faltaba más— su cese.
Pero por extrañas razones éste no llegó.
La Roth siguió danzando sobre su propio eje y cobrando una quincena inmerecida.
El viernes —volvieron a contar en Casa Aguayo—, vino otra orden fulminante: ¡Que se vaya!
Y no se fue.
Todavía el lunes anduvo por ahí la muy Anna Pávlova.
Siempre, faltaba menos, con ese aire de superioridad que le da la frustración escénica.
Hubo que enviar emisarios mayores para que se la llevaran haciendo un pax de deux.
Pero no se preocupe el hipócrita lector.
Ya hallaron una salida a esta crisis Nureyev.
La bailarina podrá seguir cobrando como consultora.
Parafraseando a Martha Graham: la consultoría es el estado oculto de la Cuarta Transformación.