No le temo a la vida ni a muerte cuando 

siento en tu pecho palpitar mi corazón” 

Luis Eduardo Aute

Cada vez que muere un hombre que trajo al mundo su palabra de consuelo, su palabra de esperanza, su lucha por la verdad; uno de esos hombres que las palabras fueron su esqueleto, su músculo, su barco de guerra, su perro bravo, su caricia, pienso que el mundo pierde algo más que un hombre que se ha marchado de la vida. Pierde mucho el mundo.

Murió Luis Eduardo Aute y lo he lamentado. Alguien hizo un comentario, que sufría y que la muerte fue más digna a seguir viviendo. Pueden haber razonamientos y reflexiones y hasta ideas políticamente correctas sobre la muerte, pero la muerte duele aunque se espere: esas maneras de ver la vida ya hasta la muerte, como si fuéramos los perfectos pensadores, intelectuales indiscutibles, novedosos seres que ya entienden la vida de un modo que los tiempos lo necesitan, o artistas que todo lo entienden, mejor lo procesan, todo se lo explican y lo comprenden sin lágrimas.

No creo en muchos que así piensan ante la muerte, porque este es el caso, y porque muchos adoptan esas actitudes de artistas (y no lo son) o de intelectuales (y no lo son) y fingen frialdades y razonamientos donde no se necesitan. Estos suelen gesticular para aparecer ante los demás, como los ciudadanos perfectos, acertados, geniales y siempre alejados de la gente común y anónima que también se muere. Los grandes son sencillos. 

Ha muerto Luis Eduardo Aute y me entristece su muerte, como me ha entristecido la muerte de cercanos; no puedo hacerme el hombre razonable, frío y calculador que entiende la muerte, no, yo nunca he entendido a la bestia, a esa perra que nos arrebata del mundo, como ahora nos ha quitado a Luis Eduardo. La muerte es la muerte y siempre me ha dado dolor.

Y estoy hablando de la muerte de Luis Eduardo Aute, la muerte de un artista que pude sentir tan cercano con sus canciones en las que hallé algunas verdades en el momento preciso y que tenían que ver con mi vida.

Muchas revelaciones también encontraría en el momento que estaba descubriendo la vida, la soledad, la desdicha amorosa; y no olvido aquellos cantos que con facilidad, quebraban mi corazón. Mucho me fortalecieron sus canciones sobre el amor, la nada, la muerte, el erotismo, la libertad y una mirada más profunda a “la noche más larga” que vive en sus canciones.

Nunca voy a olvidar aquellas noches de amistades primeras con los desvelones en nombre de la poesía, de los nuevos vicios por buscar no sé que cosa en la vida y hallar “la noche más larga” como promesa de un paraíso que creíamos iba a volver. No volvió.

Mi emoción latía con sus canciones y las de otros que fueron mis brújulas. Imposible olvidar aquella canción de la evocación erótica más pura: “Dentro me quemo por ti, me vierto sin ti y nace un muerto”.

Las letras de Aute, que por aquellos años a mis amigos y a mí, nos agitaron hacia una soledad primaria y menos carnicera que la que más tarde vendría como llamarada a nuestras vidas, eran una esperanza de libertad.

La fuerza erótica de algunas canciones del cantor español, aunque nacido en Manila, para los jóvenes que fuimos soñando con las mujeres perfectas y la vida buena en los subterfugios del amor, eran algo cercano a un catecismo. Esperábamos que en el futuro todo sería perfecto. No lo fue y por alguna razón volví a las canciones de Aute.

Y hoy que escribo esta entrega, escucho “Sin tu latido” con el corazón contrito, y suena “Al alba” con el sabor amargo que muchas veces, en ciertos momentos del despojo, volví a sus notas en algunas madrugadas en las que el abandono fue causa: “Si te dijera amor mío, que temo a la madrugada” y así, al día siguiente con la tristeza del que perdió la partida y cantando: “presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga, quiero que no me abandones, amor mío, al alba…” Y el alba, el temor al abandono, el miedo de perderlo todo, mientras “sangra la luna” al alba, me dieron revelaciones de lo que se convertiría el alba para mí.

Y sí, hoy temo al alba, como temo a “la noche más larga”, pero Aute me acompañaba y sabía que alguien más había temblado con el alba y no me sentía solo. Aute entendió del temor al alba, a la noche mas larga y a no ser abandonado en el momento que se desgarra la mañana, porque quizás los dos supimos de las derrotas a esas horas. 

Una enseñanza fue haber descubierto a Luis Eduardo Aute, a Joan Manuel Serrat y nunca faltaré al respeto a mi pasado, ni me arrepentiré de haber amado lo que amé cuando tuve la juventud en mis manos desatadas. 

Hoy ha muerto Luis Eduardo Aute y lamento que se haya ido del mundo, lamento y dejo fuera las explicaciones y razonamientos inútiles.

Lo recuerdo  y con sencillez y tristeza, este día lo estoy recordando y escucho sus canciones con la gratitud que le debo profesar a un hombre que vino a decir al mundo que la música, la poesía, y su guitarra, eran razones suficientes para que la vida pudiera suceder, y creo que la guitarra y la poesía para él fueron un sólo país donde se pudo amar la vida, como para mí es la escritura y el amor a las cosas y personas que todavía puedo amar.

Dios guarde a Luis Eduardo Aute.

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