El miedo discreto, la incertidumbre ostensible y el acorralamiento en el que tiene a la ciudad un virus que cada vez lo presentan más cercano y temible, nos ha de transformar en nuestras maneras de vivir y de conducirnos entre los demás. Nos ha de transformar como transforma la muerte, o la amenaza de espadas invisibles en el aire. En esa política de la conducta, todos podemos ser portadores y contagiar a todos, o todos podemos ser contagiados por los infectados, y a los infectados o enfermos, tenemos por costumbre alejarlos de los sanos y alejarnos de ellos, como sucedió con la lepra. Y esto conlleva –no se puede negar– el despreció a los enfermos, el desprecio a los infectados sintomáticos o asintomáticos, que pueden ser todos. Es decir, tenemos una cultura de estigmatización por los enfermos contagiosos, que guarda los rasgos de la conducta que nos heredó la lepra desde la Edad Media con todos los prejuicios, hasta religiosos. Y nos queda una imagen que nos muestra falsamente: los enfermos son los malos y los sanos son los buenos y privilegiados de la historia narrada.
Esta pandemia nos hará distintos y tal vez se manifiesten novedades psicológicas que tengamos que enfrentar cuando todo pase, porque pasará, eso también está claro, como pasan las guerras y sus devastaciones humanas, como pasan las catástrofes de la naturaleza por encima de mártires inocentes, aunque hoy esos mártires inocentes, signifiquen números y porcentajes para el tipo de sistema económico en el que está sumergido el mundo, y para el que no hay nada más importante que el dinero y lo que menos importa es el hombre.
¿Cuándo pasará esta pesadilla, cualquiera que sea la verdad? Y esa pregunta mantiene a una gran parte del mundo en la incertidumbre, y también la incertidumbre enferma. La verdad en nuestro presente escasea y eso también el pueblo lo sabe y lo ha convenido. La verdad siempre será la palabra oculta, la que vive debajo del agua, la que los demás esconden bajo la mesa. Oímos vociferaciones alarmantes y falsas que buscan lastimar a un pueblo ya de por sí lastimado. Ricos favorecidos por administraciones de gobierno anteriores y a los que no les caben en la cabeza la existencia de los pobres y la pobreza, infames periodistas que mienten con sangre en la boca. Estamos acostumbrados a la mentira de manera sistemática, como miente la publicidad para asesinar nuestros bolsillos con los precios crueles de las cosas que no valen. Pero en estas situaciones en las que vive el mundo, debería de sobresalir la cooperación, como afirma Yuval Noah Harari, señalando que es eso precisamente lo que se necesita: cooperación. Pero la cooperación fracasa si no participan todos, fracasará mientras la libertad de expresión sea usada para dividir como lo hacen en México personajes como López Dóriga, Gómez Leyva, Denisse Dresser, Loret de mola, entre otros muchos seguidores e imitadores suyos. ¿Y cuál es el motivo? El dinero que ya el gobierno no les regala, o que sin duda ahora debe llegarles de otras manos perversas y al final, ellos no han dejado de recibir, pero tienen otra consigna. Y hasta aquí el asunto: sátrapas.
Hoy lo que sigue inquietando a la gente trabajadora, a la gente que sostiene de verdad este país, es decir a los pobres, es la verdad de esta situación en la que estamos enredados y perdidos en este oscuro laberinto, en el que el poder económico mundial nos ha metido, porque tampoco hay que dejar de lado, que si fue creado o no este virus, muy bien lo está aprovechando el poder de los países ricos (los del norte, como los llamó Galeano) para disimular sus propias crisis, que también son humanas y que a ojos de las demás naciones, también deben disimular y dejarle la culpa al infame virus de la muerte, sea este de verdad o teatral como lo fue la fiebre Aftosa en México hace muchos años.
Estamos ocupados diariamente en escuchar las cifras y hacer nuestros rápidos cálculos para que no nos llegue la muerte. Estamos ocupados en contar los muertos, los contagiados y los que se salvan del Coronavirus. Y nadie se acuerda que muchos mueren asesinados todavía, eso no ha pasado; los delincuentes ahora trabajan sin protagonismo pero sin tregua, y al igual que el cáncer y otras enfermedades, siguen matando de modo numeroso sin pausa.
No lo sabemos, pero lo que sí queda claro es que los cambios en la conducta de una sociedad pasmada, sometida, vivirán. Y es que esa distancia “sana” nos va a enfermar y puede extenderse a la repulsión por el otro y por los demás y crear nuevas maneras en el trato diario, en las maneras de relacionarnos. Es de la muerte de lo que huimos y aquellos que amamos pueden traer la muerte en la nariz, en los labios, en las manos, en el aliento. ¿Y qué significa eso a la postre? No lo sabemos, pero esta situación de confinamiento y encierro, marcará a las generaciones que lo padecieron. A futuro imagino una sociedad proclive al egoísmo, a la conveniencia individual, al ejercicio de “lo mío es mío” y lo demás no importa.
Yo no estoy seguro qué novedades de salud mental traerá este tiempo, después de la fiesta del triunfo contra el virus, de lo que sí estoy seguro, es que no seremos los mismos, seremos peores.
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